En su filme "2012", Roland Emmerich muestra el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados en dos modernas arcas de Noé mientras el resto de la humanidad sucumbe a los embates de las aguas.
Al igual que Henry Kissinger y Margareta Thatcher, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore recurre a la retórica ambientalista. Ya el objetivo no es desviar la atención de las guerras que desata el imperio anglosajón. Es esta terecera parte de su estudio sobre el discurso ecologista, Thierry Meyssan analiza la dramaturgia preparatoria de la Cumbre de la Tierra prevista para el año 2012 y la rebelión de Cochabamba.
El Protocolo de Kyoto
En 1988, Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar un Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido en español por sus siglas en inglés (IPCC) y como Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, denominación que utilizaremos en lo adelante en este trabajo. NdT.] bajo los auspicios del PNUMA y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
En su primer informe, en 1990, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático consideraba «poco probable» un claro aumento del efecto invernadero para «las próximas décadas o más allá». En 1995, un segundo informe de este órgano político se hace eco de la ideología de la Cumbre de Río y «sugiere una influencia detectable de la actividad humana en el clima planetario» [1].
Al ritmo de una al año, se suceden entonces una serie de conferencias de la ONU sobre el cambio climático. La de Kyoto, en Japón, elabora en diciembre de 1997 un Protocolo en el que los Estados firmantes se comprometen de forma voluntaria a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente las de dióxido de carbono (CO2) así como las de otros 5 gases: el metano (CH4), el protóxido de nitrógeno (N20), el hexafluoruro de azufre (SF6), los fluorocarburos (FC) y los hidroclorofluocarburos.
En la medida en que el Protocolo de Kyoto incita a los firmantes a hacer un mejor uso de los recursos energéticos no renovables, su firma parece positiva incluso a los Estados que no creen en la existencia de una influencia significativa de la actividad humana sobre el clima. Pero parece muy difícil que los Estados en vías de desarrollo logren modernizar sus industrias para hacerlas menos consumidoras de energía y menos contaminantes.
Señalando que esos Estados, cuyas industrias se encuentran en estado embrionario, producen pocos gases de efecto invernadero pero necesitan ayuda financiera para poder dotarse de industrias limpias y poco consumidoras, el Protocolo de Kyoto instituye un Fondo de Adaptación administrado por el Banco Mundial y un sistema de autorizaciones negociables.
Cada Estado recibe autorizaciones para la producción de ciertos volúmenes de gases de efecto invernadero que pueden repartir entre sus industrias. Los Estados en desarrollo que no utilicen la totalidad de sus permisos pueden revenderlos a los Estados desarrollados que contaminan más de lo autorizado. Con el producto de la venta [de los permisos que no utilizan] pueden financiar entonces la adaptación de sus industrias.
La idea parece llena de virtudes. El problema está en los detalles. La creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el camino a una financierización adicional de la economía y, partir de ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran objeto los países pobres.
De forma totalmente hipócrita, el presidente estadounidense Bill Clinton firma el Protocolo de Kyoto. Pero instruye a los parlamentarios del Partido Demócrata para que no lo ratifiquen. El Senado estadounidense lo rechaza de forma unánime.
Durante el periodo de ratificación del Protocolo de Kyoto, Estados Unidos se dedica a organizar el mercado de autorizaciones negociables, a pesar de que su intención es de no someterse a las exigencias comunes hasta el último momento.
Una organización caritativa, la Joyce Foundation, subvenciona varios estudios preparatorios. La dirección de dichos estudios está a cargo de Richard L. Sandor, economista republicano que ha desarrollado una doble carrera como corredor (Kidder Peabody, IndoSuez, Drexel Burnham Lambert) y universitario (Berkeley, Stanford, Northwestern, Columbia).
Bajo el estatuto de firma establecida según el derecho británico y la denominación de Climate Exchange [bolsa de valores sobre el clima], se crea un holding correspondiente a la modalidad Public Limited Company, lo cual implica que partes de dicha empresa pueden venderse a través de una oferte pública y que la responsabilidad de sus accionistas se limita a los aportes. El redactor de sus estatutos es un administrador de la Joyce Foundation, un jurista totalmente desconocido para el público llamado Barack Obama.
El ex vicepresidente estadounidense Al Gore y David Blood, ex director del banco Goldman Sachs, hacen un llamado público en busca de inversionistas.
Como resultado de dicha operación, Gore y Blood crean en Londres un fondo de inversiones de carácter ecológico denominado Generation Investment Management (GIM).
