Imagen tomada en 1930 en un campo de trabajos forzados para afroamericanos en Georgia. |
Eran Esclavos con otro nombre, como se tituló la obra de Blackmon. El escritor investigó qué pasaría en EE UU si las grandes corporaciones reconocieran cómo se habían beneficiado de la fuerza de trabajo esclava de la misma manera que lo hicieron las empresas alemanas que emplearon a judíos durante la Segunda Guerra Mundial. Alemania pagó indemnizaciones multimillonarias a Israel. EE UU, cuyo sistema de esclavitud se extendió 250 años, no se atreve a hablar aún de reparaciones.
¿Debe EE UU reparar las consecuencias de la esclavitud? ¿Cómo abordaría el pago a 44 millones de personas? El debate va y viene. En 2008 lo provocó la obra de Blackmon. Hace unos meses fue un reportaje en la revista The Atlantic cuyos datos relacionaron la marginación de los afroamericanos en Chicago con las leyes que durante décadas les prohibieron alquilar viviendas. Cada legislatura desde hace 25 años, el congresista de Michigan John Conyers plantea un proyecto de ley para que EE UU reconozca “la crueldad, la brutalidad y la falta de humanidad” de la esclavitud”, así como “la consecuente discriminación económica y racial de los afroamericanos y el impacto en sus supervivientes”. La propuesta nunca se ha llegado a debatir.
“Tenemos que ser capaces de debatir el infierno de la esclavitud a pesar de que fuera legal”, afirma Robert Sedler, profesor de derecho de la Universidad de Wayne (Michigan) y abogado en casos de derechos civiles. “La falta de diálogo sólo impide que comprendamos su alcance”. Para Sedler el primer obstáculo es que esté vinculado con una cantidad económica. El segundo es una cuestión de viabilidad: la esclavitud estaba legalizada, sus víctimas fallecieron hace décadas y sus descendientes no siempre pueden demostrar la línea de parentesco.
“Tenemos que ser capaces de debatir el infierno de la esclavitud a pesar de que fuera legal”, afirma Robert Sedler, profesor de derecho de la Universidad de Wayne (Michigan) y abogado en casos de derechos civiles. “La falta de diálogo sólo impide que comprendamos su alcance”. Para Sedler el primer obstáculo es que esté vinculado con una cantidad económica. El segundo es una cuestión de viabilidad: la esclavitud estaba legalizada, sus víctimas fallecieron hace décadas y sus descendientes no siempre pueden demostrar la línea de parentesco.
Si no es la inferioridad racial, pregunta Blackmon, ¿qué explica las dificultades de los afroamericanos para avanzar económica y socialmente? La “inquietante” respuesta ya la conocen muchos afroamericanos: “un modo de esclavitud pervivió hasta el siglo XX, integrado en el sistema económico y amparado por el gobierno”. Sus efectos, como han demostrado decenas de autores en una especie de relevo de pruebas documentales -el último es Ta-Nehisi Coates, en The Atlantic- se sienten todavía hoy.
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