Sinceramente, me parece inexplicable e injustificado el revuelo de algunos ante el premio Nobel de la Paz para Barack Obama.
Si César Borgia pudo ser nombrado Obispo de Pamplona a la edad de quince años, y Cardenal de la Iglesia antes de cumplir los veinte, bien puede Obama ser Nobel de la Paz sin haber sido candidato (pues los candidatos deben haber sido propuestos a más tardar en febrero, lo que no ocurrió en este caso) y sin haber cumplido siquiera un año de su gestión como presidente de los Estados Unidos..
Si Lucrecia Borgia pudo ser declarada virgen por una severa comisión investigadora de cardenales, después de haber parido un hijo cuya paternidad se disputan el propio padre de Lucrecia, que era Papa, el hermano de Lucrecia, que era Cardenal, y el sicario Perotto, asesino a sueldo de los Borgia, bien puede Barack Obama se Premio Nobel de la Paz al mismo tiempo que mantiene la guerra de Irak, amplía y profundiza la de Afganistán y pone en funciones siete bases militares en territorio colombiano, mediante un convenio secreto y anticonstitucional con el Presidente de Colombia, quien se ha pasado por la galleta su obligación de solicitar autorización al congreso para tales fines.
¿Por qué no? ¿No vivimos acaso en el mundo de la picaresca mayúscula, esa que cuesta sangre, sudor y lágrimas a millones de personas y cientos de pueblos, mientras ofrece honores, recompensas y títulos a los verdugos y victimarios? Reconocer esta realidad, al mejor estilo renacentista, ¿no es acaso un gesto supremo de sinceridad, un inocente e ingenuo reconocimiento de la verdadera realidad de este mundo?
El Instituto Nobel de Oslo (Noruega), es el encargado de otorgar el Premio Nobel de la Paz. Ya en el año 2001, cuando se preparaba la guerra contra Irak, los doctos académicos noruegos habían propuesto el Nobel de la Paz para el presidente George Bush. Yo escribí entonces una crónica que reproduzco aquí porque es pertinente en todas sus letras y sílabas. Ahí va:
¡Hossana, un Mundo Nuevo!
Hay ocasiones en que las noticias nos redimen, iluminan nuestras pobres vidas con rayos de esperanza y nos devuelven la fe en el porvenir de este valle de lágrimas. Y cuando una de estas noticias cae bajo nuestros ojos tristes, la mirada recobra su esplendor de la juventud ya marchita y brilla en las pupilas la alegría de la reconciliación
Leed y regocijaos Doce académicos noruegos, miembros de la mismísima Academia que otorga los Premios Nobel de la Paz, han anunciado que otorgarán al presidente George Bush ese glorioso galardón, si promete no iniciar una guerra.
La noticia es sensacional, porque significa una verdadera revolución cultural, filosófica e incluso sicológica en la historia de la sociedad humana. De ahora en adelante podremos ver en la prensa noticias maravillosas, henchidas de optimismo y de fe en el destino de la especie humana. Por ejemplo, se podrá anunciar que se va a otorgar el Premio Nobel de Literatura a don José María Aznar, a condición de que prometa no escribir jamás una novela. Lo cual no sería del todo novedoso: ya se lo dieron a Winston Churchill, y tal parece que lo hicieron bajo la misma promesa. O tal vez se ofrezca el Nobel de Medicina a cualquier médico honrado si promete no matar a ningún paciente en los próximos seis meses. O el Nobel de Química a Saddam Hussein si garantiza que no usará sus armas químicas contra ciudadanos norteamericanos. O bien, el mismo Nobel de Química a las fábricas europeas que le han vendido a dicho Saddam Hussein los reactivos y precursores necesarios para fabricar sus armas, si deciden no volver a hacerlo. O mejor aún, el Premio Nobel de la Paz a Osama Ben Ladin, si abandona sus proyectos apocalípticos contra los Estados Unidos. O bien –¿por qué no?– el Premio Nobel de Matemáticas al hermano del presidente Bush si promete contar correctamente los votos de la Florida en la próximas elecciones norteamericanas.
Las posibilidades son infinitas. Las perspectivas, inmensas. Las esperanzas, indescriptibles. Imaginad un mundo bello, pacífico, fraternal, donde los jefes de estado firman contratos de buenos propósitos y reciben en cambio una medalla de oro y un millón de dólares contantes y sonantes. Imaginad una Sociedad Global de la Buena Fe, de las Promesas Cumplidas, de las Bellas Intenciones, de las Almas Puras. ¿No es esto acaso el fin último, el objetivo justo y santo por el cual tantos hombres y mujeres han muerto triturados y abrasados en tantas guerras crueles, en tantas Cruzadas fanáticas, en tantas aventuras sangrientas? ¿Cómo ha sido posible que la humanidad haya tenido que sufrir tanto para llegar a esta idea genial, sencilla, inmarcesible?
Yo, como Martin Luther King, tengo un sueño. Yo sueño con un mundo cuyos habitantes puedan ostentar todos, con orgullo y pasión, el Premio Nobel de Buena Conducta. Ya no más un Premio Nobel por hazañas realizadas, invenciones logradas, hechos cumplidos, méritos alcanzados, vidas dedicadas a un esfuerzo agobiante y desgastador, disciplinas largamente practicadas y sacrificios ofrecidos con esfuerzo y tenacidad, no, nada de eso. Todas esas pamplinas son para élites heroicas, para individuos excepcionales, para sujetos raros de esos que se producen casi por accidente en esas nocturnas ceremonias que el Arcipreste de Hita llamó "yuntas con hembra placentera". ¡No, nada de eso! ¡Yo sueño con un mundo maravilloso y feliz donde todos y cada uno tengamos acceso a nuestro premio: los pobres, los santos, los idiotas, los ricos, los cojos, los jorobados, los feos, los estadistas, las feministas, los incapaces, los olvidadizos, los perezosos, las Reinas de la Belleza, los sicarios, los contrabandistas, todos!
Porque solamente bastará para lograrlo, el sagrado ritual de La Promesa de Buena Conducta.
En un mundo así será posible cualquier maravilla. Y para iniciar el camino glorioso hacia ese mundo de ensueño, nada mejor que comenzar con el Premio Nobel de la Paz para el presidente George Bush. O para cualquier presidente norteamericano que invada países, mantenga campos de concentración, tenga basas militares en tierras extrañas, apoye golpes de estado o cometa cualquier otra travesura de esas. ¡Hossana!
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Hasta aquí llegaba mi crónica en el año 2001. Ahora, en el 2009, releyéndola, me dan ganas de solicitar a quien corresponda, tenga a bien concederme el Premio Nostradamus.
Estocolmo, 2009-10-10
Carlos Vidales
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