.Cultivo una rosa blanca
En Junio como en Enero,
Para el amigo sincero,
Que me da su mano franca.
Y para el que cruel me arranca
El corazón con que vivo.
Cardo ni ortega cultivo
cultivo una rosa blanca
José Martí
Me es difícil escribir sobre Julio Castro al que conocí en mi adolescencia en casa de Reneé amiga y compañera de estudios, de militancia.
Fue en su casa donde le encontré por primera vez y luego siguieron esos encuentros esporádicos pero llenos de vida.
Mi especial relación con EL MAESTRO solo la puedo explicar en pocas palábras: Me vio.
Me descubrió detrás de esa máscara de risas, 'dibluras', chistes, que formaban también parte de aquellos encuentros donde se discutía política, libros, y esas charlas en las que nos regalaba su visión sobre la vida, el ser humano.
El Maestro, tenía humor, y sonreía.
"ay, ay, ay, Pelusín, que haces subida a la higuera?"
Cariñosamente comenzó a llamarme Pelusín, lo de la higuera fue una de esas tantas 'diabluras', 'ocurrencias' mias, en una mañana de febrero en la que se me ocurrió bajar higos maduros antes que calentara el sol.
Cuando dije, El Maestro me vio, quise decir que descubrió sin que yo le contara nada las razones de mis 'payasadas'.
Compartí mis secretos con el Maestro, en palábras, en silencios, en lágrimas y sonrisas.
Descubrí su ternura.
Imposible describir en palabras el impacto que tuvo en mi vida.
Lo que sí se, es que dejó su semilla en mi corazón, la semilla de la ternura.
Julio Castro, El Maestro, nació, vivió y murió como El Che nos enseñó
"(...) Y sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario"
Julio Castro, El Maestro, fue un revolucionario.
"Endurecerse sin perder la ternura", decía El Che
Julio Castro, El Maestro, jamás perdió la ternura.
Sin duda alguna: Julio Castro, El Maestro, fue ejemplo para futuras generaciones de El Hombre Nuevo.
A Julio Castro lo ejecutaron, malsalvamente, cobardemente con un tiro en la nuca.
No podían soportar tanta Ternura.
Ternura peligrosa, ternura que sembraba la esperanza, el amor, la confianza, la lucha y desde cada poro de su cuerpo, desde cada latido de su corazón, 60 veces por segundo, iba marcando el camino a recorrer, a jóvenes y no tan jóvenes.
No dejemos morir la ternura en nosotros mismos. Cultivémosla, como una rosa blanca.
No es fácil la tarea, pero sí impresindible.
La última vez que me encontré con El Maestro, fue fortuito, pura casualidad, y compartimos un café. Nos despedimos con un hasta pronto.
Un último abrazo. Un último, cuidate Pelusín.
Y fue así como Juan Castro, El Maestro, volvió a llamar a mi puerta, aquí en Uppsala, Suecia. Para recordarme de LA TERNURA.
A su familia, que no conocí personalmente, toda mi solidaridad y agradecimiento.
Nunca fue el tiempo de decirle gracias a El Maestro.
No pude imaginarme nunca que fueramos a vivir los terribles efectos de la dictadura. No podía imaginar tanta maldad.
Siempre hubo un 'hasta siempre'. Pero no imaginé que este fuera el encuentro.
A sus nietos, quiero decirles que deben estar orgullosos de él. Que lamento desde lo más profundo de mi corazón que no hayan podido conocerlo, de haber pasado juntos hermosos momentos.
Eso tenía Julio Castro: hasta en los momentos más difíciles, siempre estaba lo positivo. Y esa ternura que envolvía.
Tres personas impactaron mi vida. De las tres el 'mínimo común denominador', fue la ternura.
Mi abuelo, Alicia Goyena, esa gran Mujer, que tanto le deben generaciones de mujeres y Julio Castro.
Díficil tarea la mía. Seguir el camino que ellos marcaron.
No podrán jamás 'ejecutar' la ternura.
José Castro se levantó como el Ave Féniz, para recordarnos La Ternura.
Gracias Maestro
'Pelusín', Lidia Amelia
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