Para ello se asocian a Peter Harris (ex director del equipo de trabajo de Al Gore), a Mark Ferguson y Peter Knight (dos ex adjuntos de Blood en Goldman Sachs) así como a Henry Paulson (en aquel entonces director general de Goldman Sachs, puesto que dejará para convertirse en secretario del Tesoro de la administración Bush)
.
Climate Exchange Plc abre Bolsas en Chicago (Estados Unidos) y Londres (Reino Unido), con filiales en Montreal (Canadá), Tianjin (China) y Sydney (Australia).
Al reunir las acciones bloqueadas en el momento de la creación del holding con las que posteriormente adquiere, después del llamado público, Richard Sandor llega a poseer cerca de la quinta parte de todas las acciones.
El resto se reparte esencialmente entre fondos especulativos millonarios, como Invesco, BlackRock, Intercontinental Exchange (donde el propio Sandor funge también como administrador), General Investment Management y DWP Bank. Su capital bursátil sobrepasa actualmente los 400 millones de libras esterlinas. Los dividendos que percibieron los accionistas en 2008 se elevaron a 6,3 millones de libras.
Ingenuamente, los miembros de la Unión Europea son los primeros en adoptar la teoría del origen humano del calentamiento climático y en ratificar el Protocolo de Kyoto. Pero necesitan a Rusia para ponerlo en vigor. Este último país no tiene nada que temer en la medida en que el límite que se le fija no puede perjudicarlo, dado su retroceso industrial posterior a la disolución de la URSS.
Sin embargo, no lo acepta fácilmente, para exigir a cambio el apoyo de la Unión Europea a su admisión en la Organización Mundial del Comercio.
En definitiva, el Protocolo de Kyoto no entra en vigor hasta 2005.
2002: cuarta «Cumbre de la Tierra» en Johannesburgo y recordatorio de las prioridades por parte del presidente francés Jacques Chirac
La cumbre de Johannesburgo, en Sudáfrica, no presenta para Estados Unidos mayor interés que la de Nairobi. La agenda estadounidense está orientada exclusivamente hacia la guerra global contra el terrorismo. Por lo tanto, las cuestiones medioambientales tendrán que esperar.
El presidente estadounidense George W. Bush ni siquiera asiste a la cumbre y solamente envía al secretario de Estado Colin Powell, quien pronuncia un breve discurso en lo que su avión calienta los motores para emprender el viaje de regreso.
En Johannesburgo, la conferencia abandona el ambiente festivo que había primado en Río y se concentra en temas precisos: el acceso al agua y a la salud, el agotamiento previsible de las fuentes de energía no renovables y el precio de esta última, la ecología de la agricultura y la diversidad de las especies animales. El clima es un tema entre tantos otros.
La cumbre se convierte bruscamente en terreno de confrontación cuando el presidente francés Jacques Chirac declara: «Nuestra casa está en llamas y nosotros estamos mirando hacia otro lado. La Naturaleza, mutilada y sobreexplotada, no logra reconstituirse y nosotros nos negamos a admitirlo.
La humanidad está sufriendo. Está enferma de maldesarrollo, tanto en el Norte como en el Sur, y nosotros nos mantenemos indiferentes» [2].
Su discurso suena como una acusación contra Estados Unidos. No, la prioridad no es perseguir a Osama Ben Laden. Es el desarrollo de los países pobres y el acceso de todos a los bienes esenciales.
Furiosos, los altos funcionarios de la delegación estadounidense sabotean las negociaciones. Enfrascada en la instalación del centro de tortura de Guantánamo y de prisiones secretas en 66 países, la administración Bush tiene sin embargo el descaro de dar lecciones al resto del mundo y condiciona todo compromiso estadounidense a la obtención de concesiones de los países del Sur en materia de derechos humanos y de lucha contra el terrorismo.
No se obtiene la adopción de ningún documento final de real importancia.
Copenhague, en espera de la Cumbre de la Tierra 2012
2012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran cita intermedia.
La cuestión es que la nueva política anglosajona pretende utilizar el calentamiento climático para avanzar hacia la obtención de sus dos objetivos esenciales:
salvar el capitalismo y apoderarse de la capacidad de la ONU de establecer el derecho internacional.
No hay más remedio que reconocer que la economía estadounidense está en baja y que no logra rebasar su crisis interna.
Los estadounidenses ya no producen prácticamente nada importante, con excepción del armamento, mientras que los bienes que ellos mismos consumen se fabrican en una China cada día más próspera.
La principal solución es un cambio del capitalismo. Es hora de reactivar la especulación orientándola hacia las autorizaciones negociables para contaminar, de reactivar el consumo con productos ecológicos y de reactivar el trabajo con los empleos verdes [3].
Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo tiene que estar en manos de los estadounidenses. Y para lograrlo hay que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector.
Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore An Inconvenient Truth, (en castellano esta película lleva el título de: Una Verdad Incómoda) presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año 2007.
El vicepresidente estadounidense, cuyo doble juego ante el Protocolo de Kyoto ya nadie parece recordar, se presenta ahora como un convencido militante que defiende su noble causa dedicándole benévolamente su tiempo libre.
En realidad, fue en calidad de consejero de la Corona británica, la verdadera promotora de la operación, que Al Gore realizó el documental y emprendió una gira promocional.
Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000». Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el Y2KCC –en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático–, para ofrecer la apariencia de que existía un consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa que la magnificación de un problema menor [4].
Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore. El PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con 2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las aguas.
Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo.
La realidad es que Londres y Washington pretendían llevar a los europeos a reducir por sí mismos los límites establecidos en el Protocolo de Kyoto para aumentar así la cantidad de permisos negociables, y por consiguiente la especulación bursátil, y hacer fracasar la conferencia como medio de preparar a la opinión pública mundial para la adopción de una solución fuera del marco de la ONU.
El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy productiva para su país.
Decidió subir las apuestas eligiendo un compromiso espontáneo y radical. Anuncia entonces a los países de Europa occidental que Moscú apoya lo que ellos exigen y que reducirá sus emisiones de gases de efecto invernadero de un 20 a un 25% de aquí al año 2020 en relación con las emisiones registradas en 1990. ¿Quién da más? ¡Nadie!
El detalle es que entre 1990 y 2007 las emisiones rusas de gases de efecto invernadero se redujeron en un 34% como consecuencia al colapso industrial que se produjo en tiempos de Yeltsin. O sea, el supuesto compromiso del Kremlin [para la reducción de las emisiones] le deja margen… ¡para un aumento del 9 al 14%!
De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina.
Sarkozy llega en medio de los debates, denuncia la falta de voluntad de sus homólogos y convoca una reunión no programada entre varios jefes de Estado y de gobierno [5].
Sin traductores, sentados en sillas incómodas, unos cuantos personajes se prestan para la maniobra. Garabatean en un pedazo de papes unas cuantas líneas de buenas intenciones y las presentan como la panacea.
«El planeta» ha sido salvado y… ¡cada uno para su casa!
El verdadero objetivo de esa farsa no es otro que preparar a la opinión pública mundial para las decisiones que habrá que imponer en la «Cumbre de la Tierra» de 2012.
Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia.
Hugo Chávez denuncia la maniobra de Sarkozy, que consiste en la redacción de una declaración final por un reducido grupo de Estados que se autoproclaman «responsables» para imponerla después al resto de la comunidad internacional.
El presidente de Venezuela denuncia una farsa destinada a permitir que un capitalismo sin conciencia logre escamotear sus propias responsabilidades y pueda presentarse como si estuviera libre de polvo y paja [6].
Chávez se hace eco de una de las consignas que gritan los manifestantes fuera del centro de conferencia: «¡No cambien el clima, cambien el sistema!»
Cochabamba, la antítesis de Copenhague.
El presidente boliviano Evo Morales expone sus propias conclusiones sobre la cumbre de Copenhague. Para él está claro que las grandes potencias están jugando con el medio ambiente. Como ya viene sucediendo con muchos otros temas, las grandes potencias pretenden utilizar la cuestión del medio ambiente en beneficio propio y en detrimento del Tercer Mundo.
La presencia de una multitud de manifestantes fuera del centro de conferencias permite sin embargo abrigar esperanzas en cuanto a una voluntad planetaria muy diferente.
El presidente Evo Morales convoca entonces a una «Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra». El encuentro se desarrolla 4 meses más tarde en Cochabamba, Bolivia.
Sobrepasando todas las previsiones, más de 30 000 personas y 48 delegaciones gubernamentales participan en la Conferencia de Cochabamba. El ambiente de este encuentro recuerda a la vez el de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y el de las diferentes ediciones del Foro Social Mundial.
Lo que está en juego es sin embaro muy diferente.
En Río, la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller había dado realce a las asociaciones como medio de legitimar las decisiones tomadas a puertas cerradas. En Cochabamba sucede lo contrario. Las asociaciones, excluidas del centro de conferencias de Copenhague, son ahora los actores de la toma de decisiones. La comparación con el Foro Social Mundial deja de ser válida.
