Pocas veces el terror político ha resultado tan evidente y tan inhumano como en el Cono Sur durante las dictaduras que se iniciaron en la década de los setenta. Los crímenes masivos entonces cometidos por los gobiernos militares, luego de pisotear los regímenes constitucionales, representaron una tragedia social cuyo dolor no acaba de disiparse.
En los últimos años he escuchado frases que no dejan de asombrarme: que “hay que mirar para adelante”, “no hay que tener ojos en la nuca”, “nunca más hermano contra hermano”, “perdón y reconciliación”, o como dijera el querido senador José Mujica: “esto se termina cuando muramos todos los actores involucrados.”
¡No Pepe! Cuando todos ustedes mueran, quedamos nosotros, los hijos, los que no olvidamos y pedimos justicia.
Se sabe por experiencia que el paso de veinte o treinta años hace falta. Se ha notado en Alemania, los casos de nazismo se han juzgado tarde, y todavía siguen con los pocos que sobreviven. Es evidente que hay un proceso de maduración de conciencia y de cambio generacional. Los involucrados en los hechos a veces tienen resistencia a hablar, los que vienen después están dispuestos a conocer el pasado, un pasado que no ha terminado, aunque haga tiempo que finalizó la etapa histórica de la dictadura cívico-militar.
Pertenezco a la generación que creció en dictadura, la generación que vivió y sufrió los allanamientos, los saqueos, fuimos testigos de los secuestros de nuestros padres, nos humillaron en los cuarteles cuando nos revisaban, destruyeron nuestros proyectos, perdimos oportunidades, nos generaron durante años mucho dolor y angustia, nos dejaron secuelas psicológicas, emocionales y sociales permanentes, y en muchos casos los daños fueron irreparables. Y ni hablar de los hijos que presenciaron los asesinatos de sus padres, los que fueron secuestrados y criados por sus represores, los que nacieron en cautiverio y aquellos que sufrieron la tortura desde el vientre de su madre.
El terrorismo de Estado también nos condenó. Crecimos esperando que la justicia castigara a los verdugos de nuestros padres y el dolor de ayer se convirtió en el motor de lucha de hoy. No puede construirse una sociedad sana sobre la impunidad de tanto horror. Por eso con coraje y dignidad, por los derechos de las siguientes generaciones, seguimos exigiendo firmemente verdad y el juicio a los responsables.
MARYS YIC.
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