viernes, 15 de agosto de 2014

Enfermo, un país con extrema desigualdad.

Napoleón Gómez Urrutia / La Jornadasindicatominero@yahoo.com.mx
La ciudad de Liverpool en Inglaterra es famosa en el mundo por tres cosas principales: 
El equipo de futbol, los Beatles y un sindicalismo militante. Así inició su discurso Len McCluskey, secretario general de Unite, el sindicato más grande y poderoso de Gran Bretaña, con más de 2 millones de miembros activos, durante la inauguración de la Conferencia de Política Internacional 2014, celebrada en el más grande puerto industrial de ese país del 30 de junio al 4 de julio del año en curso.
El análisis elevado y la participación  activa de los delegados y asistentes a esta trascendental conferencia, han contribuido a planear y tomar las decisiones más importantes que van a modelar el futuro del trabajo, las relaciones políticas, la viabilidad de las estrategias, pero, sobre todo, la capacidad para ejecutar las acciones que van a definir el porvenir de las relaciones entre todos los factores de la producción en el mundo entero.
Ahí se recordó cómo desde hace 50 años en esos mismos muelles del puerto de Liverpool, cada mañana se formaban largas filas de trabajadores sin empleo, esperando que los contrataran aunque fuera por un solo día y así continuar manteniendo a sus familias.
Los empresarios de entonces, de una manera arrogante caminaban entre los grupos de desempleados y al pasar escogían a los mejores, dando una palmada en el hombro y entregándoles una ficha de cobre que les garantizaba el trabajo de un día.
Cuando los empresarios se cansaban de repartir esas fichas o cupones, tomaban las que les quedaban y las lanzaban al aire para observar a los hombres pelearse por ellas. En realidad peleaban con fuerza, casi como animales, pues obtener un cupón equivalía a llevar comida para sus hijos y su familia, ante la mirada insensible o sarcástica de sus empleadores, que mucho nos recuerdan a algunos mexicanos llenos de avaricia, mezquindad y corrupción denigrantes.
Los tiempos han cambiado y las condiciones también. Ahora la explotación se hace de manera más sofisticada a través de contratistas (outsourcing), reducción de salarios y prestaciones con el apoyo de traidores y serviles líderes sindicales, así como también de sindicatos fantasmas y de políticos que imponen decisiones siempre en contra de los derechos de los trabajadores y a favor de las empresas, lo cual fomenta la concentración de la riqueza cada vez más en favor de los pequeños grupos privilegiados y reducidos del país.
Durante la Conferencia de Política Internacional en Liverpool se dejó muy en claro que los trabajadores necesitan un sindicato fuerte, que frene las injusticias y los actos indignos que se cometen en el trabajo. Que esa es la razón principal de que todas las organizaciones que participamos en esa conferencia nos reunamos para crear, fortalecer o consolidar los sindicatos del siglo XXI para beneficio de la clase trabajadora, de la tranquilidad laboral y la paz social de naciones como México, Inglaterra, Italia, Francia o cualquier otra. Eso es lo que hemos venido haciendo los mineros mexicanos durante los últimos años, así como ayudar a organizarse a aquellos que en su trabajo no pertenecen como socios a un sindicato. Para darles el marco legal, laboral y político y la mano solidaria que permita obtener reconocimiento, respeto, justicia y dignidad. Estamos para darles esperanza, para que no se desesperen y para evitar abusos que provocan confrontación y un desgaste que a nadie conviene.
Cuando revisamos los acontecimientos de los pasados ocho años en México, no podemos desconocer que los mineros hemos estado bajo un constante y perverso ataque que no se había visto en la historia del movimiento obrero. Los empresarios más cerrados y conservadores del sector minero y siderúrgico nos tienen miedo, porque trabajamos convencidos de lo que es justo y digno, y porque con nuestras acciones confrontamos y retamos la posición privilegiada de unos cuantos y eso no les gusta.
Por eso su histeria y su furia contra los mineros y contra nuestra gloriosa organización sindical, que no han podido destruir, ni tampoco a los líderes.
Su frustración y pérdida de fuerza, energía, imagen y dinero es su mayor coraje. Nuestra lucha y nuestra resistencia, en cambio, han estado y estarán siempre por encima de su avaricia, su ambición y su corrupción insultantes.
En la actualidad, el reto para los gobiernos del mundo es que está probado que el capitalismo no sólo conduce a una mayor desigualdad, sino a acrecentar la distancia entre los ricos y los pobres. De ahí que la democracia en los países donde realmente se ejerce, demanda de una pelea más equilibrada y de un proceso más transparente y equitativo de acumulación del capital.
Incluso el Papa ha dicho que el capitalismo ha fallado y que la desigualdad afecta a todos. Tiene que haber límites, porque un país desigual es un país enfermo. Las sociedades tienen que ofrecer oportunidades crecientes para asegurar mayor bienestar a las mayorías.
Tenemos que construir una comunidad de naciones de ciudadanos y trabajadores, no solamente de consumidores o de mano de obra barata. Ésta es la aspiración de toda la gente democrática para el presente siglo, una sociedad más justa, más igualitaria y más digna.
La Conferencia de Liverpool, organizada por Unite sentó las bases y la perspectiva de que la lucha continúa, ahora con más fuerza que nunca, para construir un mundo mejor, de racionalidad económica y política, que conduzca a una verdadera transformación de las relaciones productivas hacia una mayor democracia, justicia y seguridad.

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