lunes, 25 de agosto de 2014

El arzobispo que no necesitó al Vaticano para ser santo

Estatua de Monseñor Romero ubicada en la Plaza del Divino Salvador del Mundo, uno de los puntos neurálgicos de San Salvador.
Estatua de Monseñor Romero en la Plaza del Divino Salvador del Mundo de San Salvador.
El papa Francisco habla desde el cielo sobre el mártir al que cientos de miles en El Salvador –y fuera de– veneran como "San Romero de América". Y lo de hablar desde el cielo no es licencia literaria: la conferencia de prensa se celebra a bordo del Airbus A330 de Alitalia que lo lleva de regreso a Roma, tras cinco días en Corea del Sur.
Es la tarde del lunes 18 de agosto de 2014. Un periodista felicita al Papa por su inglés, aprovecha para solicitarle veladamente una entrevista, y lo interpela: "¿Cómo va el proceso de Monseñor Romero? ¿Cómo le gustaría que concluyese?".
Se refiere a Óscar Arnulfo Romero y Galdámez (1917-1980), el arzobispo de San Salvador asesinado de un disparo en el pecho mientras oficiaba misa en la capilla de un hospital para enfermos terminales de cáncer, y cuyo proceso de beatificación está detenido en Roma desde 1996.
La entusiasta respuesta del papa Francisco se desparrama en un minuto, pero no dice nada nuevo; recuerda que la causa está desbloqueada, reitera su creencia en que fue "un hombre de Dios", y explica que el caso sigue anclado en la Congregación para la Causa de los Santos.
Lo único novedoso de su alocución quizá sea el emplazamiento a los postuladores: "Depende de cómo se muevan. Es muy importante que lo hagan con rapidez".

El salvadoreño más universal

Desde que el 22 de febrero de 1977 tomó posesión de la arquidiócesis de San Salvador, la relación del salvadoreño más universal con su pueblo ha sido intensa y sinuosa, como la carretera que sube a un volcán.
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