No podía ser distinto, el Estado de Israel y los líderes sionistas nos han acostumbrado a esa fidelidad perenne al oportunismo y al aprovechamiento político de las desgracias y los horrores acontecidos en la historia de la humanidad.
Lo hicieron antes, con el holocausto, del cual han conseguido una tremenda utilidad económica y financiera al convertirlo en un cheque en blanco canjeable permanentemente por impunidad y apoyo económico a su política de exterminio físico y político del pueblo palestino, así como a sus sistemáticas y reiteradas violaciones a los derechos humanos y al derecho internacional.
Esta vez intentan rentar con los 33 mineros que permanecieron 69 días en las profundidades de una mina debido a la irresponsabilidad de sus dueños, a la laxitud de unas leyes hechas a la medida de los grandes empresarios y a la premeditada debilidad de la función fiscalizadora del Estado. Todo esto en un país que les exige sacrificios a los trabajadores a cambio de sueldos diminutos. Todo esto en un país en el que los empresarios se han acostumbrado a negar los derechos de quienes producen la riqueza que los enriquece.
Esta vez los israelíes buscan compartir los beneficios políticos de un rescate transformado en reality show para ocultar que muchas minas operan incumpliendo la ley en cuanto a seguridad laboral se refiere, y para esconder la increíble desprotección de todos los trabajadores chilenos.
Subiéndose por el chorro de la algarabía mundial que ha dejado de lado lo importante para celebrar que una tragedia termine convertida en una fiesta, invitan a los mineros a celebrar la navidad en Tierra Santa, esa tierra que la comunidad internacional reconoce como los territorios palestinos que Israel mantiene ocupados ilegalmente desde hace más de 40 años.
Les invitan porque tienen el poder -pero no el derecho-, de invitar a una tierra que no les pertenece y que mantienen ocupada solo en virtud de su poderío militar y de la red de protección incondicional liderada por los Estados Unidos.
Lo hacen para acreditar la idea de que Belén, ciudad milenaria de Palestina y capital mundial de la cristiandad, es parte de Israel, ese Estado que en más de 60 años de existencia no ha definido sus elásticas fronteras, mientras gana tiempo en negociaciones que no van a ningún lado pero que le permiten seguir construyendo asentamientos ilegales en territorio palestino. Lo hacen para negar una vez más a Palestina, que era, es y seguirá siendo Palestina por muchos años que pasen, por muchos hogares que destruyan, por muchos palestinos que torturen, encarcelen y asesinen.
Por mi parte confío en que los mineros y sus familias, esos que sufrieron tantas veladas de incertidumbre debido a la presencia de la muerte que rondaba el campamento Esperanza, no se convertirán en cómplices de un Estado que ha hecho del exterminio y de la muerte su argumento favorito.
Confío en que los mineros y sus familias, esos que iluminaron al mundo acerca de la necesidad de justicia y respeto a los derechos laborales, no se prestarán para avalar exactamente lo contrario de lo que simbolizan.
Confío en que su presencia no avalará el circo que Israel monta para estas navidades con el propósito de ocultar su muro de la vergüenza, ese muro que transforma la navidad en tragedia porque contribuye a aniquilar cualquier atisbo de libertad religiosa, política, social y cultural en los territorios ocupados.
Por Daniel Jadue J.
Presidente Centro Cultural La Chimba
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