.Por: Domingo Alberto Rangel
En París han vuelto a sentenciar a Ilich Ramírez Sánchez a prisión perpetua. Era inevitable esa condena y su ratificación. Ninguna potencia, así sea “flaca, fané y descangañada”, como quedó Europa tras la Segunda Guerra Mundial, puede permitirle a nadie la prerrogativa de atacar a sus polizontes de manera impune. Con la policía, lo mismo que con el ejército, no juegan los Estados. Porque en definitiva, podado de retóricas caritativas o simuladoras, el Estado es un policía o un soldado armados ambos hasta los dientes. Ahora con la condena surge la posibilidad de apelar a las armas de la diplomacia para lograr que las puertas, siempre pesadas de la cárcel de alta seguridad donde la justicia del Estado francés tiene recluido a Ilich, se abran para él.
Ante todo, hay que cambiar el objetivo de cualquier campaña de solidaridad. Si se trata de rescatar al prisionero, hay que modificar el propósito, el estilo y hasta la personalidad de quienes luchan por su liberación. En las campañas desarrolladas para la excarcelación de Ilich hasta ahora se buscaba o, mejor buscaron quienes las adelantaron ganar ámbitos publicitarios y calzar puntos morales a costa del prisionero. Ilich tuvo la desgracia, tan calamitosa como la propia condena, de ser defendido, en campañas de publicidad planteadas o cumplidas desde el momento en que fue capturado hasta hoy, por unos militantes de esa izquierda electoral que es lo peor, en lo moral y en lo político, en la fauna política de la América latina. El ambiciosillo que necesitaba redondear su plataforma para treparse hasta las altas cúpulas desde donde es factible conseguir un curul, hacia la defensa publicitaria de Ilich, presentándolo en los mismos términos en que lo hacia la justicia francesa. Las campañas de solidaridad contribuyeron a acentuar el rigor de la sentencia pues la justicia de París se vio obligada casi a extremar la dureza del fallo. Ahora estamos en otra situación, nueva por completo, ya ha sido condenado y sobre tal realidad debe plantearse la solidaridad: hay que aceptar el fallo si es que se quiere rescatar a Ilich Ramírez y ello implica sustraer, con mano resuelta, el problema de la legitimidad de la justicia francesa para conocer del caso. Hay que hacerle a Francia, repetimos, si se aspira a liberar a Ilich y no a facilitarle a algún izquierdista necesitado de votos, la conquista de un asiento en las cámaras Legislativas o del sillón de la presidencia de la república. Es posible que sea necesario ir más lejos.
Francia, como todos los países tiene un orgullo nacional, que como los vestales acecha y cuida la heredada patria. Ilich, debe hacer una autocrítica dándole una explicación al pueblo de Francia. La trayectoria de un revolucionario, debería decir en estrados, está acechada por sorpresas y casualidades casi incontrolables. El episodio de los agentes de policía muertos en uno de los raids de Ilich fue un suceso desgraciado e imprevisto.
El resultado, en lo que atañe a los agentes muertos, fue obra del azar por lo cual el propio Ilich reitera todas las excusas que sean de rigor.
Estas posturas concretas deben descansar en una ventilación o ser producto de una ventilación del asunto entre revolucionarios que tengan acentos autocríticos todo lo sincero que sea preciso. Ilich tuvo la desgracia, en sus andanzas, de caer en manos de gobiernos del medio oriente, no muy transparentes y honestos. Esa circunstancia, de por si fatal, se agravaba por el hecho de buscar un cierto sensacionalismo cinematográfico en las acciones que emprendía o realizaba Ilich por lo cual se exponía a cometer excesos o a caer en hechos derivados que contradecían las miras o los propósitos de los programas revolucionarios.
Es la autocrítica que puede y debe hacerse Ilich en una búsqueda honesta y recta de su excarcelación. No tiene por qué condenar su línea violenta, de ella sólo debe incriminar ahora sus aspectos extremistas, de terror innecesario o que sea innecesario. Un aspecto indispensable en lo que ahora diga o admita, estriba en su islamismo militante. No deja de ser valeroso abrazar el islam tras la voladura de las torres neoyorquinas, pero tampoco puede caer el prisionero en el larde. Explicar con gallardía y con coraje por qué se hizo musulmán cuando ello sea indispensable y nada más. Así se satisfacen imperativos ideológicos y exigencias tácticas.
En el caso de Ilich Ramírez Sánchez es fundamental determinar si se busca, en su caso presente, la liberación o medrar de un caso deplorable. Para mí, el caso de Ilich tiene imperativos personales. Fui amigo del padre y de la madre y tengo por ambos el más completo respeto. Pero eso no me impide ver las dificultades enormes de la liberación del condenado a cadena perpetua. Si no se opta por las vías diplomáticas de la negociación y el dialogo, no saldrá Ilich jamás de la cárcel. Y entonces su eventual liberación exigirá algo que esté más allá de las posibilidades de Venezuela. Para rescatar a Ramírez Sánchez sería necesario imitar o repetir la hazaña de Julio Cesar el romano, conquistador de las Galias. Todos los países tienen algo de chauvinistas, por algo existen las patrias, con su juego de himnos, banderas y escudo y por algo han ido las naciones a guerras que han dejado millones de muertos en el altar de la insensatez.
Hay que precisar, con todo rigor si se está interesado en hacer propaganda o en rescatar algún día a Ilich. Si es lo primero, basta con asegurar la sala E de la biblioteca de la UCV donde los actos que se realizan llevan las mismas diez o quince personas que entre aplausos premian a los expositores. Si se busca liberar a Ilich hay que desplegar toda una campaña diplomática que puede exigir, en determinado momentos, la prudencia del que sabe dosificar sus frases.
Fuente; Quinto dia.net
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