El objetivo del Foro Social Mundial es ser la contraparte del Foro Económico de Davos y para ello se exila a sí mismo en el otro extremo del mundo, como recurso para evitar los enfrentamientos que ya se habían producido en Suiza. Lo que se cuestiona ahora es la ONU.
Evo Morales ha tomado nota del fiasco de Copenhague y de la voluntad de las grandes potencias de ignorar la autoridad de la Asamblea General de la ONU, así que convoca a la sociedad civil a unirse frente a los gobiernos occidentales.
El presidente boliviano Evo Morales y su ministro de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, abordan las cuestiones medioambientales desde su propia cultura de indios aimaras [7].
Mientras los occidentales discuten para determinar hasta dónde hay que limitar las emisiones de gases de efecto invernadero para no perturbar el clima, el presidente de Bolivia y su ministro de Relaciones Exteriores señalan que si se piensa que esas emisiones pueden ser peligrosas, lo que se impone es interrumpirlas.
Rompiendo con la lógica dominante, Morales y Choquehuanca rechazan el principio de las autorizaciones negociables, estimando que no se puede permitir, y mucho menos vender, algo que se cree peligroso. A partir de ese razonamiento, el presidente boliviano y su ministro de Relaciones Exteriores se pronuncian por un completo cambio del principio fundamental.
Los Estados desarrollados, sus ejércitos y sus transnacionales han herido a la Tierra que nos alimenta, poniendo así en peligro a toda la humanidad, mientras que los pueblos originarios han dado pruebas de su propia capacidad para preservar la integridad de la Madre Tierra.
La solución es, por lo tanto, de orden político: hay que devolver a los pueblos autóctonos el manejo de los grandes espacios mientra que las transnacionales tienen que responder ante un tribunal internacional por los daños que han provocado.
www.voltairenet.org
Este artículo es la continuación de:
1. «La ecología de la guerra»
2. «La ecología de mercado»
En su filme «2012», Roland Emmerich muestra el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados en dos modernas arcas de Noé mientras el resto de la humanidad sucumbe a los embates de las aguas. El Protocolo de Kyoto
En 1988, Margaret Thatcher había incitado al G7 a financiar un Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (GIEC) [Conocido en español por sus siglas en inglés (IPCC) y como Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático, denominación que utilizaremos en lo adelante en este trabajo. NdT.] bajo los auspicios del PNUMA y de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).
En su primer informe, en 1990, el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático consideraba «poco probable» un claro aumento del efecto invernadero para «las próximas décadas o más allá». En 1995, un segundo informe de este órgano político se hace eco de la ideología de la Cumbre de Río y «sugiere una influencia detectable de la actividad humana en el clima planetario» [1].
Al ritmo de una al año, se suceden entonces una serie de conferencias de la ONU sobre el cambio climático. La de Kyoto, en Japón, elabora en diciembre de 1997 un Protocolo en el que los Estados firmantes se comprometen de forma voluntaria a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente las de dióxido de carbono (CO2) así como las de otros 5 gases: el metano (CH4), el protóxido de nitrógeno (N20), el hexafluoruro de azufre (SF6), los fluorocarburos (FC) y los hidroclorofluocarburos.
El presidente estadounidense Bill Clinton (aquí con su vicepresidente Al Gore) firmó con gran pompa el Protocolo de Kyoto, pero instruyó discretamente a los parlamentarios demócratas para evitar su ratificación en el Congreso. En la medida en que el Protocolo de Kyoto incita a los firmantes a hacer un mejor uso de los recursos energéticos no renovables, su firma parece positiva incluso a los Estados que no creen en la existencia de una influencia significativa de la actividad humana sobre el clima. Pero parece muy difícil que los Estados en vías de desarrollo logren modernizar sus industrias para hacerlas menos consumidoras de energía y menos contaminantes.
Señalando que esos Estados, cuyas industrias se encuentran en estado embrionario, producen pocos gases de efecto invernadero pero necesitan ayuda financiera para poder dotarse de industrias limpias y poco consumidoras, el Protocolo de Kyoto instituye un Fondo de Adaptación administrado por el Banco Mundial y un sistema de autorizaciones negociables.
Cada Estado recibe autorizaciones para la producción de ciertos volúmenes de gases de efecto invernadero que pueden repartir entre sus industrias. Los Estados en desarrollo que no utilicen la totalidad de sus permisos pueden revenderlos a los Estados desarrollados que contaminan más de lo autorizado. Con el producto de la venta [de los permisos que no utilizan] pueden financiar entonces la adaptación de sus industrias.
