miércoles, 7 de diciembre de 2011

Uruguay: “La cuestión sobre los charrúas es como la de hijos de desaparecidos”

.Diálogo Abierto. Norma Godoy, descendiente de Charrúas
http://comunidadcharruaparana.blogspot.com/La libertad, el monte y los animales.








Las piedras y las plumas.


La familia con sus señales y silencios. La luna y sus ciclos.


El reencuentro y el falso discurso Julio Vallana De la Redacción de UNO


jvallana@unoentrerios.com.ar

Norma Godoy

Al coordinar la entrevista con la profesora Norma Godoy hay un pequeño detalle que llama la atención, el cual luego se impregna de significación. Detalla que vive en barrio Hernandarias y además de la numeración de su domicilio precisa que su vivienda está “al lado del montecito”. Y completa que algunos vecinos están “apurados” para que se lotee “esa mugre” y “deseosos de que se comience a construir”, lo cual considera irritante. Claro, para la referente en Paraná de la Coordinadora de Comunidades Charrúas, el monte es parte desde niña de sus vivencias más profundas y el hábitat natural –lleno de riquezas– de los antiguos y aguerridos pobladores de estas tierras.


Por siempre, el monte

—¿Dónde naciste?

—En Nogoyá –en 1965– pero circunstancialmente porque mi mamá y mi familia vivían en Crucesitas Séptima, que es equidistante de Viale y Nogoyá.

—¿En el campo?

—Sí, eran arrendatarios. Estábamos a cuatro leguas de la ciudad. Viví allí hasta los 4 años. Mi mamá sólo pudo ir a la escuela un año y la maestra que tuvo le mandó durante tres años cartas con ejercicios y lecciones a través de sus hermanos menores. Era la mayor y tenía que ayudar en la casa, junto con su padrastro.

—¿Recordás algo de lo vivido hasta los 4 años?

—Sí, totalmente; vivo ahí todavía y no me mudé (risas). Mi casa estaba sobre el camino de tierra que conectaba Viale con Nogoyá. Todo rodeado de monte aunque en los campos se trabajaba con el maíz, girasol y trigo –que se entregaba en Viale. Estaba el arroyo Las Piedras, llamado así por sus piedras blancas sobre el lecho, de donde buscábamos agua con un barril para algunos quehaceres de la casa. Luego, mi mamá decidió irnos a Viale –donde puso una despensa– para que pudiera estudiar.

—¿Cómo era tu casa?

—Estaba la cocina –muy grande– con su fogón a leña, un lugar para recibir a las personas, los dormitorios de las mujeres y la habitación de los hermanos de mi mamá aparte. Yo era hija única, de mi mamá soltera. Mi padre no quiso hacerse cargo luego de 11 años de noviazgo.

—¿La actividad de la familia giraba en torno a lo rural?

—Sí, sembraban y entregaban a dos molinos harineros, en una especie de trueque, también con los almacenes de ramos generales –donde mi abuela compraba todo.

—¿Y tu cotidianeidad de niña?

—Correr entre los animales, andar a caballo y buscar las vacas con mi mamá. En los corrales se les sacaba leche a las vacas.

—¿Con qué te divertías?

—Con los animales. También tenía juguetes, y como era la más chiquita de la casa era la malcriada. Mis tíos comenzaron a irse a Buenos Aires al iniciarse el desarrollo industrial. Cuando venían para vacaciones me traían juguetes. También visitaba a los vecinos, ya que algunos tenían hijos chicos. Había una casa donde todas las tardes me esperaban con batatas al horno y más lejos íbamos en sulqui.

—¿Algo extra cotidiano que resultara un acontecimiento?

—Los encuentros con otras familias y los casamientos de mis tíos, cuyas fiestas se hacían en la casa, al igual que bailes.

—¿Las costumbres y la gastronomía eran las propias de la cultura rural?

—Sí. Lo más sencillo eran las tortas fritas y pastelitos –en los días de lluvia– y el pan casero, que hacía mi abuela con levadura de harina de maíz. De la masa de pan se extraía un trozo con el cual se hacían las tortas fritas. También se hacían tortas con huevo batido y azúcar, con la masa del pan. Se hacía dulce y empanadas de calabaza para Semana Santa, y dulce de zapallo cortado en cuadros y mermelada, que no la pude volver a comer porque una vez me empaché.

—¿Cómo viviste el contraste cuando se fueron a vivir a Viale?

—Fue un sufrimiento. Nos fuimos el 29 de setiembre de 1969.

