Las comparaciones no explican, pero ayuda a entender. Él es Chávez si petróleo o Perón sin ejército, dice Tamas Pal, un sociólo húngaro, sobre el primer ministro Viktor Orbán, enfatizando su populismo y cambiando el vector político: en Europa de leste después del socialism real no puede haber otro, sin la derecha
Una comparación casi imposible. Pero ya pensé en algo así observando su retórica que recordaba al kirchnerismo: su «antimperialismo» (sic), ataques al FMI, a la globalización y a las trasnacionales.
Su populismo parece una mezcla del recetario conservador y del izquierdista. Algo así de peculiar ya hacía Janós Kádár (1956-1988) con su «comunismo gulash», combinando –igual que en este guiso de varios ingredientes– el comunismo con el «libre mercado».
Según Ernesto Laclau, un promotor del kirchnerismo, formado en el peronismo, el populismo ofrece grandes oportunidades políticas, sobre todo para la izquierda.
En el caso de la derecha el «populismo gulash» ofrece sólo políticas estériles y sus ingredientes principales –autoritarismo, nacionalismo reaccionario y rasgos fascistas– echan a perder todo el plato político
En 2010, Orbán y su partido Fidesz ganaron dos tercios de sillas en el Parlamento, llenando el vacío que dejó la pospolítica de los ex comunistas de MSZP. Con el argumento de la depuración de la «corrupción comunista», acapararon los tres poderes del Estado y los medios. La nueva Constitución que entró en vigor el primero de enero amplió este control.
“No es una dictadura. Es un complicado sistema que pretende «cerrar la sociedad abierta», sin la utilización de violencia, subraya Pal. Un ejemplo: el 2 de enero unas 100 mil personas protestaron en contra de la Constitución.
Pero con la criminalización de MSZP, el principal partido oposicionista (por vínculos con el antiguo régimen), cambios en la ley electoral y el otorgamiento del voto a los paisanos en el extranjero para que la derecha se perpetúe en el poder (con el Tratado de Trianion en 1920 el país perdió dos tercios del territorio y aparte de 10 millones de húngaros en casa, 5 millones viven en los países vecinos), todo camina en esta dirección.
Orbán con la mitología nacional y visiones de «Gran Hungría» se inscribe en el «código cultural» de la pequeña burguesía. Mientras la oposición –clase media alta– está débil, su bastión, gente de las pequeñas ciudades y del campo, lo apoya, dice Pal (si bien en dos años su respaldo disminuyó de 68 a 31 por ciento).
La Unión Europea (UE) está disgustada y trata de disciplinar a su miembro. Pero lo que más le preocupa no es la democracia, sino la independencia del Banco Central (controlado políticamente) y la deuda húngara (80 por ciento del PIB), rebajada por las agencias de rating al nivel «basura» (BB+). Teme el mal ejemplo: Budapest comprando su propia deuda. Y que un posible default dañaría los bancos europeos.
La economía es pequeña y abierta. El desempleo ronda el 11 por ciento. El florín, débil. Un préstamo es, según algunos, necesario para salvar el país. Pero Orbán decidió de ‘«ir a la guerra» con el FMI y la UE, que a cambio del crédito exigen, entre otros, la independencia del Banco Central. Tiene sus razones. Lo impuesto por el FMI siempre ha sido un desastre. Pero a diferencia de Argentina, él no tiene capacidad, ni commodities para desarrollar un proyecto económico independiente.
La gran contradicción es que su nacionalismo no va de la mano con la solidaridad social. Nacionalizó las pensiones privadas (Afores), introdujo impuestos especiales a los bancos y congeló el franco suizo protegiendo a la gente endeudada en esta moneda (¡les dolió a los mercados!). Pero sigue el curso neoliberal: privatiza, desmantela el Estado de bienestar, introduce un flat tax y el IVA más alto de la UE (27 por ciento).
Lo que quiere es seguir acaparando la rabia generada por la crisis (fueron los ajustes «recetados» por el FMI en 2008 que lo catapultaron al poder). Y lo poco que propone es aún peor.
Slavoj ÎiÏek (quien a diferencia de Laclau, ve en el populismo una trampa para la izquierda y alerta sobre el resurgimiento de la derecha populista), leyendo a Fredric Jameson y su crítica de las «modernidades alternativas», que ignoran que no hay otra modernidad que la del capitalismo globalizado, subraya que un intento de construir una fue el fascismo: dominar los excesos y tener «capitalismo sin capitalismo» (The Parallax View).
Es justamente lo que hace Orbán dándole la espalda al sistema, soñando con una sociedad sin antagonismos promoviendo la «autosuficiencia», «artesanía nacional» y trabajos públicos (¡Mussolini!).
Igual que el fascismo, el «populismo gulash» busca sus «enemigos internos»: la comunidad judía y los gitanos (romaníes), víctimas de un apartheid de facto.
«Ni las protestas, ni la UE van a abolir a Orbán. Lo echará abajo sólo un colapso total de la economía», asegura Pal.
La UE, hasta ahora incapaz de obligarlo a respetar los «valores liberales», quizás tendrá que esperar al «golpe de mercado» (como en Italia o Grecia) para deshacerse de su gobierno protofascista (y poner un «gobierno técnico»), con lo que los mercados podrían verse un poco más «progresistas» que ella.
He aquí otra contradicción. Esta vez, del capitalismo mismo.
* Periodista polaco
Fuente: www.jornada.unam.mx
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