Tras varios años trabajando desde casa, llevo un par de meses compartiendo mi jornada laboral con una veintena de personas. Y puedo afirmar que, a día de hoy, he visto la mitad superior de la raja del culo de todas ellas.
Me pregunto en qué momento se produjo la democratización de la exhibición cular. Cuándo agacharse, dejando que la tela se repliegue a su antojo, dejó de ser una actividad exclusiva de obreros descuidados y pasó a convertirse en un hecho común, en algo aceptable para estudiantes, ejecutivos, empresarios, madres y padres de familia. En qué momento el culo dejó de ser propiedad privada del amante y adquirió un estatus tan similar al del codo o la oreja, una zona ajena al pudor, un trozo humano orgullosamente mostrable.
Un día cualquiera, uno puede disfrutar y ser víctima de culos pequeños y culos grandes, culos inmaculados, peludos, fofos, firmes y caídos, culos deseables y culos asquerosos. Vivimos la era del culo al aire.
Los pantalones de tiro bajo nacieron en los años 60, pero no fue hasta el siglo XXI, con la amenaza del terrorismo global y las consiguientes leyes antiterroristas, con los recortes de derechos civiles y las guerras preventivas, que el pueblo empezó a agacharse sin preocupaciones.
Mientras el sentimiento religioso se desmorona bajo la física, la biología y la pedofilia, mientras los escáneres corporales desnudan en aeropuertos a una persona de cada cien, la clase media se agacha a recoger una moneda o a atarse los cordones, y muestra orgullosa su raja del culo a los satélites norteamericanos. Google Maps es la web con más culos al aire del mundo. La cartografía del siglo XXI está repleta de gente agachada esperando un tiempo mejor
Fuente: Mi mesa cojea
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