Por: Alejandra Dandan
Guillermo González del Castillo es periodista de Corrientes. Hace dos años denunció judicialmente al ex gobierno de Arturo Colombi por supuestos desvíos de fondos de publicidad. Su nombre, sin embargo, cobró notoriedad el año pasado, cuando a dos días del ballo-ttage murió el empresario Hernán González Moreno, uno de los imputados en esa causa. Hace dos semanas, el periodista terminó detenido por unas horas tras un altercado menor. Los policías lo golpearon, lo obligaron a arrodillarse y rezar el Padrenuestro. "Acordate que acá - le dijeron- todavía estamos en el '75'".
“Me pegaron patadas, piñas, todo el repertorio convencional de la brutalidad policial, pero lo que más intimidó fue el asedio psicológico”, contó González del Castillo. “Pronunciaron frases del tipo: ‘Vos acá no existís, no tenés testigos, podemos hacer cualquier cosa’. O: ‘¿Sabés cuánta gente terminó arrojada al río con un agujero en el estómago?’. Otra: ‘Acá estamos en el ’75’.”
El caso puntual se había desatado por una discusión en el supermercado. “Cuando la discusión sube de tono, la gente de la seguridad privada –supongo– intenta detenerme. Yo me resisto. Allí, ya con la colaboración de gente uniformada, plantan un testigo que tenía toda la traza de ser alguien que actuaba en complicidad con la empresa o la policía. El tipo se niega a identificarse. Me agrede. En ese contexto yo me asusto y dos policías me fuerzan a ir al playón anexo al comercio y me esposan.” Lo subieron a un patrullero. Lo golpearon. Y lo llevaron a la comisaría central, ubicada frente a Plaza 25 de Mayo. “El médico legista que en teoría debía revisarme estaba a cinco metros de los hechos y pese a que yo insistí varias veces en pedirle que me revelara su nombre, siempre se escudó en el anonimato. Tampoco me dejaban llamar por teléfono para que algún abogado acudiera en mi auxilio. Encima, hubo una ristra de testigos –policías mujeres, por ejemplo– que miraban la escena como si lloviera.”
Media hora más tarde lo llevaron la comisaría 4ª. Le ordenaron que se arrodillara. “Y como yo me niego, me derriban a las patadas. Allí el más sádico de la escuadra policial se pone a mis espaldas y me obliga a rezar el Padrenuestro a los gritos.”
Diego Cazorla Artieda es de la Comisión Provincial de Derechos Humanos. “Creo que al comienzo no lo reconocieron, pero cuando se identificó le siguieron pegando igual. No tienen miedo, se sienten muy amparados, la policía acá es bastante dura. sobre todo cuando se ve resguardada por el poder político.” Cuando conoció el caso, sintió escalofríos: en el ’75, los presos por razones politicas caían en la comisaría central.
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