La manera fácil de encarcelar la verdad
Julio Castro – laRepública Cultural.es
Un poco harto de ver y oír cómo se defenestra cualquier indicio de avance democrático en nuestro país, creo que hemos llegado al límite de los límites de la impostura con los casos de corrupción política, que se están mezclando con el acoso a quien quiso juzgar a los dictadores fascistas recientes.
Digo bien, no me quedaré corto en aseverar que no hubo uno, sino muchos dictadores fascistas en 40 años de franquismo, todos ellos encabezados por un títere enano mental, que hoy y siempre debe ser visto como la vergüenza de la historia militar de todos los tiempos: historiadores y militares saben por qué, eso me consta. El problema es que algunos de aquellos dictadores de la dictadura siguen vivitos y coleando, algunos en el partido llamado popular (remedo de nombre creado para desvirtuar lo que fuera aquel Frente Popular que les venció en el ’36 y no pudieron soportar), otros en otros partidos fascistas o de plena corrupción. Pero, sobre todo, aquellos tuvieron descendencia. Y no voy a decir que esto se transmita en los genes, ni por invocación divina: no les daré ese placer a los fachas. Lo que sí digo es que muchos de aquellos siguen viviendo a costa del chiringo heredado de sus ignominiosos progenitores.
Parece que semejantes elementos siguen a salvo de todo y de todos, por eso ahora se permiten llevar a cabo la tragedia que cualquier Estado, con vocación de democrático, puede sufrir: la de ver cómo se encarcela a los perseguidores de los crímenes fascistas contra el pueblo y, para más señas, a manos y en nombre de los propios responsables de cometerlos.
Nos dicen que se va a impartir justicia y yo lo niego. Niego rotundamente y desde ya que los jueces de nuestro país impartan justicia, por cuanto que se limitan a aplicar los procedimientos legales establecidos por un Estado carente de toda decencia o lógica democrática. Bueno, y tampoco llegan a eso: aplican de manera discrecional cada uno de los preceptos en función de conveniencias. Porque ¿quién no recuerda casos anteriores en que para que un juez prevaricador fuese condenado hubo de levantarse media opinión pública?
Y eso no es todo, porque hay que recordar que muchos de los jueces de hoy vienen de aquél otro régimen, o fueron puestos en su lugar por aquellos que, aún hoy, siguen en la sombra manejando hilos (o sogas, que cada vez son más burdos). Esos mismos, y sus sucesores, afirmaban y continúan afirmando que en aquel entonces impartían justicia, ya que aplicaban las legislaciones vigentes de manera justa. Y de nuevo afirmaré y negaré: efectivamente, aplicaban aquellas leyes, injustas de raíz, por cuanto que opresoras, arbitrarias, discriminatorias y contrarias a todo Estado de Derecho, sin que les temblase el pulso o la voz, pero, además, en el ejercicio de una judicatura emanada de un fascismo semidivino, las aplicaban arbitrariamente, a conveniencia de cada caso y cada momento, con lo que niego su justa aplicación.
Y con este plantel, con un Estado debilitado desde sus orígenes dudosamente democráticos, con una cabeza del Estado impuesta, antidemocrática, insumisa al control del pueblo (que debiera ser soberano), ni tan siquiera en los controles más básicos, como son los referentes a sus gastos y actividades, quieren vendernos que aplicarán justicia con Garzón, que trató de enchironar al mal nacido gusano Pinochet, que trató de perseguir la vergüenza de los GAL, que levantó la voz contra la guerra del fascista Aznar, que ha removido los cimientos de la sociedad corrupta de los políticos con el caso Gürtel, que ha perseguido a algunos de los peores narcotraficantes, a numerosos asesinos y genios del terror, y… ha defendido a nuestros muertos. No me refiero a los nuestros, nuestros, del rojerío, vamos, sino a los nuestros, de nuestro país, de nuestro pasado reciente, de nuestro horror vivido. Esos que están ahora a un paso de levantarse de la fosa y echarse a andar, como decía César Vallejo.
Y algunos de los perseguidores tienen la indecencia de llamarse progresistas.
Pero no nos engañemos, Garzón no pagará por todo, principalmente, como se nos ha demostrado, pagará por destapar la corrupción porque, ay amigo, ¿no sabías que el dinero es lo que más les duele? Y cuando haya comenzado a pagar por eso, será cuando le avienten en los ojos el tocar a aquellos muertos, el creer que aquí había cambiado algo.
¿Qué Estado permite que las leyes sean injustas y se apliquen injustamente para escarnio de todos? Miente quien dice que los gobiernos no se meten en la judicatura: ellos los examinan, los nombran, gobiernan dictando leyes, permitan que se apliquen a sabiendas de lo que son… y callan. ¡Y callan! Que es lo peor.
Yo no callaré. Hoy, mañana, pasado, debiéramos estar a pie de calle, desmontando la estructura de la bestia que estos salvajes han criado y ahora sacan a pasear, porque si no lo hacemos, a partir del mes que viene, podría comernos a todos de uno en uno, de una en una, cada vez que caminemos por esa jungla de asfalto.
Me preguntaba al principio si esta era la Justicia o la Ley, pero me temo que esta es tal ley que corresponde a tal justicia.
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