Paz, s ípero no a cualquier precio. Guerra revolucionaria sí, para lograr la paz definitiva. Ejército revolucionario sí, hasta que desaparezca-, en esa guerra inevitable- la oligarquía. Pacifismo pequeñoburgués, no. Alfonso Sastre, tu modestia te hace grande.
«Sólo esperábamos para actuar el gesto de indignación que hoy suena por doquier».Palabras de Robespierre en «La muerte de Danton», de Georg Büchner
Empecemos por decir que seguramente habrá nuevas revoluciones en el mundo, pues la historia no ha terminado, a pesar de los funestos vaticinios que formuló la derecha a raíz de la caída estruendosa de los regímenes del que se llamó «socialismo real»; y ya es cierto que en distintos lugares del mundo se anuncian nuevas y fundadas esperanzas, sobre todo en América Latina, de transformaciones sociales de gran envergadura bajo el signo de un neosocialismo que ha de tener en cuenta las lecciones de la Historia, en la que las revoluciones se han implantado acompañadas siempre de sufrimientos.
Incluso tocando «lo sublime» han pisado con frecuencia el pavimento del horror, y así Kant pudo hablar ante la Revolución Francesa de un sentimiento «rayano en el entusiasmo» y, en el mismo momento histórico, convivir con el funcionamiento inmisericorde de la guillotina.
La ejecución de Luis XVI y María Antonieta pudo entenderse como el descabezamiento simbólico de la Monarquía, pero en aquella cesta cayeron también las cabezas de grandes líderes de la misma revolución, como Danton y Robespierre, y 82 colaboradores de éste, que se cuentan entre los padres, a su vez, de aquel Terror. ¿Es que ha de ser así? ¿Las revoluciones han de quedar siempre teñidas de sangre?
No me parece que haya de ser así, y creo que esa idea hay que empezar a combatirla desde ahora mismo. (Yo acepté hace mucho tiempo la de que las revoluciones son inevitablemente «procesos trágicos» y no pueden ser dulces transiciones de la injusticia a la justicia, y ello es por razón de la propia esencia del capitalismo, pero también mantuve ya que esos procesos son tragedias «abiertas» a la justicia, con las que es posible liberarse de la tragedia «cerrada» que es el orden social capitalista, sistema que hasta ahora sólo por la fuerza de las armas deja el poder a los oprimidos por ella.
Eso sigue siendo verdad hoy pero algún día dejará de serlo, y en ese sentido es preciso trabajar en la línea de un neosocialismo defensor de la paz en el mundo: una paz hoy por hoy armada pero ya antimilitarista y al servicio de la propia paz; hoy por hoy aún armada y capaz -por su formación y efectivos materiales y técnicos- de defender las conquistas sociales de las nuevas y más próximas revoluciones, pero desde ya, como digo, antimilitarista.
En fin, ya hoy me parece inconveniente el militarismo presuntamente «bolivariano» que se ha asentado en las filas del Ejército de Venezuela. Desde luego hay que empezar por quitarse bandas de colores, medallas y rituales rígidos y de desfilar con el paso de la oca heredado del militarismo «nazi». Todo eso han de encontrarlo detestable los soldados de las nuevas revoluciones hasta que llegue la feliz jornada futura de su desaparición y su incorporación a las tareas propias de la paz entre los seres humanos, que es la compañera, o quizás la hija mayor, de la justicia.
Me muevo pues, y creo que en el camino apropiado, hacia una revolución de hoy; pero camino tan distante y lejano del militarismo como del pacifismo a ultranza (ghandismo), aunque sé que unas eficaces Fuerzas Armadas serán durante mucho tiempo una institución preciosa en las revoluciones.
Publicado por JM Álvarez
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