domingo, 18 de julio de 2010

El orden reina... por ahora - Ángeles Maestro

La paz social, por ahora, apuntala la hegemonía del capital. El odio de clase, único portador de esperanza, aún no ha entrado en escena como sujeto histórico.

El llamado “Debate sobre el estado de la nación”, denominación que representa un insulto en toda la regla a los derechos nacionales de los pueblos, ha transcurrido – una vez más – sin que el discurso de las clases dominantes expresado por el gobierno del PSOE, la lógica de los “mercados” manda y no hay alternativa posible, se viera siquiera empañado desde posiciones de izquierda. El discurso de la ilusión reformista y del pensamiento débil apenas arañaba la lógica dominante con plañideros lamentos porque no se reforma la Ley Electoral o porque no se persigue el fraude fiscal.

El rasgo más destacado ha sido el rifirrafe dialéctico entre fracciones políticas que se disputan la representación de los mismos intereses.

Sin embargo, el marco general es mucho más dramático que otras veces. El capital en crisis, representado con coherencia absoluta por el FMI, los gobiernos de los diferentes países de la UE y el BCE, como un auténtico parásito, exige porciones cada vez mayores del cuerpo social y de la cantidad y calidad de vida de la clase obrera.

Sin que nadie en su sano juicio le conceda credibilidad alguna al “cambio de modelo económico” propugnado por el gobierno y a su hipotética capacidad para crear empleo, aparece cada vez con mayor claridad que el único camino que se perfila y hacia el que se dirigen todas las medidas (las que se toman y las que no se toman) es conseguir la revalorización del capital reduciendo a mínimos históricos el valor del trabajo.

¿Pero, qué quiere decir desvalorizar el trabajo para valorizar el capital? ¿Es el juego de la bolsa en el que unas acciones suben y otras bajan? ¿Qué significa que, tras el estallido de la burbuja especulativa, la economía – es decir el empleo – deba contraerse hasta un 40%?
¿Qué hay detrás del discurso y la acción de gobierno de Zapatero de presentar como “racionalidad”, “sensatez” la inevitabilidad del sometimiento efectivo y sin fisuras de la sociedad a los designios de los “mercados”?

Todo el sufrimiento que representa que los trabajadores debamos pagar la crisis aún no ha tomado cuerpo real. Todo ocurre todavía detrás del telón.
¿Qué estadística refleja el dolor de las familias desahuciadas, la angustia de la trabajadora o el trabajador despedido sin esperanza alguna de encontrar empleo? ¿Cómo se mide el insultante despilfarro de capacidades humanas que llamamos fracaso escolar y que tiene su causa directa en las desigualdades sociales? ¿Qué indicador expresa el profundo malestar social que se ahoga en alcohol o en ansiolíticos?

La máxima alienación se expresa en la aceptación, en aras de la sensatez y la lógica, de la necesidad ineludible de someter la destrucción física e intelectual de millones de seres humanos a las necesidades de supervivencia de entelequias como el mercado o el capital.
El capital que, como nos recordaba Marx, nació anegado en lodo y sangre, en momentos de crisis, chapotea en olor a muerte. Como decía León Felipe “los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos, el llanto del hombre lo taponan con cuentos”. Y cuando la realidad es tan lacerante que los cuentos no valen, y la angustia y el llanto se hacen intolerables, se utilizan los ansiolíticos como anestésicos de la conciencia. Y si el dolor se hace insoportable, se busca la muerte.

Los datos son abrumadores:

* En el estado español el 35 % de la población consume ansiolíticos y los psicofármacos son los medicamentos más consumidos.

* Un estudio[1] reciente realizado en 26 países de la UE revela que por cada 1% de incremento del paro, se produce un aumento del 0,8 en la tasa de suicidios, y otro tanto en la de homicidios. Si el desempleo aumenta un 3%, la tasa de suicidios lo hace un 4,5%.

Este sufrimiento mental y físico acumulado, de millones de personas (los parados son el grupo de población con más riesgo de enfermar por todas las causas, y en especial los menos cualificados, no ha irrumpido aún en los consejos de administración, ni en la bolsa, ni en los hemiciclos.

La paz social, por ahora, apuntala la hegemonía de la ideología del capital. El sufrimiento de las trabajadoras y los trabajadores aún se expresa mayoritariamente como autodestrucción individual. El odio de clase, único portador de esperanza y de alternativa de vida, aún no ha entrado en escena como sujeto histórico

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