27/11/08
Por Miguel A. Semán
Por Miguel A. Semán
(APe).- Hay muertes que nacen huérfanas. Otras, en cambio, desde el principio exigen responsables. Las primeras navegan y se pierden sin pena ni gloria en el río caudaloso de las injusticias, pero la opinión mediática no tolera que las segundas se desvanezcan sin la cara y el nombre de un culpable. No importa la verdad, tampoco la justicia. Lo único que importa es encontrar la figura que encuadre en los parámetros del mal.
Decir que se encontró al asesino tranquiliza. Anunciar que fueron a sacarlo de la villa confirma los presagios. Saber que tiene 14 años entusiasma a periodistas y gobernantes filicidas que sostienen, palabras más palabras menos, que deben ser exterminados en la infancia.
En estas situaciones el sistema penal argentino aplica el “maleficio de la duda”, un viejo principio criollo que dice que en caso de duda deberá estarse en contra del pobre, del negro y del villero, y si además de alguna de esas tres características el sospechado es menor de edad, el maleficio se convierte en condena inapelable.
Brian, parece ser el protagonista de uno de estos casos. Detenido en un procedimiento dudoso en la Villa Puerta de Hierro de La Matanza, pocos días después es declarado autor confeso del crimen de San Isidro. Casi inmediatamente empezó a decirse que la confesión había sido arrancada con tormentos, y en medio de las denuncias, cuando ya algunos medios lo habían calificado de chacal, asesino y sub-humano, se fuga de una manera inexplicable a la casa de un pariente. La misma policía dijo que cuando lo encontraron el chico se largó a llorar.
Los maestros de la ESB Nº 141 de La Matanza, adonde estudiaba Brian y siguen yendo sus hermanos, se muestran consternados y no creen en la imputación. Ellos aseguran que es un alumno inteligente, capaz y confiable, con una historia escolar como cualquiera, pero que “goza de los atributos necesarios para ser estigmatizado porque vive en una villa, porque es pobre, porque su piel no es tan blanca. Y porque nadie está supervisando las pericias que posiblemente sirvieran para incriminarlo porque la familia no dispone de los medios económicos necesarios”.
Al intendente de San Isidro aquel hecho trágico le sirvió para denunciar una invasión de delincuentes a su distrito y para reflotar su proyecto de “inimputables cero”. No sea cosa que en el afán de buscar culpables lejanos nos encontremos con dos víctimas en vez de una y que después vayamos por más. Todos saben que siempre habrá una villa a mano para ir a sacar un pibe cuando la furia colectiva lo reclame.
Hace pocos días en un instituto de régimen cerrado (cárcel de menores), recién inaugurado en la Matanza, a dos adolescentes les regalaron todo el tiempo y la soledad del mundo para que se colgaran del techo de sus calabozos. Hoy debemos cuidar a Brian. Hay que hacerlo por su propio bien, por el nuestro y por el bien de una sociedad que no quiere darse cuenta de que a él también lo necesita.
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