Macoripaz es una fundación que da apoyo a mujeres desplazadas o cabeza de hogar.
LaFundación Macoripaz les da trabajo y capacitación a 400 mujeres desplazadas o cabeza de familia
Todo comenzó con un arroz con leche. Ahora es un proyecto que les da trabajo y capacitación a 400 mujeres desplazadas o cabeza de familia de uno de los lugares más agobiados por la violencia en el país, y que incide en casi todos los ámbitos de la vida de Riosucio, municipio chocoano a donde se llega por vía terrestre a través de una especie de montaña rusa hecha de fango o navegando por el río Atrato.
Por eso, la Fundación Macoripaz -Mujeres Riosuceñas Construyendo Paz- será galardonada hoy con el Premio Nacional de Paz.
La hazaña que las convirtió en ejemplo nació de la necesidad, en el 2000.
Riosucio era por aquel año un pueblo saturado de colombianos arrojados de sus campos, a la vez que los habitantes urbanos del lugar salían también.
Desde diciembre de 1996, cuando empezaron a incursionar las Autodefensas de Córdoba y Urabá y el bloque 'Élmer Cárdenas' y tomaron la ruta del Atrato, el éxodo había afectado a unas 5.000 personas -de acuerdo con el secretario de Gobierno, Benjamín Palacio-, la mayoría mujeres y niños. Organizaciones de derechos humanos hablan, además, de por lo menos 120 asesinatos selectivos.
En una de esas oleadas de gente arribaron Rosa Betssie Romaña, su esposo y 5 hijos montados en un sanitario. Se preguntará el lector: ¿cómo puede ser eso? Sucede que en estas lejanías del Chocó, por lo general, no hay baños en las casas, sino que las necesidades corporales se hacen en casetas comunales de tablas, con un agujero en la mitad, montadas en maderos para que floten en los ríos.
Una noche de 1997 (la mujer no precisa la fecha) las 33 familias de Pedeguita se fueron en botes remontando el río ante la inminencia de un ataque de los 'paras' que habían estado el día antes.
Como no tenía transporte, y con ese sentido común que la caracteriza, ella montó a su familia en la armazón, tapó el hueco para que la empalizada sirviera como balsa y remaron seis horas hasta pasada la medianoche, alumbrados por una antorcha.
En el pueblo les tocó vivir apiñados en una casucha con dos familias más y apenas podían medio comer, en una situación que, sin embargo, no era peor que las del resto de desterrados, pues prácticamente se duplicaron la población y el hambre, que es crónica en Riosucio desde siempre. "Las ONG llevaban comida, pero había que pensar en el futuro de nuestros hijos", cuenta Rosa, quien a sus 47 años es separada y tiene 8 hijos.
Entre 15 mujeres cocieron un arroz con leche que vendieron casa por casa haciendo equilibrio por las calles aéreas de madera de Riosucio, que vive inundado.Después siguieron con envueltos (especie de tamales dulces), pescado frito, sancochos de pollo y rifas constantes. En el 2003, el alcalde Ricardo Azael Victoria le dio a la asociación de mujeres el contrato para barrer el espacio público, oficio en el que se rotaban por grupos, cada dos meses, mientras que las demás continuaban con las ventas originales, pues ya eran 80.
Un año después, con el manejo de restaurantes escolares que les otorgó el ICBF se fortalecieron más, hasta el punto de contar con 400 mujeres y generar ingresos para ir más allá de la supervivencia.
Ejecutivas naturales
Por su cuenta, muchos han realizado sus sueños. En estos días, por ejemplo, el docente Élmer Cuesta firma, orgulloso, dedicatorias con su letra de seminarista en las páginas de una monografía de Riosucio que editó con ayuda de la Fundación (véase recuadro).
Basta presenciar una reunión en la sede de Macoripaz para entender cómo lo han hecho.
Rosa encabeza la discusión y, al lado, su silenciosa escudera, la tesorera Nelly Cuesta, contesta lo que ella no sabe. Si se requiere algo más lo resuelven con el teléfono móvil o mandando llamar al responsable del asunto de inmediato.
A cada tarea le asignan una doliente y un tiempo, algo extraño en esta zona que parece guiada por el lema de "no hay que dejar para mañana lo que puedas hacer pasado mañana".
Mientras la discusión avanza, una de las participantes atiende el abasto de víveres que está a la derecha. A la izquierda queda una bodega atiborrada de agua en bolsas.
Tampoco cesa el movimiento en el segundo piso, donde está el taller-aula de Macorimoda, la empresa de confecciones de la Fundación. Ellas son las maestras del "Sí se puede, y ya", ese es el secreto con el que pasaron de despertar lástima de verlas desplazadas a ser empresarias y ejemplo nacional.
El año pasado les sobrevino una crisis a raíz de que perdieron los contratos de restaurantes escolares y el aseo, pero, lejos de amilanarse, buscaron alternativas. Así surgió una empresa de envíos que posee oficinas en Riosucio, Turbo y Apartadó, además de una embotelladora de agua potable que distribuye para varios municipios del Urabá chocoano y antioqueño, todo a través de alianzas.
Cuando uno le pregunta a Rosa o a Nelly cómo hacen, ambas coinciden en que "plata no hay, pero sí muchos amigos". Hacia el futuro, dicen, la idea es becar jóvenes para que se eduquen en la ciudad y vuelvan a enseñar o fundar una universidad en el propio Riosucio.
Saben que no será fácil, pero tampoco lo fue hace una década reunir los ingredientes para el primer arroz con leche. Ahí, cuenta Rosa, unas pusieron la leche; otras, el arroz; otras, panela, y otra le dio el toque de la canela.
Lo que hacen para cumplir sus sueños
Macoripaz reparte 'kits' escolares y al final de cada año premia con bicicletas, teléfonos móviles, anillos y aretes de oro a los alumnos de todos los colegios, que se destaquen por sus notas y buena convivencia. Los beneficiarios suman unos 650. El profesor Algemiro Ibargüen, del colegio Antonio Ricaurte, asegura que se ha generado una competencia que lleva a los muchachos a estudiar más y a manejarse mejor.
El año pasado, la Fundación organizó un campeonato de fútbol, financió los uniformes de la selección y tocó las puertas de los equipos profesionales de Medellín con jóvenes prospectos.
Además, programó un festival de canto y coreografía y este año grabó el primer CD de vallenatos con el grupo Herencias Vivas, ganador de la primera modalidad.
Macoripaz hace brigadas de salud, otorga becas de estudio y dicta talleres de confección con el Sena. En uno de ellos, 10 mujeres cosen prendas con la marquilla Macorimoda.
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