Luis Maitías López
"El diccionario de la Real Academia Española define terrorismo como sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror", y tortura como "grave dolor físico o psicológico infligido a alguien, con metodos y utensillos diversos, con el fin de obtener de él una confesión, o como medio de castigo"
No son términos sinónimos, pero casi, de lo que se deduce que utilizar la tortura para conseguir informaciones que contribuyan a evitar actos terroristas es en un sinsentido. Porque tan terrorista es el que aplica la picana en los genitales de un detenido o le sumerge la cabeza en agua hasta el límite del ahogamiento, como el que se ciñe un cinturón explosivo y lo detona para causar el mayor dolor posible al enemigo, aunque se lleve por delante a un puñado de inocentes. Por añaduría, la frontera entre buenos y malos, entre ellos y nosotros, es difusa porque, casi siempre, los bandos se definen por ideologías y comportamientos que esconden intereses económicos e ideológicos egoístas o fanáticos. Como estamos a este lado de la línea de separación, engullimos con facilidad, como si fuese lo más natural del mundo, la idea de que Estados Unidos y Occidente en general representan el poder blando que, por puro altruísmo, intenta llevar la civilización, la democracia y los derechos humanos allá donde reina el fanatismo y la barbarie.
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