La estatización de la economía no es sinónimo de socialismo. Éste requiere la participación valiente, ardorosa, consciente, de los trabajadores y una modificación profunda en las relaciones en la sociedad y en el poder entre los que mandan y los que obedecen de modo de ir debilitando el viejo Estado y reforzando y creando uno nuevo, democrático. La alternativa a la estatización no es tampoco la economía de mercado, ni siquiera el mercado controlado por el Estado sobre todo cuando éste no tiene la capacidad técnica de crear polos económicos de punta y de control sobre los demás sectores.
Había otra opción, o sea sincerar hace decenios la situación económica, exponer los problemas reales ante todos, buscar que todos los trabajadores y la población en general estuviera informada, fuera protagonista. Esa opción fue descartada y la prensa y los medios de información cubanos ocultaron sistemáticamente los problemas y la magnitud de los mismos durante años. La creencia en que la Unión Soviética y los países de Europa oriental eran socialistas y, además, durarían eternamente, no sólo llevó a imitar métodos desastrosos sino también a mantener a Cuba en una situación de exportadora de azúcar, níquel y trabajadores, dependiente del CAME o Comecon, retardando eternamente la adopción de medidas de fondo para evitar los errores iniciales, como la estatización de todas las empresas minúsculas y los servicios y el ocultamiento de la desocupación inflando las plantillas, para que todos tuviesen cómo ganarse la vida. La vía de la participación, de la democracia social, de la autogestión social generalizada, jamás se practicó, un poco por la imposición de centralismo, para defenderse de la guerra que libra contra Cuba el imperialismo, otro poco por errores políticos evitables
La dirección cubana, nacida de una revolución democrática y antiimperialista, no claudicó ante el imperialismo y con valentía defendió la independencia de la isla y por eso tiene consenso mayoritario, pero la descomposición de la economía bajo el impacto de los huracanes y de la crisis mundial desarrollaron en el seno de la alta burocracia y en las capas privilegiadas de la sociedad tendencias al acomodamiento con el capitalismo mundial y al desarrollo del mercado. El sector del gobierno que quiere hoy iniciar un camino “chino” (apertura al mercado controlado por el Estado y un partido fuerte) libra un combate contra esa tendencia claudicante, que tiene detrás de sí todo el peso del capitalismo y del mercado mundial y que se apoya en la desilusión de vastas capas de la población cubana.
La batalla no está ganada de antemano porque en Cuba, a diferencia de China, hay muy pocos campesinos, la población es más vieja, no existen capitales cubanos en el exterior que, por nacionalismo, inviertan en la isla, no hay, tradicionalmente, una cultura de la innovación y del trabajo como en el país asiático y la productividad es baja no sólo porque los salarios son simbólicos sino también porque muchas fábricas tienen una tecnología obsoleta de origen soviético, costosas en energía y en reparaciones.
Las decisiones adoptadas a espaldas de los trabajadores, las reglas y normas que todo el mundo sabe que son diariamente violadas porque no hay otro modo de subsistir, las desigualdades planteadas por el sistema de dos monedas y por los privilegios relativos de sectores de la burocracia, desgraciadamente redujeron la capacidad de reacción y de intervención de los trabajadores, los desgastaron y desmoralizaron. El resultado es que el mismo gobierno tiene que advertir que se podrá hablar “sin temor a represalias” al convocar a una discusión amplia de las decisiones (por otra parte ya adoptadas y que figuran en la Gaceta Oficial desde octubre).
Sabiendo que no tiene mucho sentido discutir lo ya resuelto y temiendo abrir la boca, en las asambleas de “discusión” reina el silencio, se vota por unanimidad, y poquísimos intervienen. ¿Hay realmente “unanimidad” ante las drásticas medidas o el gobierno enfrenta una mezcla de resignación, impotencia y protesta mal digerida? El sector “chino” podrá imponerse pero al acecho están los burócratas precapitalistas o candidatos a ser capitalistas, como los de la ex Unión Soviética, porque no hay un control y una presión de masas que hagan posible la dirección de los primeros y que impidan a la vez el desarrollo y el sabotaje de los que reciben aliento del mercado para afirmar sus privilegios.
Por supuesto, cuando el barco hace agua no es el momento adecuado para discutir por qué se está en esa situación y de quién es la responsabilidad principal sino que hay que dedicarse a hacer posible y poco costosa en términos políticos incluso la menos peor de las opciones para salir del trance, la militar-tecnocrática “china”. Hay que evitar el agravamiento de la crisis económica cubana y su transformación en crisis política porque si bien hoy no hay una participación masiva y decidida en la propuesta de soluciones ni confianza en proponerla, en la lucha en las cumbres del aparato estatal y partidario entre las dos tendencias mencionadas, la nacionalista antiimperialista tenderá posiblemente mañana a apoyarse en algún momento en los trabajadores.
Lo grave, hasta ahora, es que las nuevas medidas que están siendo aplicadas golpean sobre todo a los sectores más pobres y débiles, que son la base de apoyo de la revolución. Una política de gran austeridad, que empiece por reducir salarios y privilegios de sectores burocráticos, civiles y militares, en las instituciones y las empresas, podría demostrar a la población que las medidas adoptadas, en general, son una imposición de la crisis y que el gobierno hará de modo de que ésta no afecte sólo a los pobres. Si hay un cambio en la política de las informaciones, podría reconstruirse en parte la credibilidad de las afirmaciones oficiales
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