Hace unas semanas, en un curso de ética que dicto aquí en Montreal a propósito del tema de ética y negocios, una de sus unidades, mostraba el film Capitalism: A love Story A, del celebrado director Michael Moore en el cual la tesis central es por cierto la inmoralidad del sistema capitalista.
Para quienes no hayan visto la cinta, valga recordarle prácticas tan abiertamente inmorales como la de Walmart y algunos bancos en Estados Unidos que toman pólizas de seguro de vida a nombre de sus empleados, en las cuales la compañía se nombra a si misma como la beneficiaria.
El estratagema parece increíble por lo grotesco, pero es ampliamente documentado en el film: para esas compañías sus empleados son más valiosos muertos que vivos. O puesto de otra manera, esas empresas ganan dinero con la muerte de sus empleados ya que en ningún momento las pólizas son para beneficiar a los familiares de los muertos. En el colmo del desparpajo, en documentos internos de una de esas compañías se referían a los empleados que fallecían como dead peasants (“campesinos muertos”) y en otro memo interno de otra de esas compañías se dejaba ver con cierto tono lastimero que el índice de fallecidos era menor al esperado, haciendo notar que uno de los casos había sido suicidio y allí la aseguradora no pagaba…
Que el capitalismo es inmoral o al menos sus consecuencias lo son, no parece ser puesto en duda. Para los utilitarios o consecuencialistas preocupados con que los resultados de una acción provean el mayor estado de placer a los más, el solo hecho que los beneficiarios del sistema sean una ínfima minoría mientras el 99% verdaderamente “se jode” o casi, sería suficiente para condenar el sistema que acarrea tales consecuencias. Kant por su lado, con su principio de que los seres humanos deben ser siempre tratados como fines y no come medios, también emitiría su condena a las prácticas de un sistema en que la explotación y el aprovechamiento por parte de unos pocos del trabajo de los demás son tan patentes.
Eso para ni siquiera mencionar a Aristóteles que en su Política distinguía entre la economía de la subsistencia doméstica (oekonimikos) y la economía especulativa por la pura búsqueda de ganancias (chrematisike). Para los que ejercían este último oficio Aristóteles no ahorraba epítetos, los llamaba “parásitos”. Interesante caracterización, los ejecutivos del Bank of America, del CitiBank y hasta nuestros criollos capos de los grandes grupos financieros una manga de parásitos. Vaya que estaba acertado el antiguo filósofo. No me lo pinten pues al viejo Aristóteles como meramente preocupado de cosas abstractas (que no lo era, ya que fue el primero en escribir también de ciencia) o de “porquerías” como diría nuestro despistado jefe máximo de la CUT en referencia a los que enseñan la filosofía.
Probablemente en esos antiguos tiempos los únicos que podrían dar cierta justificación al accionar del capitalismo serían los sofistas y eso por la simple razón que ellos negaban la posibilidad de valores éticos universales: “el hombre es la medida de todas las cosas” decía Protágoras. En otras palabras lo que es bueno para uno como individuo es bueno, y así para cada cual. Trasímaco sería más específico: “Sólo la injusticia produce beneficio al agente (el que hace una acción), sólo el tonto, porque no sabe nada mejor, o el débil porque no se atreve, actúa de manera de favorecer a otros en lugar de si mismos”.
No es necesario saber mucho del cristianismo para recordar que Jesús no era tampoco un gran fan de los ricos, la famosa parábola del camello pasando por el ojo de la aguja antes que un rico entre al reino de los cielos es ampliamente conocida. En tanto que en el único acto de violencia del cual se tiene registro habría expulsado a los mercaderes del templo. Por cierto con el correr del tiempo, la jerarquía de la Iglesia al menos, se mostró más amistosa con los hombres de negocio, cuando no entró ella misma en transacciones con ellos. La Reforma protestante por otro lado modificó la actitud ante los negocios de un modo más abierto, en particular los calvinistas en Suiza que levantaron la antigua condena al préstamo a interés, no por nada Suiza fue y es aun el centro principal de la actividad bancaria mundial. Los puritanos en Inglaterra inculcaron eso que llaman la “ética protestante” según la cual el hacer fortuna sería una bendición de Dios. Los ricos tendrían pasaje al cielo siempre y cuando hayan obtenido su fortuna por medios lícitos, es decir por su trabajo (esta concepción ética protestante fue tan prevaleciente que en muchos países de mayoría protestante hasta hace unas décadas no había lotería oficial, se consideraba que era anti-ético amparar la obtención de riqueza por medio de la suerte; por cierto lo contrario de uno de los textos de discusión que yo le entrego a mis propios alumnos: “Los únicos millonarios honestos son los que han ganado la lotería”).