La idea parece llena de virtudes. El problema está en los detalles. La creación de un mercado de autorizaciones negociables abre el camino a una financierización adicional de la economía y, partir de ahí, a nuevas posibilidades para proseguir el saqueo del que ya eran objeto los países pobres.
De forma totalmente hipócrita, el presidente estadounidense Bill Clinton firma el Protocolo de Kyoto. Pero instruye a los parlamentarios del Partido Demócrata para que no lo ratifiquen. El Senado estadounidense lo rechaza de forma unánime.
Durante el periodo de ratificación del Protocolo de Kyoto, Estados Unidos se dedica a organizar el mercado de autorizaciones negociables, a pesar de que su intención es de no someterse a las exigencias comunes hasta el último momento.
Una organización caritativa, la Joyce Foundation, subvenciona varios estudios preparatorios. La dirección de dichos estudios está a cargo de Richard L. Sandor, economista republicano que ha desarrollado una doble carrera como corredor (Kidder Peabody, IndoSuez, Drexel Burnham Lambert) y universitario (Berkeley, Stanford, Northwestern, Columbia).
El entonces desconocido jurista Barack Obama redactó los estatutos de la Bolsa Mundial de Derechos de Emisión de gases de efecto invernadero. Bajo el estatuto de firma establecida según el derecho británico y la denominación de Climate Exchange [bolsa de valores sobre el clima], se crea un holding correspondiente a la modalidad Public Limited Company, lo cual implica que partes de dicha empresa pueden venderse a través de una oferte pública y que la responsabilidad de sus accionistas se limita a los aportes. El redactor de sus estatutos es un administrador de la Joyce Foundation, un jurista totalmente desconocido para el público llamado Barack Obama.
El ex vicepresidente estadounidense Al Gore y David Blood, ex director del banco Goldman Sachs, hacen un llamado público en busca de inversionistas.
Como resultado de dicha operación, Gore y Blood crean en Londres un fondo de inversiones de carácter ecológico denominado Generation Investment Management (GIM).
Para ello se asocian a Peter Harris (ex director del equipo de trabajo de Al Gore), a Mark Ferguson y Peter Knight (dos ex adjuntos de Blood en Goldman Sachs) así como a Henry Paulson (en aquel entonces director general de Goldman Sachs, puesto que dejará para convertirse en secretario del Tesoro de la administración Bush).
Climate Exchange Plc abre Bolsas en Chicago (Estados Unidos) y Londres (Reino Unido), con filiales en Montreal (Canadá), Tianjin (China) y Sydney (Australia).
Al reunir las acciones bloqueadas en el momento de la creación del holding con las que posteriormente adquiere, después del llamado público, Richard Sandor llega a poseer cerca de la quinta parte de todas las acciones.
El resto se reparte esencialmente entre fondos especulativos millonarios, como Invesco, BlackRock, Intercontinental Exchange (donde el propio Sandor funge también como administrador), General Investment Management y DWP Bank. Su capital bursátil sobrepasa actualmente los 400 millones de libras esterlinas. Los dividendos que percibieron los accionistas en 2008 se elevaron a 6,3 millones de libras.
Ingenuamente, los miembros de la Unión Europea son los primeros en adoptar la teoría del origen humano del calentamiento climático y en ratificar el Protocolo de Kyoto. Pero necesitan a Rusia para ponerlo en vigor. Este último país no tiene nada que temer en la medida en que el límite que se le fija no puede perjudicarlo, dado su retroceso industrial posterior a la disolución de la URSS.
Sin embargo, no lo acepta fácilmente, para exigir a cambio el apoyo de la Unión Europea a su admisión en la Organización Mundial del Comercio.
En definitiva, el Protocolo de Kyoto no entra en vigor hasta 2005.
2002: cuarta «Cumbre de la Tierra» en Johannesburgo y recordatorio de las prioridades por parte del presidente francés Jacques Chirac
La cumbre de Johannesburgo, en Sudáfrica, no presenta para Estados Unidos mayor interés que la de Nairobi. La agenda estadounidense está orientada exclusivamente hacia la guerra global contra el terrorismo. Por lo tanto, las cuestiones medioambientales tendrán que esperar.
El presidente estadounidense George W. Bush ni siquiera asiste a la cumbre y solamente envía al secretario de Estado Colin Powell, quien pronuncia un breve discurso en lo que su avión calienta los motores para emprender el viaje de regreso.
En Johannesburgo, la conferencia abandona el ambiente festivo que había primado en Río y se concentra en temas precisos: el acceso al agua y a la salud, el agotamiento previsible de las fuentes de energía no renovables y el precio de esta última, la ecología de la agricultura y la diversidad de las especies animales. El clima es un tema entre tantos otros.
