Colombia sigue siendo un país de paradojas y hechos macondianos. En el país del realismo mágico suceden las cosas más inverisímiles y locas. La cotidianidad está llena de imprevistos.
Cualquier cosa puede ocurrir y ya casi nada logra asombrarnos. Es el país del Sagrado Corazón de Jesús y de Gabriel García Márquez. El país del Plan Colombia y el Plan Patriota. Y de militares y mercenarios yanquis que andan como Pedro por su casa controlándolo todo.
Colombia es uno de los países más militarizados de América latina y el gasto en la llamada seguridad alcanza cifras económicas astronómicas. El aeropuerto internacional El Dorado de la ciudad de Bogotá se supone es uno de los aeropuertos más estrechamente vigilados del mundo. Y no debería ser para menos.
El problema del narcotráfico así lo obliga. Por estas razones centenares o quizás hasta miles de personas han sido detenidas intentando sacar narcóticos hacia el extranjero.
Uribe se ufana ante el mundo por los resultados de la política militarista de la seguridad Democrática. Argumentó su intención de una nueva reelección presidencial con el argumento de poder mantener los logros de esta política. Santos se ufana de ser fiel continuador de la misma. Y esta semana en Naciones Unidas hablará de los logros impresionantes de esta política.
Pero en este país militarizado a tope y en un aeropuerto lleno de policías, soldados, agentes secretos, agentes de la DEA y de la CIA, además de informantes y cooperantes un niño de 15 años, sin documentos de identidad, sin tiquete aéreo y sin dinero logró burlar tranquilamente los severos esquemas y anillos de seguridad. Se subió a un avión y alcanzó a llegar hasta Santiago de Chile.
Quien haya abordado un avión en Bogotá hacia el exterior conoce de la rigidez de los controles y las requisas. Que empiezan a la entrada al propio aeropuerto. Hay que mostrar el tiquete aéreo. Luego en el mostrador de la línea aérea viene otra exhaustiva requisa. Luego de esto se llega a la puerta que da acceso al proceso de emigración. Nuevamente hay que mostrar el tiquete y el pasaporte. Luego se hace fila y se pasa por las estrechas y muy vigiladas ventanillas del DAS.
El tristemente célebre Departamento Administrativo de Seguridad.
Aquí sobran los ojos vigilantes. No solo de quienes están en las ventanillas. Ojos avizores de agentes avizores escudriñan a cada pasajero. A la menor sospecha se es llamado para verificar documentos y justificar las razones del viaje. Luego viene el control de la Aduana. Control manual y control electromagnético. Pasados estos controles hay unos policías que vuelven a hacer un chequeo corporal.
Después de todos estos anillos y controles se pasa a las salas de espera. Pero estando en estas se siente la mirada atenta, viva y maliciosa de agentes secretos. Ante cualquier nerviosismo o cualquier sospecha se puede ser llamado a un nuevo control. Bueno, antes de entrar a la sala de espera hay un control de la empresa aérea. Finalmente está el control para entrar al avión. Nueve controles en total. Más decenas de miradas escrutadoras y de seguimientos por los ojos electrónicos de las cámaras internas de televisión.
Todo, todo burlado tranquilamente por un niño de 15 años.
Pero no solo esta inocente aventura deja por el suelo las flamantes políticas de la seguridad Democrática. Las principales ciudades son un polvorín. Los crímenes, robos, asaltos, enfrentamientos de pandillas y otros hechos de violencia se han disparado. Las alarmas están prendidas. Especial atención y alarma causa la violencia juvenil. Tanto que una parlamentaria supuestamente defensora de la niñez ha presentado un escabroso proyecto de ley para triplicar las penas a los niños y jóvenes que delincan.
Es que todo lo quieren seguir resolviendo a punta de bala, tanquetas, fusiles y cárcel.
Y no quieren entender que los problemas de violencia e inseguridad en Colombia son estructurales y reclaman otros esfuerzos y otras soluciones.
Y no quieren entender que los problemas de violencia e inseguridad en Colombia son estructurales y reclaman otros esfuerzos y otras soluciones.
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