martes, 31 de enero de 2012

Un funeral de Estado para Thatcher, garantía de protestas - Seumas Milne

"Thatcher fue la primera ministra que denunció a Nelson Mandela como terrorista, que defendió al dictador fascista chileno, Augusto Pinochet, intensificó la Guerra Fría y lanzó a la policía militarizada lo mismo contra los sindicalistas que en contra de las comunidades negras. Fue la primera mujer que se convirtió en primera ministra, pero sus medidas políticas dañaron a las mujeres más que a nadie, como las de Cameron hoy en día.”


Seumas Milne, analista
Podría parecer que el momento es extraño para andar intentándolo, pero el empeño por rehabilitar a Margaret Thatcher está hoy en pleno auge. Hace un par de años, los verdaderos creyentes estaban fuera de sí por el desplome de la reputación de la heroína. El alcalde conservador de Londres, Boris Johnson, se quejó de que el nombre de Thatcher se había convertido en “sinónimo de abucheo” y “una forma abreviado de egoísmo y yo-primero”. Su antiguo gurú de relaciones públicas, Maurice Saatchi, se inquietaba por que estuvieran “en cuestión sus principios de capitalismo”.

Estando en la oposición, el mismo David Cameron trató de distanciarse de su venenosa herencia de “partido inmundo”. Pero igual que él y George Osborne se embarcan en recortes aún mayores y una privatización de servicios públicos de mayor alcance que la intentada por la misma Thatcher, llega The Iron Lady [La dama de hierro], con Meryl Streep, al rescate de la reputación de la primera ministra.

Mientras la extraordinaria recreación de Thatcher realizada por la actriz de Hollywood nos mira desde [la publicidad de] los autobuses, los comentaristas insisten en que la película “no es política”. Cierto, no toma partido de forma explícita en la década de mayor conflagración de la política británica de postguerra. Deja claro que las medidas políticas de Thatcher fueron controvertidas y suscitaron una fuerte oposición. Pero, tal como apunta la directora Phyllida Lloyd, “toda la historia se escribe desde su punto de vista”.

Se nos muestra a gente decidida a ir a por ella, pero sin saber muy bien por qué. Vemos los rostros iracundos de manifestantes y mineros en huelga desde el interior de su coche, no las comunidades asoladas de las que provienen.
Al centrarse en su demencia, provoca simpatía por un ser humano que lucha con las vicisitudes de la vejez. De forma notable, se celebra como icono feminista a una mujer que rechazó el feminismo de manera vehemente y se retrata batallando contra el prejuicio clasista a un personaje político que libró una manifiesta guerra de clases.
La misma Lloyd no tiene reparos en lo que respecta a la fuerza de la película: esta es “la historia de una gran líder, a la vez tremenda y con sus imperfecciones”. Como es natural, algunos de los partidarios y miembros de su familia se han mostrado reacios al modo de presentar su enfermedad.
Pero el autor de su biografía autorizada, Charles Moore, un tory de alta gama, no tiene dudas acerca de la eficacia del mensaje político de la Dama de Hierro. Esta película destinada a los Oscar es, según declara, “una pieza poderosísima de propaganda para el conservadurismo”. Y en el caso de mucha gente con menos de 40 años, su visión de Thatcher y de lo que representa quedará formada por esta cinta.

Mientras tanto, la publicación la pasada semana de los documentos del gabinete correspondientes a 1981 ha dado otro impulso al revisionismo en torno a Thatcher. La revelación de que autorizó una vía secreta de contacto con el IRA durante las huelgas de hambre y de que se opuso a los intentos del Tesoro de negar a Liverpool una exigua inyección monetaria tras las revueltas de Toxteth [1] se han saludado como prueba del pragmatismo de una dirigente conocida por su inquebrantable carácter implacable.

Pero lo más chocante son los preparativos que se están realizando para que Thatcher tenga un funeral de Estado. En el siglo XX sólo un primer ministro, Winston Churchill, ha recibido una despedida ceremonial semejante. Churchill tuvo su dosis de enemigos politicos, por supuesto, del sur de Gales a la India. [2] Pero su papel de líder durante la guerra, cuando Gran Bretaña se vio amenazada por la invasión nazi, significaba que había sido aceptado como figura nacional en el momento de su muerte.

Thatcher, que se arropó con los despojos del botín político de una feroz guerra colonial en el Atlántico Sur, no posee ese estatus y ha sido la personalidad política más divisiva de nuestro tiempo.

Gordon Brown dejó caer absurdamente la idea de un funeral de Estado en un infructuoso intento de apaciguar al Daily Mail [diario sensacionalista conservador británico]. Pero la coalición sería aún más insensata si llevara adelante lo que se está actualmente planificando. Un funeral de estado para Thatcher no sería para millones de personas un acontecimiento nacional sino una celebración conservadora bipartidista y una afrenta a grandes zonas del país.