—¿Por qué te acordás?

—¡No me lo olvido más, porque no me quería ir! Tengo grabado hasta el color del sol de ese día. Cada vez que algún vecino o familiar iba a la casa, era obligación que me tenía que llevar. A veces me iba en colectivo, que salía a las 5 de la mañana para Nogoyá. Cuando tenía que volver, me escondía.

—¿Qué fue lo que más sufriste?

—La familia y el espacio, el campo, hasta que en Viale me hice de amigos y compañeros de la escuela. Al año y medio mis tíos y abuelo se tuvieron que ir del campo a Viale –en la época de Onganía, cuando se levantaron los arrendamientos. Algunos de mis tíos ya trabajaban en la cosecha del maíz en Santa Fe, aunque por último también terminaron yéndose a Buenos Aires.

—¿Cómo era Viale por ese entonces?

—Una casa y dos terrenos baldíos alrededor. Muy cerca había un terreno con un montecito donde jugábamos y estábamos todo el día, y todo el mundo nos cuidaba. Ahí me empaché con hinojo y ahora no lo puedo comer. Con mi familia siempre salía a pescar y recorrer los arroyos, donde juntaba piedras y plumas. Ahora, de mayor, me doy cuenta de dónde proviene esta inclinación.

—¿Tenías alguna afición particular?

—Siempre tuve una tendencia hacia la naturaleza. Con mi esposo somos fotógrafos. Casi todas mis fotos son sobre la naturaleza y los árboles. También dibujaba árboles y arroyos. Desde la Primaria me gustó la Geografía y la Historia. Hubiese querido hacer la Licenciatura en Geografía, pero tenía que irme a otra provincia, por lo que mi mamá no quiso, así que hice el profesorado en Paraná.

—¿Siempre trabajaste en Paraná?

—Cuando terminé el profesorado trabajé como docente en Viale. Intentamos hacer una FM y luego hicimos durante 10 años un programa sobre rock en otra radio. Con mi novio compramos una cámara usada y comenzamos a tomar fotos y hacer documentales. Creamos un grupo de aficionados que luego se llamó Peña Fotográfica Viale, que tuvo mucho apoyo de la Municipalidad.

—¿Mantuviste una línea temática en cuanto a la fotografía?

—Me encanta irme al campo y al monte, porque no puedo estar muchas horas entre paredes. Cuando vamos a Viale nos hacemos un tiempo para hacer fotos y seguimos trabajando en la línea de los colores del monte y todo lo que contiene.

Caminantes y hospitalarios

—¿Cuándo comenzaste a indagar sobre el por qué de esa pulsión?

—En la familia nunca se habló demasiado sobre determinadas cosas de los orígenes. Pero en toda familia se da que dos o tres integrantes comienzan a buscar. Unos tíos siempre preguntaban sobre los parentescos y uno de ellos me contó que vio a su abuela una sola vez y que la recuerda que llegó y se fue caminando, aunque vivía lejos.

—¿La conociste?

—No.

—¿Cómo la describió?

—Eran amables y se trataban como si se conocieran desde siempre. Se dice que los charrúas eran muy hospitalarios y amables, incluso con el enemigo herido. Cuando terminé el profesorado y comencé a hacer documentales me encontré con María Elena Moreira, que es prima segunda de mi mamá. Mi mamá me había comentado que ella decía que teníamos orígenes en algunos de los pueblos de Entre Ríos. Luego ella misma me lo dijo y hace cuatro años me lo confirmó Marcelo Luna (vocero de la comunidad).

—¿Hasta ese momento no eras demasiado consciente de ese origen?

—Sí, aunque no había podido hablarlo más profundamente con María Elena. Como profesora de Geografía me sentía bien cuando tocaba el tema de los pueblos originarios. Pero todo es de a poco. Me fui dando cuenta de ciertas cuestiones. Aunque sólo había vivido cuatro años en el campo, la inclinación por la naturaleza me seguía muy fuerte en la ciudad, no obstante que te transforma.

De esto no se habla

—¿Tu mamá nunca te comentó nada?

—No. Se visitaban entre tías, yo iba y me gustaba.

—¿Había alguna característica de tu mamá que luego confirmaste que se relacionaba con el origen charrúa?

—Sí, el color de su piel oscura, que no tiene nada que ver con la mía, que es muy blanca, también los pómulos salientes, la amabilidad y un humor muy particular, inteligente y con picardía. Cuando llegaba alguien a la casa era como una fiesta.

