"No soy comunista. Soy lo que ustedes llaman, un traficante de la paz, aunque les ofenda"
Charles Spencer Chaplin, 1952
Solamente a Charles Chaplin se le hubiera ocurrido morirse un 25 de diciembre
Tal vez le fue concedido alcanzar la paz y la felicidad, tal como lo soñó siempre ese niño famélico que siempre vivió con él.
Ese solitario que caminaba bambaleante como un pato por la carretera, con su sombrero hongo, bastón, zapatones y, que hizo reír generación tras generación, tuvo una infancia muy triste.
En 1894, cuando apenas tenía cinco años, su padre Charles Chaplin, un actor desempleado murió de cirrosis dejando a su mujer Hannah en la miseria, la misma que golpeaba a gran parte de la Inglaterra victoriana. Ella que había sido cantante de ópera y había logrado algunos éxitos al formar pareja cómica con su esposo, cayó en una profunda depresión.
Una vez ya famoso, Charles Chaplin regresó a la casa de su infancia. “En esta habitación, allá arriba, la enfermedad y la miseria pudieron con mi madre.
Una tarde mi hermano Sidney y yo volvimos a casa y la encontramos vacía.
Mi madre había sido llevada por la policía y los enfermeros”.
Chaplin no contó a cuál manicomio la llevaron, pero los dos niños sobrevivieron un tiempo de la caridad y el hurto, hasta que fueron conducidos al asilo de Hawell donde el tiempo le pareció eterno al niño prisionero. Pero un día su madre se curó y se lo llevó con ella.
Hannah era toda ternura con sus hijos, fue el gran amor de Chaplin. “Era la mimo más prodigiosa que he visto. De ella aprendí todo, no sólo a traducir emociones con mis manos y la cara, sino también a estudiar el alma humana”.
La miseria, el afán de supervivencia, combinada con la ternura maternal, la solidaridad y amistad de su barrio natal, Lambeth, fue la fórmula mágica que forjó el espíritu de Charles Chaplin anhelante de un mundo mejor para todos. Aunque nació y vivió eternamente en las tablas, su gran maestro fue Fred Karmo quien le enseñó a conservar todas las técnicas de la acrobacia, parodia, danza, prestidigitación, risa fúnebre y melancolía, todo junto y fundido en un tema sobrio.
Por supuesto que a Chaplin nunca le faltaron esos temas sobrios y de melancolía. Cuando por primera vez, ya en los Estados Unidos a donde llegó en 1911 buscando ese “sueño americano”, le pidieron que se vistiera como él quisiera para realizar su acto, buscó un pantalón amplio, grandes zapatos, una chaqueta entallada, un tongo y un bastón, emulando a los banqueros ingleses. La sátira a los ricos que tanta fama e incontables millones le trajo en el futuro, había comenzado.
El payaso borracho, harapiento, eternamente desocupado, pero con un bigote coqueto y un alma heroica hizo reír al mundo entero y se convirtió en una inagotable mina de oro, cuando fue llevado a la pantalla del cine donde mostraba la situación social de su personaje y las dificultades que el sistema le imponía.
Se podría decir que en 1939 comienza a gestarse otro tiempo de tragedia para Chaplin. Unos dicen que fue cuando satirizó a Hitler en la película El Gran Dictador. Los críticos le dijeron que Adolfo Hitler era un jefe de estado y, que su película sería censurada porque causaría problemas en las relaciones con Alemania. Pero Chaplin dijo que “los dictadores actuales son fantoches manejados por los industriales y financieros”.
Pero todo se cayó ese 22 de julio de 1942, cuando en el Madison Square Garden, Charles Chaplin pronunció un discurso apoyando a la Unión Soviética. “Si los Estados Unidos no los apoya, y Rusia cae en manos de Hitler no quedará ninguna posibilidad para el mundo occidental. ¡Cuidado con ese cepo nazi!, los lobos nazis están dispuestos a disfrazarse con pieles de oveja, nos propondrán paz atrayente pero antes que nos demos cuenta sucumbiremos a su ideología, el mundo será dirigido por la Gestapo, nos darán órdenes a través del espacio y el progreso humano quedará detenido. Los derechos de las minorías, de los trabajadores, de los ciudadanos serán suprimidos y aniquilados”.
Tras este discurso, todo el sistema financiero, militar, industrial y los medios de comunicación a su servicio, inmediatamente se pronunciaron en su contra. Para intimidarlo y reducirlo al silencio comenzaron a atacarlo despiadadamente en su vida privada. El FBI, en diez años, reunió dos mil páginas de informes sobre cada movimiento del cómico y se gestaron increíbles complots para su caída, como el caso de la mujer que entró en su casa armada, tratando de matarlo y matarse. Fue acusado de sobornar, de ser padre indigno, tirano, pervertido, etc, etc.
En 1950, Joseph R. McCarthy, un oscuro senador llamado con justicia el destructor de la cultura y, que estaba manejado por quienes querían cubrir una crisis económica como la de ahora, inició una “cacería de brujas”, declarando que Hollywood estaba lleno de traidores comunistas. Así se inició una de las etapas más oscuras de la historia de los Estados Unidos en contra de la crema y nata de la cultura, ciencia y arte.
Fueron llevados a juicio e incluso al patíbulo los más grandes hombres de ese país con ideas progresistas, entre ellos, los científicos Julius y Ethel Rosemberg que fueron ejecutados en la silla eléctrica. Fueron perseguidos Dorothy Parker, Norman Mailer, Norman Berstein, Lilian Hellman, Aaron Copland, Arthur Miller, Albert Einstein, Marlon Brandon, Frank Lloyd Wrigtn y por supuesto Charles Chaplin, entre otros muchos. Entre los informantes del siniestro McCarthy estaban el actor Ronald Reagan, el cantante Elvis Presley (que un tiempo después pediría la destrucción de los Beatles), el director Elia Kazan y otros famosos.
Nada se escatimó en contra de Chaplin. Estaban incluidas las presiones tributarias, interrogatorios y pedidos de destierro. En ese tiempo al que Liliam Hellman llamó “tiempo de canallas”, las salas de cine rehusaron a pasar la película “Candilejas”, entonces el cómico decidió irse para siempre de los Estados Unidos. Cuando el barco Queen Elizabeth, que lo llevaba a él y toda su familia, estaba en altamar, el fiscal del presidente Truman, Mc Granery anunció que se había iniciado una investigación en contra de Chaplin “por actividades antinorteamericanas” y que si regresaba seria apresado.
Charles Chaplin sólo regresó 20 años después para recibir un Oscar (McCarthy ya había muerto alcohólico), pero las palabras del genio resuenan aún hoy en estos tiempos guerreristas: Me asusta nuestro porvenir, nuestro mundo ya no es de los grandes artistas, es un mundo espumante, agitado, invadido por la política.
Charles Chaplin nunca visitó la URSS.
Vicky Peláez
Fuente: G80
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