No sólo en las antiguas comunidades mineras y áreas industriales sino por toda Gran Bretaña, Thatcher es todavía objeto de odio por el daño infligido, así como por su legado político de endémica desigualdad y codicia, de privatización y fractura social. Las protestas están tomando ya la forma de peticiones satíricas por correo electrónico para que el funeral se privatice: [3] si sigue adelante, lo probable es que se produzcan protestas y manifestaciones.

Se trata de una personalidad política que, al fin y al cabo, nunca consiguió el voto de más de un tercio del electorado, que destruyó comunidades, creó un desempleo masivo, desindustrializó Gran Bretaña, redistribuyó de los pobres a los ricos y, merced a la desregulación de la City, puso las bases de la crisis en que nos hemos visto sumidos 25 años después.

Thatcher fue la primera ministra que denunció a Nelson Mandela como terrorista, que defendió al dictador fascista chileno, Augusto Pinochet, intensificó la Guerra Fría y lanzó a la policía militarizada lo mismo contra los sindicalistas que en contra de las comunidades negras. Fue la primera mujer que se convirtió en primera ministra, pero sus medidas políticas dañaron a las mujeres más que a nadie, como las de Cameron hoy en día.

Un punto de vista común al establishment británico -amén de postura implícita de la Dama de Hierro- es que, si bien Thatcher tomó medidas drásticas y “fue demasiado lejos”, era la medicina necesaria para que la economía enferma de la década de 1970 recuperase un crecimiento saludable.

No hizo nada parecido. El crecimiento de los ochenta thatcherianos, de un 2’4%, fue exactamente el mismo de los enfermizos setenta, y considerablemente más bajo que el de los corporativistas sesenta.
La salvaje deflación provocada por su gobierno destruyó una quinta parte de la base industrial británica en dos años, vació la industria y llevó a cabo un “milagro de productividad” que nunca se produjo. Hoy vivimos con las consecuencias de todo ello.

En lo que sí tuvo éxito fue en restaurar el privilegio de clase, impulsando la rentabilidad a la vez que recortaba drásticamente la parte de los empleados en la renta nacional de un 65% a un 53% gracias a sus ataques contra los sindicatos. Gran Bretaña se enfrentaba a una crisis estructural en la década de 1970, pero había múltiples vías para salir de ella. Thatcher impuso un modelo neoliberal que hoy vemos fracasado en todo el mundo.

Apenas sí ha de sorprender que haya quien quiera darle un lustre benévolo al historial de Thatcher, cuando otro gobierno dirigido por los tories está forzando medidas políticas al modo thatcheriano, y los disturbios, el desempleo en aumento y los durísimos recortes de prestaciones son un eco de sus años en el poder. La rehabilitación no tiene tanto que ver con aquel entonces como con ahora mismo, razón por la cual no debería pasar sin que quede en tela de juicio. Thatcher no fue una “gran líder”. Fue la primer ministra más destructiva socialmente de la época moderna.22.01.12
Notas del t.:

[1] Las revueltas urbanas ocurridas entre abril y junio de 1981 fueran las peores de todo el siglo XX en Gran Bretaña, con violentos enfrentamientos entre la policía y jóvenes negros en Liverpool (del que el barrio de Toxteth forma parte), Manchester y algunas zonas de Londres, entre ellas Brixton y Southall. Más de 800 policías resultaron heridos y fueron detenidas 3.000 personas. [2] Churchill fue particularmente detestado en las zonas mineras del sur de Gales por su papel como ministro del Interior en la represión de las huelgas y disturbios de Tonypandy en 1910-11. Por otro lado, siempre trató de subversivos antiimperialistas a Gandhi y el Partido del Congreso indio. [3] Con seriedad irresistiblemente irónica y humor inconfundiblemente británico, el señor Scott Morgan formalizó esta petición, suscrita hasta hoy por más de 28.000 personas, al gobierno de Su Majestad: “En consonancia con el legado de tan gran señora, el funeral de Estado de Margaret Thatcher debería ser financiado y gestionado por el sector privado con el fin de ofrecer el mayor valor y capacidad de elección a los consumidores finales y demás partes interesadas. Los abajo firmantes creemos que el legado de la ex-primera ministra no merece menos y que ofrecer esta oportunidad única constituye una forma ideal de recortar los gastos del gobierno y demostrar además los méritos de la liberalizada economía de la que la baronesa Thatcher fue punta de lanza”.



*Analista político británico que escribe en el diario The Guardian. Coautor de Beyond the Casino Economy. Publicado en simpermiso.info

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