Ricardo Lorenzetti presentó en el aula magna de la Facultad de Derecho el libro que escribió junto a Alfredo Kraut. |
El presidente de la Corte Suprema fijó posición al presentar su libro Derechos humanos: justicia y reparación. Allí fue increpado por un grupo de hijos, nietos y familiares de represores. Advirtió también que “el totalitarismo es una maquinaria que no descansa”.
Por: Irina Hauser
Ricardo Lorenzetti acuñó una frase que, dicha por él, el presidente de la Corte Suprema, tiene un valor agregado. “Con los juicios de lesa humanidad no hay marcha atrás”, repite desde hace casi dos años ante jueces, estudiantes, abogados y la sociedad en general. Lo hace en todos los ámbitos, donde siempre subsisten resistencias al juzgamiento de los crímenes de la última dictadura. Pero ayer la consigna se potenció al máximo cuando en medio de su discurso en la presentación del libro Derechos humanos: justicia y reparación, que escribió junto a Alfredo Kraut, un grupo de hijos, nietos y familiares de represores comenzó a increparlo desde las butacas en el momento en que decía que la “experiencia argentina” en los juicios por crímenes de lesa humanidad es “incomparable a nivel mundial”. “Acá no hay debido proceso”, le gritaban algunos jóvenes, desde el ala derecha del Aula Magna de la Facultad de Derecho. “Basta con los setenta”, tronó otra voz en medio de la sala. Lorenzetti no se detuvo, les pidió “tolerancia”, dijo que los escucharía, y repitió cada vez con más vigor una, dos, tres, cuatro veces: “No vamos a retroceder en los juicios de lesa humanidad”. Más tarde advirtió que “el totalitarismo es una maquinaria que no descansa”.
“Esta es una política de Estado y deben respetarla todos. Forma parte del contrato social de los argentinos”, proclamó, y fue ovacionado. En primera fila estaban la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela Carlotto, y Nora Cortiñas, de Madres Línea Fundadora. Los pañuelos blancos se veían en distintos lugares de la sala, junto a representantes de otros organismos de derechos humanos. “Esto nació hace muchos años en las calles, comenzaron las madres, los hijos, las abuelas, los periodistas, los abogados, los organismos de derechos humanos. Generó un consenso que se trasladó a las instituciones que lo recibieron”, reivindicó. “Este traslado no fue sencillo.
Hubo muchos obstáculos, pero fueron superados. Este proceso requirió muchos sacrificios”, señaló Lorenzetti.
El aula estaba repleta. Además de funcionarios, entre ellos el ministro de Justicia, Julio Alak, había consejeros de la magistratura, senadores y además fiscales, jueces y miembros de tribunales orales que son los que llevan adelante los juicios por violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura. A ellos, Lorenzetti les encomendó “que continúen con firmeza, que hagan juicios respetando el debido proceso y el derecho de defensa como no se respetó en otra época. No hay aquí leyes especiales. Todos (los acusados) tienen defensores y a quien no lo tiene se lo ha provisto el Estado”. “Estamos hablando de debido proceso como nunca hubo”, subrayó Lorenzetti con la mirada clavada en los jóvenes discípulos de Cecilia Pando, no más de veinte, que seguían a los gritos. “Los Montoneros empezaron”, “ciento cuarenta y cinco muertos”, insistía el puñado de manifestantes que se presentan como “hijos y nietos de presos políticos” y defienden el terrorismo de Estado.
El libro que presentaba Lorenzetti contiene un repaso de los vaivenes en los juicios por los crímenes dictatoriales y reconstruye cómo desde el Poder Judicial se fueron derribando obstáculos, como las leyes de punto final y obediencia debida, para poder llevarlos adelante. Incluye además una reseña de casos emblemáticos. Lorenzetti dijo que no quería hablar del libro en sí mismo. “No creo en vanidades sino en ideales”, resumió. Sólo señaló que “abre una nueva etapa, de institucionalización definitiva de los juicios de lesa humanidad”, “garantizar su vigencia y continuidad”, para de-safiar una “larga historia de proyectos temporarios o que cambian según las épocas”. “Entiendo que pueda haber gente disconforme, pero el “Estado avanza hacia la justicia, la memoria”, acotó, y pidió ser “tolerantes aun en las divergencias más profundas”.
Más allá del episodio en que intentaron interrumpirlo, el acto tuvo un tono algo solemne. Habló la decana de la Facultad de Derecho, Mónica Pinto, que rescató el carácter “didáctico y pedagógico” de la obra junto con el “valor de la memoria”. El periodista Eduardo Anguita dio el toque de distensión con algunas anécdotas y elogió el prólogo de Baltasar Garzón. El Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel recordó las dificultades de la etapa de “impunidad jurídica”, dijo que el libro sirve para asentar “los caminos de la libertad”, y que espera que “contribuya a la conciencia del pueblo” y las “nuevas generaciones”.
Lorenzetti también habló de que “no hay que pensar sólo en el pasado sino en el futuro”. Contó el caso de una adolescente que fue juzgada en Alemania por pintar esvásticas en lugares públicos, en el que el tribunal “concluyó que lo que hay que hacer es educar” y por eso la condenó a leer el diario de Ana Frank. Con ese criterio, anunció, se creará una comisión interpoderes “que trabaje con educación y cultura”, similar a la que trabaja en acelerar los juicios. “¿Qué es lo que nos preocupa?”, se preguntó. “En el mundo estamos asistiendo a una gran crisis, que es el caldo de cultivo para un retroceso en materia de derechos humanos”, advirtió. “El totalitarismo –dijo– es una maquinaria fría que no descansa.” “El Holocausto no fue algo instalado de golpe. Fue una lenta degradación de la sociedad. Primero se instaló el fanatismo, luego actos de persecución, se terminó en la peor masacre.
Cuando las sociedades se adormecen, se abre el camino para que el totalitarismo tenga lugar y vivamos las grandes tragedias humanas”, dijo.
“No hay país sin estado de derecho, no hay país sin tolerancia”, concluyó.
Página 12
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