Este domingo el pueblo venezolano será protagonista de una jornada histórica: o ratifica masivamente con sus votos la continuidad y profundización del proceso revolucionario en Venezuela o, en caso de no hacerlo, le estará abriendo la puerta a la restauración conservadora. Eso es lo que está en juego. Lo segundo puede ocurrir por obra y gracia de dos diferentes eventualidades:
una derrota electoral del chavismo (lo que parece como altamente improbable, por no decir imposible) o bien una victoria parcial del gobierno en las urnas pero insuficiente para garantizar el adecuado acompañamiento de la Asamblea Nacional (AN) a las propuestas e iniciativas del presidente Chávez. Estas dos alternativas responden a un mismo factor: la abstención electoral. Si en esta coyuntura el pueblo chavista no asume al sufragio como un arma revolucionaria y reedita los altos niveles de abstención registrados – el 44 % registrado, por ejemplo, en el referendo constitucional de Diciembre del 2007- entonces el futuro de la Revolución Bolivariana se verá muy seriamente comprometido. Tal vez, y ojalá me equivoque, irreparablemente comprometido.
La estrategia seguida por las clases dominantes venezolanas y sus amos imperiales ha sido muy clara: fracasado el golpe de estado y derrotada la huelga petrolera la opción escogida consistió en corroer desde adentro a la revolución, desmoralizar a la población con una fenomenal campaña mediática de una intensidad y cobertura sin precedentes y paralizar la acción del gobierno desde la renovada trinchera de la AN. Saben que en el terreno electoral Chávez es prácticamente invencible: triunfó en 14 elecciones generales y sólo fue derrotado -por un margen inferior al 1 %- en el referendo constitucional del 2007.
Por eso es tan importante esta elección: porque en estos años se desaprovechó una magnífica oportunidad cuando debido al boycott de la derecha a las elecciones del 2005 el oficialismo, que dominaba sin contrapeso opositor la AN, no contó con los asambleístas patrióticos, lúcidos, honestos y revolucionarios que se requerían para aprobar las leyes fundamentales que exigía la construcción del socialismo del siglo veintiuno.
¿Se podrán ahora obtener los dos tercios de los escaños de la AN para aprobar las leyes orgánicas que se requieren para fundar una nueva economía, un nuevo estado, una nueva sociedad? ¿Se podrá alcanzar el 60 % exigido para aprobar las leyes habilitantes, que le otorgan al presidente facultades especiales para gobernar por decreto?
Si tal como lo señalara hace pocas semanas Ignacio Ramonet la oposición llegara a elegir 56 diputados esto la facultaría para impedir la aprobación de cualquier ley orgánica; y si lograse aumentar su presencia con 67 diputados la AN no tendría ninguna posibilidad de votar las leyes habilitantes que le permitan a Chávez gobernar. Y hasta ahora las principales reformas de la Revolución Bolivariana pudieron realizarse precisamente gracias a esas leyes habilitantes. [1]
Pero además hay que tener en cuenta que aún cuando la derecha no obtenga ya no digamos 56 sino 50 o 51 diputados, el oportunismo político de algunos infiltrados en las filas del PSUV haría que algunos de éstos cambiaran rápidamente de bando una vez electos, vendiéndose miserablemente a la derecha que ya dispone de enormes fondos para sobornar conciencias corruptas y acrecentar su gravitación en la AN por esta vía.
Esto corruptela se ha verificado en varios países de América Latina y el Caribe y nada indica que Venezuela esté a salvo de esa peste. Y lo grave del caso es que para lograr tener ese poder de veto la derecha no necesita de un sobresaliente desempeño electoral. El chavismo, a su vez, para conjurar estos nefastos resultados y neutralizar la defección de los oportunistas debería elegir un mínimo de 115 diputados. Tal resultado sólo será posible si es que este domingo se registra una muy alta tasa de participación electoral.
Si, en cambio, la abstención es elevada las chances de lograr un resultado que impida el veto sistemático de la derecha enquistada en la AN disminuirían dramáticamente.
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