escrito por Anubis Galardy
viernes, 02 de enero de 2009
La Habana.- El escritor norteamericano Jerome David Salinger cumplió este jueves 1 de enero 90 años en su retiro voluntario de Cornish, en el noreste de Estados Unidos, donde habita en vecindad con los bosques de New Hampshire, entregado en cuerpo y alma a la literatura.
Tiene fama de ermitaño. A las puertas de su propiedad hay un letrero capaz de amedrentar a cualquiera: Prohibido el paso. Si no bastara, es capaz de echar mano a su vieja escopeta de caza y lanzar perdigones al aire. Los curiosos ya están avisados.
Sólo escribió un puñado de libros, pero uno solo fue suficiente para llenarlo de una gloria que mira por encima del hombro, con ademán despectivo: The catcher in the rye, traducido como El guardian en el trigal o El cazador fugitivo, vertido a más de 40 idiomas.
Le llevó 10 años fraguarlo, dibujar a cincel a su protagonista, Holden Caulfield, un muchacho en la frontera sutil entre la infancia y la adolescencia, en rebeldía contra unas convenciones sociales que aplastan lo humano. En pugna con un medio que rechaza por su hipocresía y falsedad, se refugia en sí mismo.
El libro salió a la luz en 1951 y desde entonces sigue conmoviendo a los lectores de uno a otro lado del planeta. Salinger trabaja sus historias como un hueso duro y pulido, repleto de sustancias enriquecedoras tras su apariencia tersa, “escuálida”. Una profundidad que convive armónicamente con la transparencia.
Después escribió sus cuentos, reunidos en un solo volumen, en los que debuta uno de los miembros más entrañables de la familia Glass, que lo acompañaría durante sus restantes viajes literarios.
Una familia de superdotados, a través de quienes explora los meandros de la naturaleza humana y hace a veces introspecciones feroces sobre su propia honestidad, para contraponerlos a la falsedad del medio condicionador en que viven. Los Glass como contrapartida de un mercantilismo dominador en las relaciones humanas.
Más allá de las figuras paternas, el héroe que ejerce su tutela es el hermano mayor, Seymour. Su propio nombre, en un juego de palabras, es una definición distintiva (Sey-mour:see more, el que más ve), como apunta el investigador Felipe Cunill.
Debuta en el cuento. Un día magnífico para el pez-plátano, en el que pone fin a su vida con un disparo en la sien derecha, en un lujoso hotel de Miami. Una muerte como una resurrección que lo convierte en paradigma para sus hermanos, desde la negativa a asumir los patrones de normalidad defendidos por una clase social a la que rechaza.
Salinger dota a sus héroes de una percepción y una sensibilidad que los hace chocar con el mundo exterior, oponerse a los valores materiales que atentan contra la espiritualidad y a los que rinden devoción “gentes hipertrofiadas por un afán consumista”.
Desde la riqueza infinita de la literatura, el autor hace un retrato magistral de la alienación del hombre en la sociedad capitalista, la desnuda en sus más íntimas esencias. Su prosa, sobre todo sus diálogos dejados a menudo en suspenso, cortados para abrir paso a una poderosa carga sugerente, tienen una cualidad explosiva, detonadora.
A diferencia de los beatniks, afirma el escritor uruguayo Mario Benedetti, Salinger “no cierra los ojos, ni se droga ni se escapa. Es un atrincherado, pero no un evadido; en última instancia, es alguien que no renuncia a descubrir un sentido en la vida; alguien que, así sea pasivamente, aun resiste. Alguien que busca , con serenidad y denuedo, un punto de apoyo”.
“Solo puedo soportar la sociedad allá afuera mientras tenga puestos mis guantes de goma”, confesó una vez. Lo atestigua la periodista Joyce Maynard, a quien abrió excepcionalmente Cornish, décadas atrás. Ella le pagó escribiendo un libro sobre su convivencia mutua, que publicó en 1998, sin su autorización.
Salinger logró cuajar, en su obra, lo que Holden Caulfield, el protagonista de El guardián en el trigal, consagra como aspiración suprema: "Lo que más valoro es cuando uno queda completamente agotado después de leer un libro y desea ser amigo del autor y poder llamarlo por teléfono en cualquier momento".
Se asegura que, a los 90, Salinger sigue escribiendo febrilmente con su mismo instinto certero. Dicen que guarda sus manuscritos bajo siete llaves para arrojarlos al fuego más tarde. Si es así hay que agradecerle la coherencia mantenida durante toda su vida y ese puñado de libros ya para siempre en la eterna posteridad de la literatura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario