Pablo Jato
Cúantos españoles tuvieron que embarcar sus sueños en la incertidumbre, en la decepción, en la tristeza… Sin destino, a veces a la deriva, miles de españoles huyeron de la dictadura, del puño que derribó a la democracia, ue derribó las esperanzas. Un puño de hombre cobarde, de hombre débil, pero cubierto de hierro.
Dejaron atrás su patria, su tierra, su celo, su familia, sus muertos, a sus vivos. Dejaron todo para darle a la vida otra oportunidad. Sobrevivir al tirano, a la muerte, al que persigue y mata, como única manera de vencer.
Llegaron a muchos países y tristes son las imágenes de su llegada, y felices de llegar a una tierra nunca prometida, desembarcaron. Hicieron fortuna, mala o buena, pero siguieron al menos un camino sobre el suelo y dejaron la deriva del mar.
Cuántas historias embarcadas, cuántas historias que nunca han sido contadas, perdidas en el rostro de los que poco a poco se acostumbraron a mirar de lejos el pasado.
Y los republicanos viajaron en un barco, convertido en isla, en terreno de nadie, en república española. Un barco sin dictadura, un barco república.
Y llegaban esos barcos a los puertos de Cuba, de Venezuela, de México, rebosantes, desahuciados, desterrados. Y esos países les abrieron las puertas sin pedirles nada a cambio.
Llegaban tal y como hoy vemos llegar a todos aquellos, que se ven obligados a salir de su país por la violencia de personas que usan el mismo puño de hierro, el látigo de la pobreza. Escapan, tratan de alejarse de la esclavitud, del horror, de la guerra.
Tratan de huir de lo no humano, y acercarse a la humanidad más próxima. No tratan de encontrar una tierra, si no sentido a la vida. Buscan el futuro, prohibido a veces por la maldad de algunos tiranos. ¿Se puede vivir sin futuro? ¿Sin esperanzas?
Y cuando veo a esos barcos, como países enteros flotantes, repúblicas repletas… y veo las pateras, los refugiados, a los desterrados de hoy, entiendo que las puertas nunca deben estar cerradas. Entiendo que por mucho que nos cueste compartir, por mucho que nos dañe hacerle un lugar en la mesa cuando casi ya no hay mesa… no podemos cerrar las fronteras.
No podemos dejar abandonados a aquellos que nos buscan.
Un “homeless” me dijo pidiendo, en una calle de New York: “Ayuda, porque nunca sabes cuando tú vas a necesitar ayuda”. Nada más cierto.
Veo con tristeza que hoy, los hijos de los hijos de aquellos hombres república que pidieron ayuda, hoy se la niegan con desprecio a los refugiados e inmigrantes. La memoria se perdió en el mar… en el horizonte, se evaporó al calor de los estómagos llenos.
Esperemos que no tengamos que ver, otra vez, barcos república sin rumbo.
Barcos llenos de personas que se creían que tenían todo asegurado, y de pronto encuentren que los bancos, políticos y otras aves de rapiña han devorado ya hasta los huesos de este sistema podrido.
Vivimos todos en un mismo barco.
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