Darío Botero Pérez
Trompetas del desastre
Trompetas del desastre
Quizás con la excepción de Haití, no hay duda de que las guerras de independencia en América fueron inspiradas por la masonería.
USA fue su primera “obra”, y la ciudad de Washington se diseñó como toda una expresión del credo masón y reflejo de su simbología secreta.
Esto ya es suficientemente conocido, de modo que no amerita gran sustentación. Lo que sí es interesante sacar a la luz son las pruebas de la relación entre masonería y sionismo.
Admitiendo que el sionismo apenas muestra su rostro a fines del s. XIX (con Theodor Herzl reclamando su derecho a la Tierra Prometida, exacerbado por héroes como Ben Gurión), es verosímil que los fanáticos sionistas, fundados en los descendientes de la tribu de Leví (los levitas o curas judíos), hayan tenido mucho que ver históricamente con la masonería.
Conviene que quien disponga de información al respecto la difunda.
De todos modos, el mesianismo de los fanáticos descendientes del tramposo Jacob, es sobradamente conocido desde la antigüedad, y no dejan de confirmarlo.
Quien se tome la molestia de leer la Biblia, en particular sus primeros libros, podrá comprobar que la decisión de arrebatarles a los palestinos sus tierras es una constante de la Historia. Y entenderá que el propósito explícito del sionismo es precipitar el fin del Mundo.
Los cristianos parecen compartir la misma obsesión suicida. Y no hay duda de que los musulmanes están dispuestos a seguirles la corriente, y hasta a superarlos en locuras teocráticas y desprecio a la dignidad humana, tanto de los herejes como de los mismos creyentes, condenados a morir por su fe.
De ahí el riesgo de guerra mundial en que se debate la Humanidad.
Ante la posibilidad cierta de construir una sociedad capaz de satisfacer las necesidades de todos los seres vivos, con la condición de detener el irracional y suicida consumismo y de poner la riqueza social al servicio de todos; los potentados de todos los pelambres (en particular los que cultivan fanatismos político-religiosos en las masas, condenándolas a vivir de supersticiones) prefieren desatar la guerra para destruir las conquistas de la civilización laica, del humanismo, la filosofía y la ciencia.
Para sostenerse necesitan mantener a las mayorías en la ignorancia y fanatizadas, dispuestas a enfrentar a quien indiquen los líderes corruptos pero hipócritas, enseñados a aparentar posturas de santones que engañan incautos.
En la sociedad del conocimiento, que remplazará las sociedades ignominiosas preponderantes en la Historia, los métodos de los potentados no tienen cabida ni ellos disfrutarán de ningún privilegio después de que paguen sus crímenes.
Ellos lo saben. Por eso anhelan acelerar el fin del Mundo. De todos modos, ya están condenados. Su hedor a azufre les impide olvidarlo. Pero los desespera que los demás ya los huelan con sólo escuchar sus nombres despreciables. Pronto no encontrarán a quien engañar.
Sus dogmas les brindan la única esperanza que les queda. Y el del Juicio Universal, con todas sus peculiaridades, es el que le quieren aplicar a toda la Humanidad actualmente.
Su propósito es desencadenar una confrontación de civilizaciones que se alimentaría del fanatismo religioso de las tres religiones monoteístas más arrogantes y arrasadoras: la judía, la cristiana y la musulmana.
El repugnante criminal mitómano, todavía impune, George W. Bush, creyó ser el portaestandarte del extremismo cristiano, pero ya le es imposible lograrlo. Quizás la mentirosa tarada y ambiciosa, Sara Palin, sea la indicada, aunque no es popular la idea de que el Anticristo sea una mujer.
¡Eso la convierte en una abominación más interesante!
Dulzainas de la convivencia
Ante delirios tan nocivos, que predican el exterminio, necesitamos responder con claridad y contundencia, de una vez por todas, como ciudadanos de la misma aldea que comparten propósitos y enemigos comunes.
Las mayorías son amantes de la Vida y capaces de superar las diferencias artificiales que han venido siendo el motivo para las matanzas propiciadas por los potentados. Están dispuestas a tratarse como hermanos y a castigar a quienes lo han impedido y siguen estorbando en su agonía.
Que cada uno crea lo que quiera, pero que nadie se atribuya el derecho a imponérselo a los demás porque sus creencias se lo exigen o lo convencen de que es su deber para ganarse el cielo o para impedir que el pecado florezca, o por cualquier estupidez que le parezca importante al creyente o que le hayan inculcado sus amaestradores.
Sólo los Sensatos del Mundo Unidos podrán impedir que los potentados petroleros, banqueros, mineros, mediáticos, etcétera, completen su obra devastadora.
Afortunadamente, a los críticos de la Historia los asisten la verdad y la razón, de modo que tienen armas para vencer a los inescrupulosos arrogantes culpables del desastre.
Es de esperarse que la juventud de todas las ideologías valore su futuro y entienda que es con esas armas de la inteligencia como podrá enfrentar y vencer a los decadentes.
Estos decrépitos prefieren la extinción que predican sus dogmas al futuro luminoso que ofrece el alto desarrollo de las fuerzas productivas, que es capaz de conquistar la igualdad social y el respeto universal.
Los seres humanos no pueden seguir matándose por desacuerdos teóricos ni por concepciones ideológicas discrepantes.
El máximo principio -exigido tanto como garantizado a todos los seres humanos- tiene que ser el respeto a la Vida.
En consecuencia, las amenazas a su conservación, no pueden ser admitidas.
Desgraciadamente, hay demasiadas ideologías religiosas, políticas y filosóficas que pretenden valer más que la Vida, de modo que sus adeptos se sienten autorizados para extinguirla, sobre todo la de quienes no comparten sus delirios.
La de quienes los comparten, puede conservarse. Pero envilecida, reducida, adulterada, sojuzgada, oprimida, traicionada…
Puesta al servicio de los ideólogos que difunden, defienden, sostienen y adaptan la ideología respectiva a la conservación de sociedades jerárquicas.
Éstas condenan a las mayorías a perder su viaje a este mundo convertidos en sirvientes de los potentados; en víctimas de la autocracia y sus violencias y humillaciones.
Como toda ideología es caprichosa y arbitraria, y generalmente nociva, tomar partido por cualquiera es un error que ha sido obligatorio en la Historia para sobrevivir.
Pero también es un derecho, de modo que no vale la pena disputar por ellas si se pretende ser proactivo para salir del atolladero en que nos hallamos sumidos por culpa de los potentados.
Sus efectos más deplorables pueden evitarse mediante consensos globales expresados como postulados positivos, claramente formulados, consensuados y promulgados, que sean apoyados y defendidos por las mayorías.
De tal estirpe son los Derechos Humanos. Y lo serán todas las instituciones en la Nueva Era.
Desarrollarlas es un compromiso de toda la Humanidad decente y sana.
Participar es tu decisión personal. Debe ser guiada por tu conciencia, no por personas ajenas sino por convicciones propias nutridas de información fidedigna suficientemente criticada y masticada.
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