domingo, 6 de febrero de 2011

Voluntarios para los heridos de la plaza Tahrir

El doctor Ahmed el-Sayed lleva cuatro días en la plaza Tahrir y le resulta imposible calcular cuántos heridos ha tratado. «El miércoles fue la locura, vinieron más de mil personas», dice mientras cambia el vendaje a un paciente. La herida, cerca del ojo, está aún abierta, y el hombre se muerde el labio de dolor cuando se le aplica un antiséptico. «No se preocupe, porque la herida cicatrizará», le tranquiliza el joven doctor

Como El-Sayed, que habitualmente trabaja en el hospital de Qaser al-Aini, cercano a la plaza, decenas de médicos voluntarios prestan servicio en las improvisadas clínicas que se han ido instalando en Tahrir. Tratan pedradas, cortes y quemaduras provocadas por los cócteles molotov lanzados el miércoles y el jueves por matones afines al régimen. Pero también atienden las necesidades de las miles de personas que llevan 12 días albergadas en el campamento que se ha afincado en el centro de la plaza, y que ya opera como una pequeña ciudad.


Una nube de personas trae, agarrado por los brazos y las piernas, a un hombre que se ha desmayado. Un compañero intenta meterle en la boca un trozo pequeño de pan. Uno de los doctores acude rápido y le saca el pan de la boca. «Se puede ahogar», dice, e intenta reanimar al hombre con un poco de agua y levantándole las piernas. «Está agotado», reconoce uno de sus acompañantes, y añade: «Lleva más de una semana aquí, durmiendo poco y comiendo mal». El doctor decide colocarle un suero intravenoso, que cuelga rudimentariamente de una farola. El paciente va recuperando, poco a poco, el color.

«Hay personas que vienen con dolores de cabeza, deshidratadas, o que necesitan tratamiento para la diabetes», asegura la doctora Wafee Abu Sadek. Con su estetoscopio colgado al cuello, guantes de látex y una pegatina en el pecho que la acredita como personal sanitario, la médico ha dejado su consulta en el barrio de Zeitun para contribuir «con lo que puedo y con lo que sé» a la protesta.

En este pequeño 'mustashfa' (hospital), los medicamentos se apilan en una estantería metálica que alguien ha traído de una tienda. Decenas de bolsas de plástico con más material médico delimitan el perímetro del área en la que trabajan los doctores. «Tenemos solo lo básico. Todas estas medicinas que ves aquí las ha traído la gente. No paran de llegarnos cosas», asegura Yara Mohareb, una farmacéutica de 27 años. Hoy es su primer día como voluntaria y la joven, ataviada con una alegre camisa de colores y el pelo recogido en una coleta alta, despacha a los pacientes los medicamentos necesarios. Un señor mayor acude con una receta de un hospital cercano. No tiene dinero para comprar medicinas, así que ha acudido a Tahrir para ver si se las pueden dar gratis. Mohareb mira el papel y le entrega las pastillas sin hacer preguntas.
 
"Más cerca de Dios"
 
Abdelhamid Taher trae una quemadura en la mejilla. Él tuvo suerte, porque solo le cayeron unas gotas de gasolina hirviendo en la cara cuando los 'baltaguiya', los matones, le tiraron un cóctel molotov. «Justo a mi lado cayó un hombre de un balazo en la cabeza. Fue terrorífico», dice este maestro de Primaria que enseña en una escuela del barrio del Seis de Octubre. El hombre, cansado pero con una sonrisa, se sienta en la acera a esperar su turno. «Esta revolución me ha hecho sentir más cerca de Dios y de la gente, me siento conectado con todo el mundo y, a pesar de mis heridas, feliz».
 
La Verdad.es

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