En Johannesburgo, el presidente francés Jacques Chirac se pronuncia por un cambio de prioridades. Lo urgente no es la búsqueda de Ben Laden sino el desarrollo libre de contaminación. La cumbre se convierte bruscamente en terreno de confrontación cuando el presidente francés Jacques Chirac declara: «Nuestra casa está en llamas y nosotros estamos mirando hacia otro lado. La Naturaleza, mutilada y sobreexplotada, no logra reconstituirse y nosotros nos negamos a admitirlo.
La humanidad está sufriendo. Está enferma de maldesarrollo, tanto en el Norte como en el Sur, y nosotros nos mantenemos indiferentes» [2].
Su discurso suena como una acusación contra Estados Unidos. No, la prioridad no es perseguir a Osama Ben Laden. Es el desarrollo de los países pobres y el acceso de todos a los bienes esenciales.
Furiosos, los altos funcionarios de la delegación estadounidense sabotean las negociaciones. Enfrascada en la instalación del centro de tortura de Guantánamo y de prisiones secretas en 66 países, la administración Bush tiene sin embargo el descaro de dar lecciones al resto del mundo y condiciona todo compromiso estadounidense a la obtención de concesiones de los países del Sur en materia de derechos humanos y de lucha contra el terrorismo.
No se obtiene la adopción de ningún documento final de real importancia.
Copenhague, en espera de la Cumbre de la Tierra de 2012
2012 será el año de la quinta Cumbre de la Tierra y de la revisión del Protocolo de Kyoto. Pero Washington y Londres han decidido convertir la 15ª conferencia sobre el cambio climático en una gran cita intermedia.
La cuestión es que la nueva política anglosajona pretende utilizar el calentamiento climático para avanzar hacia la obtención de sus dos objetivos esenciales:
salvar el capitalismo y
apoderarse de la capacidad de la ONU de establecer el derecho internacional.
No hay más remedio que reconocer que la economía estadounidense está en baja y que no logra rebasar su crisis interna.
Los estadounidenses ya no producen prácticamente nada importante, con excepción del armamento, mientras que los bienes que ellos mismos consumen se fabrican en una China cada día más próspera.
La principal solución es un cambio del capitalismo. Es hora de reactivar la especulación orientándola hacia las autorizaciones negociables para contaminar, de reactivar el consumo con productos ecológicos y de reactivar el trabajo con los empleos verdes [3].
Por otro lado, como la resistencia a la globalización forzosa se hace cada día mayor es conveniente presentarla de otra manera para obtener su aceptación. Habrá que decir que las cuestiones medioambientales exigen una administración global cuyo liderazgo tiene que estar en manos de los estadounidenses. Y para lograrlo hay que demostrar la ineficacia de la ONU en ese sector.
Convertido en consejero especial de la Corona de Inglaterra, el ex vicepresidente estadounidense Al Gore obtuvo el premio Nóbel por su filme de propaganda «An Inconvenient Truth» Una larga y poderosa campaña de propaganda precedió la conferencia de Copenhague, comenzando por el filme de Al Gore An Inconvenient Truth, (en castellano esta película lleva el título de: Una Verdad Incómoda) presentado en el Festival de Cannes de 2006, documental que le valió a Gore el premio Nóbel de la Paz correspondiente al año 2007.
El vicepresidente estadounidense, cuyo doble juego ante el Protocolo de Kyoto ya nadie parece recordar, se presenta ahora como un convencido militante que defiende su noble causa dedicándole benévolamente su tiempo libre.
En realidad, fue en calidad de consejero de la Corona británica, la verdadera promotora de la operación, que Al Gore realizó el documental y emprendió una gira promocional.
Al Gore es un especialista de la manipulación de las masas. Fue el organizador, a fines del siglo 20, de la campaña de alarmismo milenarista vinculada al llamado «error informático del año 2000». Suscitó entonces la creación de un grupo de expertos de la ONU, el Y2KCC –en todo sentido comparable al Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático–, para ofrecer la apariencia de que existía un consenso científico alrededor de lo que en realidad no era otra cosa que la magnificación de un problema menor [4].
Varios filmes de ficción se agregan al documental de Al Gore. El PNUMA divulga mundialmente el filme Home, del fotógrafo francés Yann Arthus-Bertrand, el 5 de junio de 2009. Algo similar sucede con 2012, el filme hollywoodense del alemán Roland Emmerich, que presenta el derrumbe de la corteza terrestre bajo el peso de las aguas y el salvamento de los capitalistas más adinerados gracias a dos modernas arcas de Noé mientras que los pobres perecen bajo las aguas.
