Javier García
La catarata de vulgaridades del ministro Fernández Huidobro en el selecto almuerzo de ADM resultó patética. Tan lamentables como los dichos resultó que entre los comensales, muchos de ellos pertenecientes a sectores muy influyentes económicamente, se tuviera como reacción a las ordinarieces del ministro estruendosas carcajadas de festejo. Una y otra son mala cosa y dicen que en Uruguay caímos bajo. Me hace acordar aquello de que "la culpa no la tiene el chancho, sino el que le rasca el lomo".
No hay necesidad de quedar bien con el ministro y aplaudir una conducta que si la tuviera un niño en la escuela sería inmediatamente sancionado por la maestra y si lo hace un hijo en la casa a sus padres o los abuelos no sería obviamente festejado. ¿Así que si lo dice un chiquilín es una ordinariez y si lo dice un ministro de Estado en un almuerzo con lo más granado de los dirigentes empresariales es una ocurrencia inteligente qué hay que aplaudir? Seguramente algunos de los que se lo festejaron hablan por ahí de los valores que se han perdido, pero no se animan a censurar en los hechos la pérdida de estos valores como la educación y el respeto. Después no echemos la culpa a las maestras ni a los gurises y mirémonos un poco más al espejo.
Con respecto al fondo de lo dicho, no resiste el más mínimo análisis a poco que se lo escuche con atención. Dijo Fernández Huidobro que no piensa pedir perdón porque no hay gente que esté dispuesto a perdonarlo y allí fue cuando concluyó con esa genialidad tan festejada de "que se vayan a la…". Bien, vayamos por partes. A Cristo no lo crucificaron "por gil" como, simulando magisterio, pretendió enseñar con suficiencia el ministro, sino por ser quien era. Ese "gil" como lo llamó fue un poco más importante y profundo que el inteligente Huidobro, pero entendemos que un opíparo almuerzo bien solventado no sea el lugar más adecuado para entender de teología. Hay millones de seres humanos en el mundo que luego de 2000 años de su muerte todavía no lo han podido comprender, asumimos que en la sobremesa del ministro tampoco sea fácil.
La fe no tiene nada que ver ni con el MLN que él integró ni con la brutalidad de la dictadura. No mezcle gofio con monopatines.
El perdón que se le pide a Fernández Huidobro y a todos los que con él actuaron como Mujica, no necesita que haya quien lo acepte. El perdón es un acto personal intransferible que no necesita de la aceptación del otro, requiere eso sí del arrepentimiento propio. Lo que pasa es que el ministro no está arrepentido así como la mayoría de los que con él atentaron. Por eso no pide perdón, porque cree que estuvo bien. Los otros, los que dieron el golpe de Estado son responsables por las atrocidades que cometieron y Huidobro por las suyas. No cree necesario asumir la realidad de lo que hizo porque en esa mente bélica hay ganadores y perdedores, y así como los militares golpistas dijeron una vez que a los ganadores no se le ponen condiciones, Huidobro se siente ahora el ganador y piensa que a los ganadores no se les exige pedir perdón.
Para superar esta mochila social de volver una y otra vez cuarenta años atrás, no hace falta que se muera nadie, hace falta que aprendan un poco del "gil" ese que Huidobro mencionó y vea como aún siendo Dios fue humilde. Pero es claro que esto no es fácil de entender en una sobremesa con muchos platos y muchas copas.
El Polvorín
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