Desde el siglo XIX, México ha vivido una revolución cada cien años. Hoy el desempleo, la precariedad, el narcotráfico y el fraude electoral podrían tener abonado el terreno para una nueva revolución.
“El Gobierno nos llama narcos por defender los derechos indígenas”
La fallida guerra contra el narco
César Morales Oyarvide / MéxicoMiércoles 7 de abril de 2010
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN MEXICANA. El líder revolucionario del norte, Pancho Villa (en el centro) y el máximo representante de los campesinos, indígenas y jornaleros sin tierra, Emilio Zapata (derecha), en el Palacio Presidencial de la Ciudad de México, después de derrocar a Victoriano Huerta, en 1914.
“Si tras el cartel no marcharan decenas de miles de personas, el texto de la pancarta que encabeza la nueva movilización en Oaxaca podría tomarse con ligereza. ‘Calderón: nos vemos en el 2010’. Un iracundo Emiliano Zapata flanquea la leyenda junto con dos carabinas”. Así describe una escena de la que fue testigo en 2006 el periodista Diego Osorno en su libro Oaxaca sitiada, la primera insurrección del s. XXI. Ya desde entonces el panorama se presentía tormentoso para el final de la década.
Desde que nació como Estado, el décimo año de cada siglo en México ha estallado una revolución. En 1810, el país declaró su Independencia de España, dando inicio a una lucha que dejó cientos de miles de muertos, en su mayoría indígenas, y que culminó en septiembre de 1821. En 1910, se inició la Revolución Mexicana contra la dictadura de Porfirio Díaz, la primera y una de las más grandes revoluciones agrarias del siglo, una guerra civil que costaría más de un millón de muertos. Con una duración también de una decena de años, que al final tomó la forma de un régimen autoritario: el del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
¿Algo semejante podría ocurrir este año? John Ross, veterano periodista norteamericano afincado en México, respondía así en Counterpunch en noviembre de 2009: “Ya sea por el ciclo de los 100 años, sea por una medida del metabolismo político de México, o por una coincidencia en los números, esto ha llevado a los académicos a volver a sus libros de historia”. Y las similitudes existen. El historiador José C. Briones, autor de Crisis del Estado: México 2006, no duda en comparar las épocas. Hace un siglo la paz de la dictadura de Díaz se quebró por las jornadas de lucha de diversos sectores de los trabajadores, entre las que destacaron las huelgas de los mineros en Cananea en 1906 y de los trabajadores textiles en Río Blanco en 1907. De igual manera, hoy, en el sexenio de Calderón, las luchas de los trabajadores en Lázaro Cárdenas y Pasta de Conchos, los ejidatarios de Atenco, la población en Oaxaca, han marcado la resistencia de los de abajo, pero todas las luchas acabaron en represión y asesinatos.
También Ross señala que “Calderón, con dudas aún sobre su elección en 2006, es tan impopular como lo fue el dictador Porfirio Díaz cien años atrás, también en el poder por medio de fraudes. Además, como el dictador, está gastando miles de millones para la puesta en escena de la celebración del bicentenario, en medio de circunstancias de crisis económica y descontento social”.
Juan Caballero, de 109 años, veterano de la Revolución que se unió a los 14 años a las fuerzas de Villa, declaraba a la revista Proceso: “Estamos rumbo del carajo, no vamos nada bien. Estamos peor que en 1910. Hace cien años la gente de alguna forma tenía para comer en el campo. Hoy eso se acabó, ya no hay campo y en las zonas urbanas hay hambre y desolación”, dice el veterano villista.
Factores para la revolución
Para los analistas las posibilidades reales de una insurrección deben ser medidas en función de unas tensiones objetivas y unas fuerzas subjetivas que hagan posible o no un movimiento como los pasados.
