“Oy-Oy”, piensa, se dice, el pobre Felipe, Felipito. Y allá va él y allí viene ella. La extraña del pelo largo. Con esos ojos de gata y ese silencio de esfinge y lo que, tal vez, acaso sea una sonrisa de Giocondita. Siempre vestida igual (falda negra, suéter a rayas de mangas cortas, cuellito de camisa blanca). A veces quieta y con las manos detrás de la espalda, a veces caminando, a veces sentada y –detalle que, cuando yo y Felipe la seguíamos, siempre me inquietó y encantó– siempre leyendo un libro sin título. Ella era el amor de sus amores y un amor que ni siquiera es imposible porque Felipe ni siquiera se arriesga a manifestarlo y activar los motores del rechazo que, al menos, generarían un movimiento, algo, lo que sea. Una bofetada, un “no molestes”, un “ptuáájj”. Y ella era, también, mi amor porque, claro, de todos los amigos de Mafalda, Felipe era el que más se parecía a mí, del mismo modo en que, tantos años más tarde, seríamos muchos los que nos pareceríamos al Chandler Bing de Friends.Y yo pensaba que todas las tiras con ella iban una detrás de otras y que eran más. Pero no: busco y encuentro mi Todo Mafalda y descubro que cada una de sus apariciones están separadas por varios chistes y que no son tantas (tal vez se me escapó alguna en la búsqueda), pero su poder permanece intacto. Podría asegurar que esta chica/nena por la que Felipe desfallece es –junto a la chica de Melody– el primer símbolo no sexual pero sí sentimental de mi generación y, supongo, de todas las generaciones que desde entonces han venido leyendo y releyendo Mafalda.
Y el arco de las tiras, de alguna manera, tiende un arco narrativo.
En la primera de ellas (tira 3, página 406 de mi Todo Mafalda), Felipe enrojece al pasar junto a la puerta donde ella vive y ensaya un ruborizante diálogo imaginario.
En la segunda (tira 2, página 441) la magia del encuentro imposible es, además, destrozada por la terrible Susanita (quien ama a su manera a Felipe) y nos enteramos de que ella tiene el poético nombre de Muriel.
En la tercera (tira 4, página 446), Felipe muta a cursi niño-mariposa mientras Mafalda le da jaque mate.
En la cuarta (tira 1, página 455) se alcanza la perfección formal en un solo cuadro con un Felipe dibujado en slow motion y frame-by-frame mostrándonos el auge, decadencia y caída de su audacia. Muriel, por supuesto, lee como si nada y como si nadie.
Hasta donde yo sé, Muriel ya nunca vuelve a ser vista y ni falta que hace, porque cómo superar su última aparición.
Aunque yo tengo una sospecha: en la tira 4 de la página 483 no está Felipe y son Mafalda y Miguelito quienes van conversando por la calle y se cruzan con una chica de veintipico. Botas y piernas largas y minifalda y ese pelo largo y esa boca y esa mirada que no mira a nadie.
Está buenísima.
Y podría jurar que no es otra que Muriel.
Las chicas crecen.
Oy-Oy
Página 12 (enlace a tiras de Mafalda) www.pagina12.com.ar



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