Aparentemente, la conferencia de Copenhague debía resolver la cuestión de los gases de efecto invernadero estableciendo límites para las emisiones y ayudas destinadas a los países en desarrollo.
La realidad es que Londres y Washington pretendían llevar a los europeos a reducir por sí mismos los límites establecidos en el Protocolo de Kyoto para aumentar así la cantidad de permisos negociables, y por consiguiente la especulación bursátil, y hacer fracasar la conferencia como medio de preparar a la opinión pública mundial para la adopción de una solución fuera del marco de la ONU.
El presidente ruso Dimitri Medvedev, perfectamente cómodo en medio de toda esta farsa, preparó una maniobra que puede resultar muy productiva para su país.
Decidió subir las apuestas eligiendo un compromiso espontáneo y radical. Anuncia entonces a los países de Europa occidental que Moscú apoya lo que ellos exigen y que reducirá sus emisiones de gases de efecto invernadero de un 20 a un 25% de aquí al año 2020 en relación con las emisiones registradas en 1990. ¿Quién da más? ¡Nadie!
El detalle es que entre 1990 y 2007 las emisiones rusas de gases de efecto invernadero se redujeron en un 34% como consecuencia al colapso industrial que se produjo en tiempos de Yeltsin. O sea, el supuesto compromiso del Kremlin [para la reducción de las emisiones] le deja margen… ¡para un aumento del 9 al 14%!
En violación de las reglas de las Naciones Unidas, Nicolas Sarkozy utiliza la urgencia climática para conformar un directorio encargado de redactar la declaración final de la conferencia de Copenhague en sustitución de la Asamblea General de la ONU. De forma nada sorprendente, los anglosajones mueven sus peones utilizando al presidente francés Nicolas Sarkozy, enteramente satisfecho este último de verse en el papel de deus ex machina.
Sarkozy llega en medio de los debates, denuncia la falta de voluntad de sus homólogos y convoca una reunión no programada entre varios jefes de Estado y de gobierno [5].
Sin traductores, sentados en sillas incómodas, unos cuantos personajes se prestan para la maniobra. Garabatean en un pedazo de papes unas cuantas líneas de buenas intenciones y las presentan como la panacea.
«El planeta» ha sido salvado y… ¡cada uno para su casa!
El verdadero objetivo de esa farsa no es otro que preparar a la opinión pública mundial para las decisiones que habrá que imponer en la «Cumbre de la Tierra» de 2012.
Pero el presidente venezolano Hugo Chávez cuestiona la problemática de la cumbre, sin desalentar por ello a las asociaciones ecologistas que se manifiestan ante el centro donde se desarrolla la conferencia.
Hugo Chávez denuncia la maniobra de Sarkozy, que consiste en la redacción de una declaración final por un reducido grupo de Estados que se autoproclaman «responsables» para imponerla después al resto de la comunidad internacional.
El presidente de Venezuela denuncia una farsa destinada a permitir que un capitalismo sin conciencia logre escamotear sus propias responsabilidades y pueda presentarse como si estuviera libre de polvo y paja [6].
Chávez se hace eco de una de las consignas que gritan los manifestantes fuera del centro de conferencia: «¡No cambien el clima, cambien el sistema!»
Cochabamba, la antítesis de Copenhague
El presidente boliviano Evo Morales expone sus propias conclusiones sobre la cumbre de Copenhague. Para él está claro que las grandes potencias están jugando con el medio ambiente. Como ya viene sucediendo con muchos otros temas, las grandes potencias pretenden utilizar la cuestión del medio ambiente en beneficio propio y en detrimento del Tercer Mundo.
La presencia de una multitud de manifestantes fuera del centro de conferencias permite sin embargo abrigar esperanzas en cuanto a una voluntad planetaria muy diferente.
El presidente Evo Morales convoca entonces a una «Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra». El encuentro se desarrolla 4 meses más tarde en Cochabamba, Bolivia.
Sobrepasando todas las previsiones, más de 30 000 personas y 48 delegaciones gubernamentales participan en la Conferencia de Cochabamba. El ambiente de este encuentro recuerda a la vez el de la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro y el de las diferentes ediciones del Foro Social Mundial.
Lo que está en juego es sin embargo muy diferente.
En Río, la firma de relaciones públicas Burson-Marsteller había dado realce a las asociaciones como medio de legitimar las decisiones tomadas a puertas cerradas. En Cochabamba sucede lo contrario. Las asociaciones, excluidas del centro de conferencias de Copenhague, son ahora los actores de la toma de decisiones. La comparación con el Foro Social Mundial deja de ser válida.
