Por José Luis Baumgartner
Tras la identificación de los restos óseos de Julio Castro, detenido/ desaparecido en agosto de 1977, asesinado a bala en cárcel clandestina y sepultado en el Batallón de Infantería Paracaidista Nº 14 de Toledo, el Jefe del Ejército Pedro Aguerre, acompañado de 10 generales y 2 coroneles, se pronunció ante la opinión pública
El Ejército Nacional no es una horda, malón o algo similar –dijo.
No aceptará, tolerará ni encubrirá a homicidas o delincuentes en sus filas –dijo.
Desconozco la existencia de un pacto de silencio para encubrir delitos dentro de la fuerza que comando; y aún desconociendo (tal trama), si ha existido o existiera hasta la actualidad dicho pacto, desde este momento doy la orden de su revocación inmediata –dijo.
Para mí es muy importante estar acá, que todos mis generales estén a mi lado. Lo que estamos tratando de hacer es tender la mano; espero que todos lo entiendan - dijo
Calificó la circunstancia como un punto de inflexión.
Solicitó apoyo dentro y fuera de la fuerza para conjuntamente obtener información a los efectos de delimitar la responsabilidad material del Ejército, en este caso y en cualquier otro que se entienda a futuro para restablecer la reconciliación entre los orientales
Cuatro minutos de lectura. Presentación escénica. Obviedades/ ráfagas al pasado/ cambios de tesitura y dirección/ rumbo al porvenir/ cierta desubicación. Buenas intenciones. Pero palabras sin hechos corroborantes es aire envasado al vacío.
El Ejército, como la Iglesia y la Camorra, entraña una estructura piramidal: jerarcas y tropa, verticalidad, órdenes bajando por la escalera de mandos, no improvisación; previsibilidad según pautas/ objetivos/ y época; el escalafón ubica responsabilidades. Nunca horda o malón (servirse consultar diccionario). Las casualidades no existen; son causalidades. Lo anómalo repetido resulta de un accionar planificado
En Estado de derecho tolerar o encubrir delincuentes es delito. La omertá es pacto mafioso: abrir la boca equivale a traición. Ordenar su revocación desde la legalidad es como mandar que llueva en el desierto de Atacama. Para obtener información: investigar a fondo, haciendo valer la autoridad. Ver Código Penal, artículo 177.
Este caso y los otros hace hace un tercio de siglo que están de manifiesto.
Segundo y tercer vuelos, Michelini, Gutiérrez Ruiz, Liberoff, Trabal, los fusilados de Soca, Elena Quinteros, Horacio Ramos, en la isla, y Hugo Dermit, en Jefatura, muertos el día en que debían dejar la prisión, Juan Américo Soca y la banda de la Caja Policial, Gatti, Duarte, la nuera de Gelman, Sabalsagaray, Miranda, Ayala, Castagnetto, el escuadrón de la muerte...
El ESMACO y los sucesivos Jefes de entonces son, objetivamente, los autores intelectuales de esa continuidad criminal.
El Ejército, como toda entidad pública, no se confunde con sus servidores: el órgano trasciende a los funcionarios que lo soportan y activan a través del tiempo.
Desde fines del 71, las Fuerzas Armadas uruguayas, cometidas por Ejecutivo y Parlamento, procuraron “mantener el control de la situación subversiva” y “brindar seguridad al desarrollo nacional”. En el marco de la guerra fría.
Bajo pautas del Pentágono y el Departamento de Estado. Rebasando toda medida. Cuando la guerrilla ya no existía. Con la razón de la fuerza y el aval del imperio.
Ciñéndose a la doctrina de la seguridad nacional, invadieron el país desde adentro y se extendieron al exterior con el Plan Cóndor. El Estado se volvió Estado militar; la Policía, instrumento moralizador y el país, campo de concentración. Sembraron el miedo. Desataron el terror, usando el asesinato/ la tortura/ la “desaparición “ de personas/ la detención bajo forma de secuestro/ la prisión clandestina/ la rapiña/ el robo de niños, en fin, la demencialidad criminal que, por notoria, todos conocemos.
Hoy, el Ejército es la misma institución; pero otra. Aguerre marcó el punto de inflexión.
Tendió la mano buscando reconciliar a los uruguayos. No es poca cosa.
Pensemos en el 2030.
Los OCOA, los sicarios de ayer, se afirman en lo que hicieron, cuando, parte del poder, por el país y por conveniencia propia, fueron dueños de vidas y haciendas, y todo les estaba de antemano permitido. No se dan por enterados que la guerra terminó. El silencio es lo único que les queda. Mediante él continúan desapareciendo personas. ¡Qué se pudran donde estén! No pueden ser obstáculo para construir una patria para todos. Habrá que seguir indagando por verdad y justicia sin quedar detenidos en el tiempo.
Los asesinos no pueden marcar nuestros pasos. De ninguna manera los violadores de los derechos humanos condicionarán con lo que hagan, digan o dejen de decir, la marcha de un pueblo
Publicado por Semanario Voces
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