martes, 29 de noviembre de 2011

LA LÓGICA DEL CONTINENTE PARÁSITO- J. F. Marguch


La mayoría de los europeos, comenzando naturalmente por los británicos, no se explica cómo se sostiene la cotización del euro en un clima de crisis financiera y de escepticismo.

Hasta el miércoles último, Alemania navegaba de manera airosa en medio de la turbulencia que azota a Europa y señalaba el rumbo que debían seguir las demás naves de las naciones de la Eurozona, algunas ellas haciendo agua y otras algo desarboladas.


Angela Merkel había asumido el timón, con la resignación de Nicolas Sarkozy, la complacencia de varios otros líderes y el desagrado de otros más.

Pero ese fatídico 23 de noviembre los mercados soplaron a barlovento, a sotavento, de proa a popa, en fin, por toda la geografía del florido idioma marino (con perdón de Herman Melville y Joseph Conrad) y la potencia europea pareció perder algo de su calidad de insumergible.

Es que por primera vez en décadas, los mercados rebajaron en la práctica su calificación de confiabilidad absoluta en Alemania, que sólo logró colocar el 61 por ciento de una emisión de deuda a 10 años.

Es lo que necesitaban los euroescépticos para descargar en las bolsas miles de millones de euros en bonos de deuda soberana de países miembros de la Eurozona, cuyas autoridades vieron reducirse a cenizas parte de su patrimonio de esperanza de una pronta salida de la crisis.

Incoherencias ¿Quién entiende a los mercados? En el mismo día del campanazo de advertencia para la arrogante y dura almirante germana, los Estados Unidos colocaban la totalidad de una emisión de bonos a siete años.

Y no sólo eso: lo hicieron ofreciendo pagar el tipo de interés más bajo de su historia. Y más todavía: la demanda de sus bonos fue tres veces mayor que la oferta.

Aun más: el lunes 21 habían concluido en un rotundo fracaso las negociaciones del llamado “supercomité parlamentario” del Congreso, integrado por seis representantes demócratas y otros tantos republicanos, sin alcanzar acuerdo alguno sobre el programa de estabilidad para los Estados Unidos, que se internaban en las sombras.

Al parecer, la mayor devaluación en la economía globalizada es la devaluación de la lógica. Objetivamente, Alemania presenta mayor solidez que los Estados Unidos, que ha sobrepasado una vez más hasta el nivel máximo de endeudamiento, logrado in extremis el 2 de agosto último, un día antes de entrar en cesación de pagos. Sin embargo, los mercados confiarían ahora más en Obama que en Merkel.

Mayor participación. Un principio de explicación para este aparente enigma es la actitud de los propios europeos. Por ejemplo, los países acreedores del norte de Europa, como Holanda, Eslovaquia o Finlandia, que acumulan robustos paquetes de deuda soberana de consocios de la zona del Euro, exigen ahora una mayor participación en la toma de decisiones, temerosos de que sus intereses puedan quedar afectados por nuevos salvatajes.

Ya han accedido a perder el 50 por ciento de sus tenencias de papeles griegos, pero sus pueblos no parecen dispuestos a tolerar nuevos sacrificios. Para contribuir a la confusión general, el nuevo presidente del Banco Central Europeo (BCE), el prudente italiano Mario Draghi, afirmó en el discurso de su investidura, el 1 de noviembre último, que Europa se desliza hacia una “recesión suave”.

El 62 por ciento de los alemanes, que en teoría serían quienes más satisfechos se sentirían dentro de la Eurozona, se manifestaron en favor de abandonar el euro y pronosticaron que la moneda común dejaría de existir dentro de 10 años.

Alemania es la segunda exportadora mundial de bienes industriales. En los últimos años, el grueso de sus exportaciones se orienta hacia los mercados emergentes, no a la demanda intraeuropea.

La dirigencia antes, y el ciudadano común ahora, perciben a Europa como un lastre. De hecho, su mercado más importante son las compañías multinacionales estadounidenses, localizadas en los países en desarrollo.
En ese contexto, el euro sería poco menos que prescindible.

¿Cómo resiste? Hablando de lógica en economía, la mayoría de los europeos, comenzando naturalmente por los británicos, no se explica cómo se sostiene la cotización del euro en un clima de crisis financiera, escepticismo y crecientes amenazas de segregación en el seno de la Eurozona.

Desde que se inició la circulación de la moneda unitaria, el 1º de enero de 2002, el euro se ha valorizado frente al dólar estadounidense en más del 60 por ciento. Por entonces, la UE detentaba el 24 por ciento del comercio internacional; hoy no llega al 19 por ciento... y sigue en caída libre.

Sin embargo, no se deprecia. Se beneficia así con el menor precio que paga por los combustibles, elemento esencial de su productividad y bienestar, pero se daña su poder de concurrencia en los mercados internacionales. La única razón de esta sobrevaloración es, para variar, la especulación.

Sostuvo al respecto, en estos días, el diario económico español Cinco Días: “Europa creyó que podía crear y administrar una moneda propia, separándose definitivamente de la órbita dólar. La realidad ha demostrado que todo esto es un gran disparate, la moneda propia terminó siendo un engendro para beneficio absoluto del sector financiero. Sector que todavía no ha terminado el proceso euro; el mismo finalizará con la gran ola privatizadora que hará propietarios a los bancos de la mayoría del sector de servicios europeos. La unificación monetaria de países con realidades completamente distintas hoy se ve que fue sueño de una noche de verano tropical. Imposible de concretar, a menos que la unión sea una unión fiscal; para eso habría que convencer a los países superavitarios de que compensen los déficits de los países que no lo son. Idea que es imposible en este momento, sobre todo en Alemania”.

Y concluye, no sin amargura: “Europa se ha cerrado sobre sí, creyendo que es el centro del mundo, la realidad es que no lo es, y está perdiendo importancia global a pasos agigantados. Se ha convertido en un gran continente parásito en el cual hasta los habitantes de países de bajísima productividad se sienten con derecho a estándares de vida de lujo, sin el esfuerzo que les corresponde”.
Fuente: La Voz

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