Ciertamente Adam Smith, padre del liberalismo económico en el siglo 18 (y originalmente un filósofo moral) da justificación ética a la búsqueda del lucro, curiosamente basándose en una concepción ética egoísta: el empresario al buscar hacer fortuna está motivado por razones estrictamente egoístas, su propio beneficio; sin embargo—siempre según Smith—en la persecución de tal objetivo egoísta produce beneficios sociales que este no planeó ni intentó conscientemente (creación de empleo, innovaciones tecnológicas, etc.), todo eso en un marco económico en que se mantendría un adecuado balance gracias a lo que llamaba “la mano invisible del mercado”. Demás está decir que el bueno de Smith tenía en vistas un sistema en que el mercado funcionaría como un mecanismo de regulación económica gracias a que si, digamos un comerciante, ponía un precio muy alto a un producto, el consumidor tendría la opción de ir a otro que tuviera un precio más bajo. Don Adam por cierto no hubiera visto su modelo funcionando muy bien si hubiera tenido que comprarse un medicamento en alguna farmacia chilena donde las cadenas propietarias simplemente se coludieron para cobrar todas el mismo precio, o si tuviera que ir a colocarle gasolina a su automóvil, o si tuviera que ir a buscar una hipoteca inmobiliaria más barata, o si tuviera que… en fin. El bueno de Adam Smith por cierto vio una suerte de “capitalismo utópico” que no tiene mucho que ver con el capitalismo monopólico de hoy.
Curiosamente Marx, el gran crítico del capitalismo en el siglo 19 no sólo no basó su crítica en consideraciones éticas, sino que además condenó la ética en general como una ideología, esto es como una falsa conciencia utilizada por la clase dominante para mantener su predominio. En su
Crítica al Programa de Gotha por ejemplo, lanza sus dardos contra el lenguaje moralista que se esboza en partes de ese documento del Partido Socialista alemán de entonces.
Esto no deja de ser interesante ya que normalmente, y el mismo film que comentaba al comienzo de esta nota lo afirma, en la inmensa mayoría de los casos cada vez que se plantea una crítica o un rechazo al sistema capitalista se recurre profusamente a sus negativas connotaciones morales, expresiones como “explotación del hombre por el hombre”, e incluso “injusticias sociales” tienen un fuerte sentido ético y por lo demás en el contexto del discurso político concreto y simplificadas en el lenguaje de la consigna, poseen un grado bastante alto de eficacia movilizadora.
Ciertamente más eficaz que la objeción marxista clásica al capitalismo basada en factores estrictamente racionales, esto es que el capitalismo que en un momento dado desencadenó grandes fuerzas productivas que hicieron posible una enorme acumulación de riqueza, hacia mediados del siglo 19 había agotado ese dinamismo, aunque sí había contribuido a crear la clase que lo removería: la clase obrera. El capitalismo, de haber sido ese elemento dinámico, a ese momento había pasado a ser un obstáculo para el desarrollo de esas mismas fuerzas productivas que había desatado y tenía pues que ser reemplazado por el socialismo y el comunismo. La clase obrera sería el agente encargado de efectuar esa transformación, pero para que ello ocurriera tenía que primero haber habido un cierto desarrollo capitalista que procreara esa clase que eventualmente lo iba a remover, eso explica un oscuro pasaje de Marx en el que aparece apoyando la anexión de territorio mexicano por parte de Estados Unidos en la década del 40 del siglo 19; la razón es que siendo este último un país en pleno desarrollo capitalista industrial, esa anexión iba a favorecer el desarrollo de la clase obrera en esos territorios, la clase que haría la revolución. El capitalismo como requisito para que a su vez se formara una clase obrera que luego se deshiciera de ese capitalismo. Un argumento que en la lógica internacionalista de Marx hace perfecto sentido, aunque me imagino que aun puede dolerle a los amigos mexicanos.
Naturalmente independientemente de lo que haya dicho Marx al respecto, las presentes condiciones de la crisis mundial aportan suficientes ejemplos de cómo el sistema económico capitalista, exacebanado po su dimensión globalizadora y su concepción doctrinal neoliberal atenta contra bien establecidas normas morales de diversas teorías de la ética. Al punto que se podría incluso decir que sería poco ético no resaltar esas facetas del sistema a fin que más y más gente tome conciencia de la necesidad de cambiarlo. La ética podría ser una concepción ideológica, pero también puede ser un factor de motivación para salir a protestar contra un sistema básicamente irracional, ahora bien, la verdad es que es más fácil movilizar a alguien apuntando a la abierta inmoralidad de aquello contra lo cual reclamamos que aludiendo a su irracionalidd, aunque en estricto sentido, esta última debe ser también y en su momento una preocupación importante de quienes quieran que otro mundo sea posible
ElClari.cl
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