Por Oscar Taffetani
APe).- "Creo que la operación es un éxito”, dijo el presidente Lula. “Obviamente, no terminó: apenas ha comenzado. Les pido mucha tranquilidad, porque venceremos esta guerra". Se refería a la ofensiva militar lanzada esta última semana contra Comando Vermelho, Terceiro Comando Puro, Amigos dos Amigos y otras organizaciones criminales con base en las favelas de Río y San Pablo, así como en las grandes cárceles del país.
La campaña para instalar UPP (Unidades de Policía Pacificadora) en 40 de las 1.000 favelas existentes comenzó hace algunos meses, aunque ganó repercusión cuando atacó auténticas ciudadelas narco como son Alemão y La Rocinha, en Río de Janeiro. La aparición de modernos tanques de guerra abriéndose paso entre los ranchos y casuchas de los morros nos trajo el recuerdo de aquellas guerras desparejas libradas a mediados del siglo XX en defensa del “mundo libre”, en escenarios tan distantes como Indochina, el Africa o América central. No obstante, las réplicas del ejército narco, utilizando misiles tierra-tierra y tierra-aire, nos devolvieron a este presente bastante más complejo (y no menos horroroso) que aquel pasado.
La elección de lanzar la ofensiva en las últimas semanas de 2010 obedece a dos condicionantes muy precisos: Lula no podía hacerlo antes del balotaje electoral del 31 de octubre, porque habría perjudicado a la candidata de su partido, Dilma Rousseff. Y no era conveniente, para la estabilidad política de la Presidenta electa lanzarla después de su asunción, en enero de 2011. En cuanto al mediano plazo político, recordemos que Brasil será sede del Mundial de Fútbol 2014 y de los Juegos Olímpicos 2016, y es dable pensar que estos operativos de recuperación del control militar en las grandes ciudades obedece a la expectativa comercial y económica que el Estado brasileño y las grandes empresas depositan en ambos eventos.
La ley del más débil
En su film Pixote, la ley del más débil, el realizador argentino Héctor Babenco narra la historia de un pibe de la vida real llamado Fernando Ramos da Silva y apodado Pixote, que de la cárcel a cielo abierto de las calles es llevado a las cárceles con techo, para que termine de conocer allí las peores formas de la humillación, la corrupción y el crimen.
Fernando, en la película de Babenco, hacía de sí mismo. Por eso su actuación fue perfecta. Pero al ganarse fama de actor fue invitado a mudarse a Río y quisieron convertirlo en estrella de teleteatro. El intento fracasó porque Pixote no sabía leer ni escribir. El hambre de los primeros años, además, había estragado su memoria, y no conseguía retener los diálogos del guión ni concentrarse en el papel. Finalmente, la productora de TV lo despidió y no tuvo otra chance de vida que volver al barrio Diadema donde había nacido, a vender droga en las calles.
Un escuadrón policial, completando en la vida real la historia de Pixote, entró a su casa y lo acribilló a balazos, en 1989. Tenía apenas 19 años. Tres de sus hermanos cayeron también bajo las balas policiales.
Pixote, igual que decenas de miles de pibes de las favelas brasileñas, no tuvo más opciones que el delito y el crimen para sobrevivir. Nacer fue el primer delito, ya que no había lugar en el mundo para él. Y abrir los ojos para encontrar a su madre desquiciada y a sus hermanos con ruido en las tripas fue el primer crimen. No debió haber nacido. No debió haber visto eso. Y el castigo policial (o parapolicial) por ese delito y ese crimen nunca cometidos, le llegó antes que el pan, antes que el juego y las caricias.
A través de los medios, funcionarios gubernamentales dicen que los trabajadores y personas decentes de las favelas son rehenes del narcotráfico. También persuaden a la población de que en toda guerra mueren inocentes y que esta cuota de sangre -la de los operativos- habrá que pagarla si quieren que Brasil celebre en paz el próximo Mundial de Fútbol y las próximas Olimpíadas. Pero no está Pixote en ese discurso. No hay ninguna palabra o promesa dedicada a él. Sólo las balas.
Un rastro imperceptible
Decíamos en una nota publicada por esta misma Agencia (El espejo de La Rocinha, 15/05/03): “Dos décadas después, vemos que La Rocinha ha crecido. Es un Estado dentro del Estado. Tiene sus propias leyes, sus códigos, sus autoridades. Produce, vende y exporta cocaína, marihuana y heroína, propia y de terceros. Tiene sus responsables del orden interno, como cualquier Estado, y también sus ‘cancilleres’ y ‘embajadores’. El Estado más grande, con capital en Brasilia, ése que la dejó crecer deformada, monstruosa, terrible, ése que vio la ventaja de dejar crecer sola a La Rocinha, hoy se asusta de su tamaño y su poder. Quisiera entonces, en un rapto de furia, utilizar a sus fuerzas armadas para irrumbir en las ‘zonas liberadas’, pero se tropieza con la policía, que obedece no al Gobernador ni al Presidente, sino ‘a quien le paga el sueldo’…”
Siete años pasaron y hoy las condiciones para una ofensiva militar contra el Estado narco, en Brasil, parece que están dadas. Sin embargo, somos totalmente escépticos de que se acabe el negocio de la droga, en Brasil y en el mundo. El capitalismo sólo persigue un norte que es la ganancia, al menor costo posible. Ésa es su máquina de triturar pueblos y esperanzas.
Por eso, en esta hora, aunque no suene políticamente correcto, pensamos en Pixote: rehén de rehenes; nuda vida; carne y sangre humana sacrificada en el altar de la ganancia. En él pensamos.
Cuando llegue 2014 y un septuagenario astro del fútbol, o tal vez un ex presidente, o por qué no una presidenta en ejercicio, den el puntapié de arranque del Mundial; o cuando en 2016 una niña rubia y un niño moreno corten juntos, entre sonrisas y aplausos, la cinta inaugural de los Juegos, sólo un imperceptible rastro vermelho, rojo como la sangre, recordará en los morros de la cidade maravilhosa tantas vidas a contrapelo, tantos Pixotes que no fueron ni serán invitados a la fiesta.
Tomado de Agencia de Noticias Pelota de Trapo - Argentina
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