—¿Relatos?

—En la familia no se hablaba del tema. Además fuimos criados en la costumbre de que cuando los mayores hablaban los chicos iban a jugar. Son cosas que me las perdí.

—¿Percibías algún tabú familiar sobre la cuestión?

—No sé si era tan así, aunque no se hablaba. Se hablaba de lo cotidiano y de los familiares, lo cual tiene un porqué. Hasta 1800 fue por la persecución y todos terminaron trabajando con familias en las estancias, como el caso de mi abuela, quien se crió lejos de su mamá. Ella se casó con mi abuelo –de apellido Godoy– quien también tiene raíces no sólo charrúas sino también afro.

—¿Modificaste en algo la relación con ella al comenzar este proceso?

—Lamentablemente falleció en 1998, pero ella fue quien me habló sobre María Elena. Supongo que le hubiera gustado mucho todo lo que estoy haciendo. Para mí no fue una gran revelación porque nunca tuve dudas.

—En cierto modo te lo transmitió sutilmente.

—Sí, no me dijo “Tenés que hacer tal cosa”, sino que me comentó lo de María Elena. Mi mamá era muy activa y no tuvo tiempo para dedicarse. Mis tíos más chicos ahora están orgullosos de que busque las raíces familiares.

—¿Nunca tuviste relación con tu papá?

—No, aunque sí con su familia. Él se fue a vivir a Córdoba.

La Tierra y sus tiempos

—¿Qué comenzaste a hacer cuando Marcelo Luna te confirmó tu origen?

—Lo tomé naturalmente y entré en la comunidad. Volví a hablar con María Elena, porque ha hecho una muy buena investigación y tiene documentación de los jesuitas. Yo tengo una mezcla que incluye a italianos, españoles y hasta un francés, pero me identifiqué con lo charrúa, aunque no reniego de lo otro. Nosotros hablamos de las abuelas, que son quienes mantuvieron la identidad y enseñaban a los niños. Ellas han elegido a algunos para que continúe la tradición. Es un resurgimiento y frente a la crisis civilizatoria, la tierra nos está llamando para que recuperemos los tiempos de la naturaleza que le daban los pueblos originarios.

—Por eso migraban.

—Claro, volvíamos. Si agotás la tierra en determinado lugar tenés que darle tiempo para que se recupere. Por entonces no había alambrados y las tierras les pertenecían.

Exterminio y poligamia

—¿Por qué se dio el cruce entre lo charrúa y lo afro?

—Porque terminaron siendo esclavos. Los ejércitos para quedarse con las tierras exterminaron, y las tierras –según tuvieran o no indios– tenían distintos precios. Con indios eran más caras. Los fueron exterminando o corriendo, hasta replegarse en el monte, mientras quedaban mayoritariamente mujeres. Cuando las cautivaban, se las repartían entre las familias pudientes, lo cual también sucedió con los afro. Hacia los primeros años de 1900 ellos también se ocultaron en el monte como protección. Por el trabajo en las estancias se da el mestizaje entre el criollo, y los que quedaban de los charrúas y los afro. Los dueños de las estancias las forzaban a tener relaciones y tenían hijos. Mi abuela es hija natural de Roque Moreira, hijo de Jacinta Fernández, quien a su vez es descendiente directa de Viquilo, un líder charrúa de alrededor de 1750. Mi abuelo tenía el cabello muy crespo y mota, así que debe haber sido una mezcla. En las fotos veo que tenía los ojos chiquitos y los pómulos salientes, al igual que varios de mis primos.

—¿Qué aconteció con los charrúas que quedaron en los montes?

—Resistieron mientras pudieron. Se lo puede asociar a como ahora viven los hacheros, en pequeñas chozas, consumiendo lo que cazaban y pescaban. Hasta que llegaba quien comenzaba a alambrar y –si se dejaban– los llevaban al casco de la estancia.

—¿Cuál fue el momento en que la resistencia cesó en cuanto a su intensidad?

—Después de las grandes matanzas, como la de Victoria, hacia 1830. Después es un pueblo en dispersión. Resistió unos 300 años.

—¿La tradición oral se cortó por miedo y vergüenza?

—Hasta llegar a 1900 fue por miedo y después –cuando la cantidad de estancias comenzó a crecer– por vergüenza. Ni hablar durante los años 40, 50 y 60. Ser indio era ser nadie y haragán. Hubo que instalar esa idea para justificar la apropiación de las tierras.

