Por Mumia Abu-Jamal
Para gran parte del mundo del activismo, ella era Goldi, una rapera y activista, cuya dulce voz pegaba como ladrillos cuando ella creaba un rap o cantaba una canción.
Para nosotros ella era Sami, nombre corto para Samiya, una joven brillante y reluciente que nunca dejó de sorprendernos.
Ella tenía muchos papelles -hija, madre, estudiante, activista, rapera, oradora, artista, lienciada y más!.
Para nosotros era la bebé, la más joven, y por eso tenía un brillo especial.
Es curioso. Para un padre o madre, una niña siempre es una niña. Aún cuando ya no lo es, en nuestra imaginación, sigue siendo una niña tras la cara y la forma adulta.
Durante los últimos tres o cuatro años, Samiya estaba muy enferma del cáncer al hueso que se extendió por todo su cuerpo.
Durante años tuvo dolor en su espalda pero lo aguantó con mucho valor, pensando que sanaría.
Samiya hizo lo que siempre hacía. A pesar del diagnóstico, peleó por la vida.
De hecho, terminó sus estudios en psicologá en su cama del hopital, obligándose a sí misma a recibir su maestría. Su clase entera admiró su voluntad y su prevalecer.
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