La pequeña niña fue amorosamente cuidada durante cinco días por los médicos que luchaban por preservar su precaria vida. Shimah la bautizaron, el nombre de su madre. ¿Qué otro nombre podía tener si era ella misma rediviva y además no tenía familiar alguno que propusiera otro? Shimah la estimulaban, Shimah la acariciaban, Shimah la animaban a vivir.
“¡Nosotros, los palestinos, nos despertamos cada mañana para enseñar al resto del mundo vida, señor!” Rafeef Ziadah
Y aquél vientre al que el odio –el más terrible odio- signado por la maldad –la más horrenda maldad- horadaba para convertirlo en sepultura, aquél vientre se abrió como una flor y de él brotó una, la más preciosa rosa.
Aquél vientre de madre al que el odio –el más horrendo odio- del soldado israelí lo había llevado a dibujar en su uniforme círculos concéntricos y un punto en el centro para que su fusil no equivocara su camino, se abrió como una flor en el último estertor. Y astromelia anturio tuilipán clavel y crisantemo, brotó indefenso botón. Llorando sí ya tan pequeña, de indignación e ira ante la extrema maldad del mundo que la recibía. Los médicos internacionalistas que bajo el hospital bombardeado sacaron el diminuto cuerpo del vientre de la madre muerta que se negaba a morir hasta tanto ellos no rescataran su fruto, también lloraban. Mientras tanto el mundo, concertados todos sus poderes, peroraban sobre la justa defensa que hacía Israel de su suelo ante la alevosa agresión palestina que ponía en riesgo la vida de sus tiernos niños.
Netanyau decía -sí; es cierto, lo decía- que a Israel le debían dar el premio Nobel de la Paz por la piadosa contención con la que estaba enfrentando el terrorismo criminal de los palestinos. Los poderes del mundo asentían a través de todos los medios de comunicación, mientras las escuelas, las guarderías de bebés, los hospitales, los refugios protegidos internacionalmente y miles de hogares eran destruidos por letales bombas aplastando a sus inermes ocupantes.
La pequeña niña fue amorosamente cuidada durante cinco días por los médicos que luchaban por preservar su precaria vida. Shimah la bautizaron, el nombre de su madre. ¿Qué otro nombre podía tener si era ella misma rediviva y además no tenía familiar alguno que propusiera otro? Shimah la estimulaban, Shimah la acariciaban, Shimah la animaban a vivir.
La niña se fue al quinto día. Demasiados para tanto infierno. Mucha longevidad para tanto sufrimiento. Cada hora de su vida, el odio sionista saludó su arribo de niña palestina, raza inferior y despreciable, con salvas de muerte y de terror. No resistió; no dijo adiós, simplemente se fue Shimah. Los médicos entregaron el pequeño presente a un periodista extranjero para que lo sembrara en algún huerto de la martirizada Gaza.
¡¡¡Shimah…Shimah…Shimah!!! Tú nombre es Palestina!!!
Foto: BBC Mundo
Alianza de Medios por la Paz
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