Mafalda |
La educación en la modernidad nos habla frecuentemente del “obscurantismo” y del “sistema feudal” como la era mas lúgubre de la historia de la humanidad. Por el contrario habla de la república, de la democracia y del capital – a favor o en contra de este último – como los signos mas elevados del progreso humano. Ahora bien, en el sistema feudal existía una organización de clases estática, que no permitía al pobre campesino llegar a clase media, a la clase media a aristócrata y viceversa. Había un alto nivel de opresión e inexistencia del derecho de gentes. Las clases poderosas definían las políticas de Estado. ¿Existe realmente un cambio entre las condiciones sociales de este periodo con la era moderna? ¿Por que no se produce una acción mancomunada para abolir este sistema? La respuesta se encuentra en el factor más importante y diferenciador de la especie humana: La fantasía.
La fantasía o la ilusión colectiva de que se puede aspirar a un nivel mayor, y pasar – aunque no en todos los casos – de oprimido a opresor, es lo que mantiene a la masa sujeta bajo el mandato tiránico del Estado. La orientación política de éste es cosa de poca importancia. El fin al que se somete, lo es en sumo grado. La estructura y la dimensión de ese monstruo está tan perfectamente definida que solo la vida en colectivo del individuo puede disminuir su efecto tiránico.
El capitalismo de Estado ofrece a sus partidarios la posibilidad de ascenso – falso, por supuesto – por sus propios méritos, entendiendo desde un principio que hay una élite que es poco modificable, que se sustenta en la ganancia y que admite un nuevo miembro cada cierto tiempo y este es un caso de uno en un millardo. Sin embargo brinda psicológicamente la esperanza necesaria para mantener a la masa unida a su alrededor y ceder gustosa a sus presiones.
Es el miserable que se contenta con las migajas que caen de la mesa, a la espera de que caiga el plato principal.
El comunismo de Estado opera de forma muy parecida pero con bases psico-sociales diferentes. Este ofrece a sus partidarios la posibilidad de ascenso – falso, de igual manera – por la omnipotencia del Estado, entendiendo – también igualmente –que hay una élite que es poco modificable, que se sustenta en la burocracia y que admite un nuevo miembro cuando puede ser peligroso pero no puede ser eliminado o cuando “lo hace brillar” a causa de su popularidad. Ofrece psicológicamente la esperanza de justicia o de igualdad. Es el miserable que ve comer a los jefes, a la espera de que compartan su plato con ellos.
Ambos – y en todas sus variaciones – obligan de manera sugestiva (directa o subliminal) a que el individuo abandone su autonomía y se sujete a sus reglas. La esperanza es que el sujeto se de cuenta que no debe a esperar que caiga de la mesa o que la compartan con el, sino que es su derecho el comer en la misma mesa y al mismo tiempo que los demás, sin distinciones de ningún tipo.
La igualdad genera bienestar. Pero la igualdad no puede ser introducida forzosamente en una sociedad. Solo a través de la educación Libre y espontánea – tal como lo predicara Francisco Ferrer en “La escuela moderna” – se puede encontrar esa luz al final del túnel que llevará a la humanidad hacia un futuro lleno de Libertad, Igualdad y Fraternidad, es decir hacia un futuro mejor.
Meyer Lozano Quintana
"Individuo colectivista"
31/08/11
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