jueves, 11 de septiembre de 2014

¿Hay alternativa? - Adolfo Sánchez Rebolledo

La fiebre antiestatista que se apoderó del mundo capitalista al final del milenio cambió el significado de las palabras e introdujo una visión que glorificaba el mercado como epítome de la libertad. El derrumbe del Muro de Berlín, la caída de la Unión Soviética y el avance de la revolución neoliberal se entendieron como el "fin de la historia", vale decir, como la clausura del conflicto como motor del cambio. Se aclimataron viejos conceptos con poderes evoadores, como el de "sociedad civil", y el individuo, convertido en el ciudadano universal, adquirió la dimensión concreta del "sujeto" de la democracia. Orgullosos de su victoria, los vencedores advirtieron que má allá no quedba alternativa en pie. Sin embargo, aunque la democratización obtuvo conquistas nada despreciables la realidad se avino muy mal a los equemas y pronto desmintió la visión bucólica de un futro en paz sin grandes catástrofes sociales: la desigualdad marcó las nuevas relaciones globales y los conflictos estallaron bajo formas y expresiones inesperadas, convulsionando el mundo con guerras religiosas y violencia.
El miedo y la incertidumbre se instalaron en la vida cotidiana.
La capacidad del sistma para atender y resolver los problemas planteados por su propio desarrollo alcanzó pronto límites insuperables o, por lo menos, contrarios a la veta más racional que en le pasado había impulsado la creación del estado de bienestar, hoy abandonado al deshuesadero de la globalización. La precarización del trabajo humano como condición para mantener al alza las ganancias se convirtió en un requisito para mantener el orden vigente, que profundiza sin resolver la crisis, como se comprueba al observar la situación europea o las cifras del hambre en las antiguas regiones coloniales, la imparable degradación de la calidad de vida ante la destrucción del medio ambiente no obstante la revolución científica y tecnológica.
Sin duda, ese contradictorio proceso la democracia obtuvo logros que no se pueden subestimar, sobre todo en regiones como la nuestra, donde la historia está sellada por la herenia autoritaia.
Incluso aquellos que antes negaban las virtudes de la "democracia formal" reconocieron sus errores y se alzaron a conquistar parcelas de poder mediante las urnas. En algunos casos lograron incluso ganar gobiernos nacionales, desde los cuales poner a prueba con éxito desigual inéditos ensayos transformadores. Se consiguieron importantísimas reformas para extender los derechos de las mayorías y, en general, se hizo notorio esfuerzo para mitigar la miseria y la discrimnación. Pero llegamos a este punto, todos ellos probaron, por decirlo así, el "lado oscuro" de la "democracia real".
Si bien el avance electoral de las oposiciones fortaleció las reglas democráticas del juego, modificando la vida pública, los interesado también descubrieron, como bien anota Jordi Borja en un brillante artículo, "que a los poderes coseradores no se les imponen los cambios sólo ni principalmente con leyes y decretos", razón por la cual muchos de ellos, "se adaptaron", se coformaron a promover pequeñas reformas que eran fácilmente absorbidas por el sistema y convirtieron la alternativa en alternancia.
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http://www.jornada.unam.mx/2014/09/11/opinion/022a2pol


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