A cincuenta años de Greensboro
El esplendor de la izquierda estadounidense en los años 60, reflejado en los avances en justicia social, se fue apagando por su dependencia de las organizaciones privadas y su incapacidad para transformar los impulsos militantes en fuerza de gobierno. A un año de la asunción de Obama, el balance revela el olvido de la herencia de Greensboro.
por Alexander Cockburn
Periodista, co-director del bimensual Counter Punch y del sitio internet homónimo www.counterpunch.org
Traducción: Carlos Alberto Zito
La izquierda progresista y radical estadounidense, desangrada por las persecuciones macartistas de la década de 1950, conoció en un principio un renacimiento espectacular. El 1º de febrero de 1960, infringiendo el reglamento interno que estipulaba que los negros debían comer de pie, cuatro estudiantes del liceo agrícola y técnico de Carolina del Norte se sentaron en la cafetería de la tienda Woolworth de Greensboro.
Al día siguiente, fueron veinticinco. Dos días más tarde, se sumaron a ellos cuatro estudiantes blancas. Poco después, el movimiento se extendió a quince ciudades de nueve Estados del sur de Estados Unidos. El 25 de julio, luego de haber sufrido pérdidas por 200.000 dólares, la tienda (sucursal de una cadena nacional) renunció oficialmente a su reglamento segregacionista. Esos acontecimientos provocaron un verdadero sismo en el país y marcaron el punto de partida de una profunda reestructuración de la sociedad.
En abril de 1960, con el objetivo de ampliar y estructurar el movimiento, se creó el Comité de Coordinación de los Estudiantes No-violentos (SNCC, en inglés) en la ciudad de Raleigh, a 130 kilómetros de Greensboro. Bob Moses, su primer director de campaña, dijo estar impresionado por “el aspecto sombrío, el enojo y la determinación” de los activistas que contrastaban con la expresión “temerosa y servil” que mostraban las fotos de los manifestantes de los Estados del Sur.
Esa misma primavera se reunió en Ann Arbor, Michigan, la primera conferencia de los Estudiantes por una Sociedad Democrática (SDS, en inglés), que cumpliría un papel clave en la organización de la oposición a la guerra en Vietnam. En mayo, los estudiantes de la Universidad de California, en Berkeley, cruzaron la bahía para reunirse al pie de las escalinatas de la municipalidad de San Francisco y abuchear a la muy macartista Comisión de Investigación de la Cámara de Representantes sobre las actividades “no estadounidenses” (House Committee on Un-American Activities, HUAC). La desproporción de medios empleados por las fuerzas del orden para dispersar a la multitud provocó un vuelco en la opinión pública y puso fin a las persecuciones anti-comunistas.
En cuatro breves años, el movimiento por los derechos cívicos obligó al presidente Lyndon Johnson a firmar un conjunto de leyes que modificaron la Constitución de Estados Unidos y proscribieron la discriminación racial. Desde 1965 las calles de Washington bullían con el ruido de las manifestaciones contra la guerra de Vietnam. Al finalizar la década, toda la sociedad estadounidense experimentaba un profundo cambio. Una relectura escrupulosa y sin concesiones de la historia del país ponía en tela de juicio el imperio estadounidense y la Doctrina de la Seguridad Nacional: los secretos y las infamias de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) y de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) salieron a la luz; se denunciaba el uso de los conocimientos desarrollados en las universidades con fines militares; se sucedían los motines entre los soldados enviados a Vietnam; el abogado Ralph Nader y su asociación Public Citizen cuestionaban la sociedad de consumo. En 1974, el presidente Richard Nixon se vio obligado a renunciar; el movimiento de gays y lesbianas afirmaba su poderío y la izquierda parecía capaz de jugar un papel político central en las postrimerías del siglo XX.
Un cambio tan radical no surgió de la nada. Ya en 1958 se había producido un boicot a las cafeterías de Oklahoma City. Su promotora, Clara Luper, había quedado impactada por el ejemplo de Rosa Parks, célebre por haberse negado a cederle a un hombre blanco el asiento que ocupaba en un autobús, en Montgomery, Alabama en 1955. Ese acto marcó el ingreso del pastor Martin Luther King a la política. Parks y King habían participado en los seminarios de la Highlander Folk School, un instituto creado por cristianos de izquierda cercanos al Partido Comunista.
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