Según Ross hoy se dan las condiciones objetivas para un estallido social: “México sufre la peor crisis económica desde la Gran Depresión, millones de personas están desempleadas, 72 de los poco más de 100 millones de mexicanos viven por debajo o cerca de la pobreza y la desigualdad de ingresos es comparable a la de África. Los partidos son motivo de desconfianza, y las elecciones son sospechosas de fraude a pesar de los esfuerzos por crear una maquinaria electoral moderna y transparente”, asegura.
A esto hay que añadir que las principales fuentes de divisas para el país, el petróleo, las remesas de los migrantes y el turismo, han caído de forma grave. El número de ejecuciones relacionadas con el narcotráfico ha sufrido un aumento considerable, hasta una cada hora, en promedio, durante 2009. Y por si esto fuera poco, desde finales de año, una serie de medidas del Gobierno de carácter impopular suben los impuestos, encarecen los combustibles, la energía eléctrica y la canasta básica de alimentos. Mientras se destruyen miles de empleos, como los 44.000 que se perdieron con un sólo decreto, el que declaró extinta la empresa pública Luz y Fuerza del Centro en octubre.
Como argumenta en un artículo Francisco Gutiérrez Sanín, de la Universidad Nacional de Colombia, los tres factores que hacen más proclive a un país para la emergencia de la violencia política son la alta desigualdad, la presencia del narcotráfico y la represión del régimen.
Posibles actores de un cambio
La oposición armada se encuentra fragmentada y aislada. En Chiapas, el EZLN ha tenido éxito en la construcción de espacios autónomos regionales, pero sus intentos de extenderse más allá de su zona de influencia han fracasado. En los Estados de Guerrero y Oaxaca, sureños, pobres con alta presencia indígena y una larga tradición guerrillera, operan varios grupos insurgentes, como el EPR o el ERPI. A diferencia del EZLN, estos grupos defienden la violencia revolucionaria y siguen una estrategia clásica de toma del poder. Aunque han reivindicado la autoría de golpes de importancia tienen limitada capacidad de convocatoria.
La izquierda electoral está representada por el PRD, un partido enfrascado en pugnas entre sus facciones, cada vez más desacreditado y que ha participado en la represión de protestas sociales junto al Gobierno del PAN, y por el movimiento creado por Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Sin embargo, su actitud abocada a la vía electoral con miras en las elecciones presidenciales de 2012, los hacen poco probables protagonistas de una revolución en 2010. Más relevante parece ser una izquierda aparentemente desorganizada y que está cada vez menos conforme con el desempeño del PRD y el electoralismo de AMLO. Fueron los que estuvieron en las multitudinarias marchas en apoyo a este último en el conflicto postelectoral de 2006, en las barricadas en Oaxaca, y apoyando al Sindicato Mexicano de Electricistas.
Antes de echar las campanas al vuelo
Hay quienes aconsejan cautela a los entusiastas de una revolución. El corresponsal de La Jornada en Chiapas, Hermann Belinhausen, piensa que los pronunciamientos de las autoridades sobre un eventual estallido están pavimentando el camino para un incremento de la criminalización de la protesta social, y un pretexto para una mayor militarización. Y otros, los más, desestiman la idea. El propio John Ross considera la posibilidad de muy remota pues “la memoria de las enormes tragedias humanas que acompañaron los procesos iniciados en 1810 y 1910 han hecho a los mexicanos cautelosos en lo tocante a la palabra con ‘r’ y al cambio social violento”. Además, sociólogos como Nelson Arteaga Botello consideran que la sociedad se ha vuelto cada vez más indiferente hacia la desigualdad, que se ve como algo legítimo, lo que desactivaría uno de los principales resortes de una posible revolución. Como se leía en un número pasado de El Insurgente, el medio de comunicación del EPR, parece que las condiciones objetivas para hacer una revolución en 2010 existen, pero las fuerzas subjetivas que pueden llevarla a cabo no están cohesionadas ni consolidadas, lo que hace una revolución posible, pero no probable.
Fuente: Diagonal
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