Raúl Legnami |
En los días previos al debate en el Senado de la ley interpretativa, promovida por el Frente Amplio, que anula los efectos de la Ley de Caducidad, el Frente Amplio emitió un comunicado llamando a “rodear el parlamento”. En el mismo sentido se “pronunciaron el PIT-CNT, la FEUU, Fucvam, Onajpu, Hijos, Crysol, Familiares de Desaparecidos y otras organizaciones sociales y de defensa de DDHH que conforman la Mesa Permanente contra la Impunidad.
Los porfiados hechos dijeron otra cosa: no se pudo rodear el parlamento, por el escaso público que se hizo presente y que incluso no pudo mantener las barras repletas de ciudadanos.
Sobre las 18 horas por la calle Garibaldi una multitud caminaba hacia el Estadio Centenario, plena de muchachas y muchachos vistiendo camisetas negras y amarillas. Las de Peñarol, claro. En sus manos no iba un solo cartel, ya fuera con la cara de algún jugador de fútbol o de algún niño desaparecido durante la dictadura. En las retinas estaba la bandera.
En ese momento el impacto visual fue grande y sentí, sin ningún dato objetivo, que esos jóvenes no tenía la menor idea de lo que estaba pasando en el Palacio Legislativo, mucho menos del significado de lo que estaban discutiendo los senadores.
Tuve la más firme sensación de que dos sociedades en un mismo territorio, estaban conviviendo paralelamente, sin encuentros, sin diálogo. Casi como si fuera una sociedad con dos hinchadas que no saben escuchar a la otra. Incluso en el momento de llegar al Parque Batlle me pareció sentir el silencio, la presencia de la nada, pesar de los gritos de la hinchada. El mismo silencio y la misma nada que había en las afueras del Palacio, aunque no había gritos.
Seguramente la mayoría de los integrantes de esa multitud eran firmes defensores de la democracia, de la libertad y del respeto a la vida. Pero en ese día, a esa hora, para muchos compatriotas importaba más una bandera de un club deportivo con historia, que el debate aburrido en la Cámara de Senadores, donde los legisladores volvieron a decir lo mismo que hace 22 años y con mucho menos énfasis sobre las aristas filosas de la verdad y la justicia.
Ya otra bandera, la del Frente Amplio, fue la que casi religiosamente logró congregar a otras caras de jóvenes, lo que permitió cambiarle el ánimo al electorado y darle el triunfo a José Mujica en 2009.
Confieso que esa breve experiencia en la calle me dejó unas horas pensando y fui oscilando de un extremo a otro en mi razonamiento. ¿Quiénes eran lo raros? ¿Los que iban al estadio o los que discutían en el Palacio? O el raro era yo que me estaba cuestionando lo que no valía la pena, lo que es normal en muchas sociedades democráticas.
De esta caminata entre La República y mi casa me quedaron más dudas que certezas, aunque hay una que habrá que tener en cuenta: hoy la gente no rodea el Palacio Legislativo por un comunicado de prensa, por más que las razones de la convocatoria tengan toda la justificación. Y mañana tampoco lo hará si alguien cree que solo alcanza con hacer desfilar una bandera gigante.
Si la izquierda pierde la capacidad de identificarse con la gente, si cree que solo hablando por televisión se emiten mensajes y se acumulan fuerzas, si no escucha a la población, si no participa de la lucha política junto a la ciudadanía, un día pondrá una película sobre la soledad y se descubrirá a ella misma en la pantalla.
Quizás en mayo, cuando se vote en Diputados, la izquierda y el movimiento social hayan aprendido que en política no se improvisa y que la participación del pueblo se construye. Parece que el PIT-CNT está en eso. Del Frente Amplio ni noticias.
*Periodista uruguayo, nota publicada este 17 de abril en La República
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