De creencias y destrezas

—¿Qué otras características tenían los charrúas y cuál era su cosmogonía?

—El elemento fundamental es la luna, que rige los ciclos de la naturaleza y de los hombres. Su religión era eso. El número cuatro es el más importante, por las estaciones, las lunas y los puntos cardinales. Cuando nacían los hijos, con la primera luna se hacía una especie de ofrenda.

—¿Cuál era la principal destreza

—Cuando los españoles trajeron el caballo, enseguida se adaptaron. La primera destreza era la boleadora, para cazar el ñandú. Nuestro pueblo emigró de la Patagonia –por el cambio climático– y llegó a estas tierras detrás del ñandú, que era el ave que les ofrecía la comida y las plumas para la ornamentación –como lo confirma Darwin y otros estudiosos. Las destrezas con el caballo eran increíbles.

—Le hablaban.

—Para domarlo lo acariciaban y le hablaban. Cuando ya había un acercamiento se metían en un arroyo y recién se subían, para que perdiera la cosquilla. Era una relación muy fuerte. Si el caballo era dócil, quería decir que lo aceptaba, y si no, lo dejaban. Saltaban las barrancas a toda velocidad y se perdían en los pajonales, y esa fue una forma de sobrevivir a los ataques. Incluso dormían sobre un costado del caballo, para que desde el lado del enemigo no los vieran.

—¿Cuál era la región por la cual se desplazaban?

—Hasta el sur de Brasil, incluyendo Uruguay, Entre Ríos y la parte sur de Corrientes. Estamos en contacto con hermanos de Brasil.

—¿En qué puntos geográficos puede haber mayor cantidad de familias que desconozcan su origen charrúa?

—En Nogoyá, sobre el río Gualeguay, Villaguay, Federal y Feliciano, donde la soja exterminó el monte. La comunidad más grande es la de Maciá, con abuelos muy viejitos que han transmitido sus conocimientos.

El ocultamiento de ayer y de hoy

La profesora Godoy destaca lo que actualmente acontece con muchas personas y familias que indagaron sobre sus orígenes, y que tras precisarlo fueron por el encuentro con sus pares. Pero en lo relacionado al aspecto político, pedagógico y cultural minimiza los avances a partir de la falta de consideración desde aquel ámbito de numerosos proyectos presentados por la Coordinadora de Comunidades Charrúas.

—¿Por qué en Entre Ríos fue tan eficaz la acción de ocultamiento cultural y no en el caso de la República Oriental del Uruguay?

—Quizás por nuestros dirigentes políticos y la cuestión de las tierras entrerrianas que eran propicias para criar animales, en el marco de los acuerdos comerciales con los ingleses. Había que exterminarlo porque no se adaptaba, como el guaraní, cuya forma de resistencia fue el acercamiento. La libertad está por sobre todo.

—¿Cuál es tu percepción sobre este proceso de visibilización que está en pleno desarrollo? ¿Es sustentable, se puede ampliar y proyectar en ámbitos institucionales?

—Si hablamos de lo político no hay decisión de instrumentar –salvo algunas excepciones– por ejemplo, la educación intercultural bilingüe –que está reconocida constitucionalmente y en la nueva Ley de Educación. En Entre Ríos es muy superficial. Con la Coordinadora de Comunidades Charrúas presentamos seis proyectos de los cuales sólo se consideró uno, aunque en algunos departamentos la capacitación docente no se realizó. Para nosotros es como un despertar, un proceso difícil porque en algunos casos no se comparte en toda la familia, o por los hijos a quienes en la escuela se les enseña otra cosa. Hoy veo la necesidad de encontrarse entre quienes tienen el mismo origen y saber sobre ello, aunque no sé si en el futuro crecerá. Al actual proceso lo asocio con lo de los hijos de desaparecidos, ya que es bastante similar en cuanto a la violencia. Te encontrás con hijos de desaparecidos que no quieren dejar la familia que los crió porque los quieren y aman, y no quieren saber nada sobre su familia biológica, y otros sí. Cada uno de nosotros tiene un proceso y un tiempo distinto. Todo tiene su tiempo y nada llega antes.

—¿En qué considerás que radica, como docente, la importancia de este rescate cultural?

—En que el 56% de nosotros tiene alguna sangre originaria, porque son los primeros pobladores de estas tierras y es historia. No puedo ser profesora de Geografía, de las Ciencias Sociales, si no hablo primero de quienes estuvieron acá. Es negar la historia de lo que fue esta tierra.





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