Roberto Echavarren
El flamante primer Presidente General Fructuoso Rivera, instado por otros miembros del Superior Gobierno, decidió hacer con ellos un castigo ejemplar. En abril de 1831 se encaminó en persona, rodeado del ejército nacional, hacia la región donde merodeaban los charrúas. Organizó con todo cuidado un operativo de genocidio sin atenuantes
El nacimiento del estado uruguayo coincide con un genocidio. En esa matanza consiste nuestra tradición, aunque no necesariamente nuestro destino como individuos
Solo la burguesia festeja el Nuevo Estadi uruguayo |
Uruguay, primera Constitución |
Una visión aniquilada
Los charrúas, una etnia de cazadores nómades, eran los pobladores originales del territorio, conservaban su idioma y se desplazaban en grupos por las zonas de Río Grande y de la Banda Oriental. El flamante primer Presidente General Fructuoso Rivera, instado por otros miembros del Superior Gobierno, decidió hacer con ellos un castigo ejemplar. En abril de 1831 se encaminó en persona, rodeado del ejército nacional, hacia la región donde merodeaban los charrúas.
Rivera traidor y genocida |
La trampa final consistió en atraerlos, infundiéndoles la mayor confianza y asegurándoles su buena disposición y amistad hacia ellos, a un terreno conveniente para llevar a cabo una acción de sorpresa en su contra.
Los invitó a juntarse con él para discutir el plan de un supuesto robo de ganado en el Brasil. Los indios llevarían a cabo el secuestro. El Presidente prometía darles cobijo a su vuelta dentro de su recién inaugurada jurisdicción territorial. Pese a los recelos de algunos caciques, los charrúas aceptaron al fin reunirse con el Presidente y el ejército en las puntas del Queguay, en los potreros del arroyo Salsipuedes.
Antes de atacarlos, las tropas que los cercaban se apoderaron de sus armas y caballos. Un escuadrón se lanzó veloz sobre las chuzas y algunas tercerolas de los indios., apoderándose de su mayor parte y arrojando al suelo bajo el tropel a varios hombres. Apenas el Presidente, cuya astucia se igualaba a su serenidad y flema, hubo observado el movimiento, dirigiéndose a Venado, el cacique principal, le dijo con calma: “Empréstame tu cuchillo para picar tabaco.” El cacique desnudó el que llevaba en la cintura y se lo dio en silencio. Al recogerlo, el Presidente sacó una pistola e hizo fuego sobre Venado. Esta era la señal convenida para el ataque y la matanza. El segundo regimiento buscó su alineación a retaguardia de los que habían avanzado sobre las chuzas, y los demás escuadrones, formando una gran herradura, estrecharon el círculo y picaron espuelas al grito de “Carguen” y con sus sables y bayonetas los sorprendieron y comenzaron a atacarlos en su campamento y ahí mataron tanto a hombres como a mujeres y niños sin consideración ni piedad.
Los sobrevivientes fueron hechos prisioneros y llevados a pie casi trescientos kilómetros hasta Montevideo, los hombres con las manos atadas a la espalda, y repartidos entre algunas familias de pro que no tenían recursos para comprar esclavos.
1831-05-14-TRANSCRIPCIÓN DE CARTA DE FORTUNATO SILVA A RIVERA INFORMANDO SOBRE TENTATIVA DE APRESAR A CHARRUAS Y SUS DIFICULTADES |
RIVERA HA CONFESADO SER AUTOR DEL GENOCIDIO DE LOS CHARRÚAS |
En otros países como Argentina o los Estados Unidos el genocidio de los indios adquirió a la vez características más variadas y escala diferente, y se prolongó a lo largo de más de un siglo. La política de los Estados Unidos con sus indios, en concreto, inspiró la del Führer con los judíos y otras nacionalidades o minorías, según declaraba su lugarteniente Himmler, pero en Uruguay el exterminio tuvo el valor de un gesto único y ejemplar, simple y terminante, una operación relámpago bien pensada y bien realizada, redonda y casi perfecta, emblemática además porque su ejecutor fue el recién elegido Presidente de los orientales en persona.
Los pocos indios que se salvaron de la encerrona fueron perseguidos en los meses siguientes y cazados como “gatos de monte” por el sobrino del Presidente, Bernabé Rivera.
Hermanos charrúas nacidos en Argentina |
La matanza con traición
Después, en busca de lo propio, autóctono y nacional, poco quedó para romantizar, salvo el gaucho, que vino a sustituir al indio en el rol de representante de la patria. Más glamoroso pareció el gaucho malo, de costumbres violentas, indomable, nómade, que vivía a monte y de robos ocasionales. Pero la figura del gaucho fue un pastiche. Ni el gaucho dionisíaco y lleno de rulos de Acevedo Díaz o Javier de Viana, ni el gaucho pícaro o sabio, acceden a una virtud autóctona, que fue aniquilada en el momento mismo de nuestro nacimiento como país independiente. Pienso que con la eliminación de la etnia charrúa nos hemos quedado sin un chamanismo auténtico, sin una comprensión de los espíritus de la tierra. Esa fuente no occidental ni cristiana ha sido tapiada para siempre, porque una autoridad cínica basada en el dogma de su superioridad racial y en la defensa impiadosa de sus exclusivos intereses asesinó a los indios.
En esa matanza consiste nuestra tradición, aunque no necesariamente nuestro destino como individuos: hoy en día indios ecuatorianos por ejemplo vienen a darnos lecciones sobre la experiencia de la ayahuasca. Pero ningún charrúa nos da ya ninguna lección. Sólo queda el lugar común de una estúpida y fraudulenta metáfora de la “garra charrúa” que hipostasia lo desaparecido y lo aniquilado. ¿Donde están los indios?
“Esto de indio no está dando,” decía hace poco un aborigen disfrazado de tal en una fiesta criolla.
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Nación Charrúa Artiguista
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