El objetivo del Foro Social Mundial es ser la contraparte del Foro Económico de Davos y para ello se exila a sí mismo en el otro extremo del mundo, como recurso para evitar los enfrentamientos que ya se habían producido en Suiza. Lo que se cuestiona ahora es la ONU.
Evo Morales ha tomado nota del fiasco de Copenhague y de la voluntad de las grandes potencias de ignorar la autoridad de la Asamblea General de la ONU, así que convoca a la sociedad civil a unirse frente a los gobiernos occidentales.
El presidente boliviano Evo Morales y su ministro de Relaciones Exteriores, David Choquehuanca, abordan las cuestiones medioambientales desde su propia cultura de indios aimaras [7].
Mientras los occidentales discuten para determinar hasta dónde hay que limitar las emisiones de gases de efecto invernadero para no perturbar el clima, el presidente de Bolivia y su ministro de Relaciones Exteriores señalan que si se piensa que esas emisiones pueden ser peligrosas, lo que se impone es interrumpirlas.
Rompiendo con la lógica dominante, Morales y Choquehuanca rechazan el principio de las autorizaciones negociables, estimando que no se puede permitir, y mucho menos vender, algo que se cree peligroso. A partir de ese razonamiento, el presidente boliviano y su ministro de Relaciones Exteriores se pronuncian por un completo cambio del principio fundamental.
Los Estados desarrollados, sus ejércitos y sus transnacionales han herido a la Tierra que nos alimenta, poniendo así en peligro a toda la humanidad, mientras que los pueblos originarios han dado pruebas de su propia capacidad para preservar la integridad de la Madre Tierra.
La solución es, por lo tanto, de orden político: hay que devolver a los pueblos autóctonos el manejo de los grandes espacios mientras que las transnacionales tienen que responder ante un tribunal internacional por los daños que han provocado.
La conferencia de Cochabamba confirma la capacidad de los pueblos autóctonos para hacer lo que los occidentales no han podido lograr. De izquierda a derecha, el presidente de Venezuela Hugo Chávez, el ministro boliviano de Relaciones Exteriores David Choquehuanca y el presidente de Bolivia Evo Morales. La Conferencia de los Pueblos celebrada en Cochabamba llama a la organización de un referendo mundial para la institución de una justicia climática y medioambiental y la abolición del sistema capitalista.
Siguiendo el mismo método ya tantas veces aplicado en numerosas cumbres internacionales que habían logrado escapar al control de los anglosajones, Washington desata de inmediato una campaña mediática destinada a desacreditar el mensaje de la conferencia de Cochabamba.
Dicha campaña deforma los razonamientos y el discurso del presidente boliviano Evo Morales [8].
Demasiado tarde. La ideología verde de Occidente ya ha perdido la unanimidad.
El árbol que no deja ver el bosque
En 40 años de discusiones de la ONU, las cosas no han mejorado sino todo lo contrario. Lo que se ha producido es un increíble acto de prestidigitación que resalta la responsabilidad individual mientras que pasa por alto las responsabilidades de los Estados y oculta la de las transnacionales. Como el árbol que no deja ver el bosque.
En las cumbres internacionales nadie trata de evaluar el costo energético de las guerras desatadas contra Afganistán e Irak, costo energético que incluye el puente aéreo que transporta diariamente toda la logística proveniente de Estados Unidos hacia el campo de batalla, incluyendo la alimentación de los soldados.
Nadie se preocupa por medir la superficie habitada contaminada por las municiones de uranio enriquecido, de los Balcanes a Somalia y pasando por el Gran Medio Oriente.
Nadie menciona las áreas agrícolas destruidas por las fumigaciones en el marco de la guerra contra la droga, en América Latina o en Asia central; ni las áreas esterilizadas por el uso del agente naranja, desde la jungla vietnamita hasta los palmares iraquíes.
Hasta la celebración de la conferencia de Cochabamba, la conciencia colectiva olvidó las evidencias existentes de que los principales ataques contra el medio ambiente no son consecuencia de comportamientos individuales ni de la industria civil sino de guerras desatadas para que las transnacionales puedan explotar los recursos naturales, y de la explotación sin escrúpulos de esos mismos recursos por parte de las transnacionales que alimentan los ejércitos imperiales. Lo cual nos trae nuevamente al punto de partido, cuando U Thant proclamaba el «Día de la Tierra» en protesta contra la guerra de Vietnam.
Thierry Meyssan
Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008).
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