Héctor Chiriboga
Licenciado en Sociología por la Universidad de Guayaquil (1990), Diplomado en Estudios Amerindios (1994). Docente en la carrera de Comunicación de la U. Católica.
hchiribogalban@yahoo.com
El Telégrafo - Ecuador
Una deuda pendiente en el tema de seguridad es la participación de la ciudadanía. La idea de abrir la discusión a los ciudadanos es conseguir su aporte en la eleboración de políticas públicas. Sin embargo, dicha iniciativa en principio valiosa, de ser observada críticamente. Aquí describo varias razones. La participación de los ciudadanos, cuando se reduce al testimonio lastimero, al cruento y morboso detalle acerca del procedimiento, la vejación, y terror que sintió la víctima, no sirve de nada, pues la dureza del mismo causa pena, ira o miedo, y dificulta la emergencia de ideas racionales para la elaboración de polícas públicas, cuestión de fondo que supestamente busca.
La participación de la ciudadanía, por ser tal, se realizaría desde la búsqueda de la ampliación de los derechos y por tanto estaría reñida con tendencias conservadoras expresadas en “políticas” de mano dura o cero tolerancia. En ese sentido, la ciudadanía debería colocarse como veedora o crítica de la actuación de la policía, considerando la tradicional concepción que esta mantiene sobre el delito, su tratamiento y los civiles. Lo que sucede, sin embargo, es lo contrario. Algunos ciudadanos apoyan irreflexivamente su labor, hacen suyos dichos como “la ley protege al delincuente y no a las víctimas" o repiten la idea de que la Constitución y las leyes garantizan demasiados derechos. Al hacer esto, contribuyen a su no ejercicio o directamente a su despojo, fomentan el autoritarismo a todo nivel y pierden de vista su responsabilidad sobre su propia seguridad, delegándosela a la policía o a quien haga las veces de ella. Es la salida autoritaria ligada al miedo, que nos ubica como niños.
La participación de la ciudadanía no es informada. No se trata de que sea experta, pero sí que se aleje de los lugares comunes que ya resultan chocantes: que la delincuencia terminará cuando las penas se hayan endurecido y la ley no favorezca a los delincuentes sino a las víctimas; cuando existan campañas de prevención y se controle la programación (Los Simpson y El Capo, incluidos) y se enseñe en las escuelas valores, urbanidad y cívica. La misma idea del fin de la delincuencia, expresa más un deseo ingenuo que una posibilidad estudiada.
Si la ciudadanía implica apertura a los derechos y reflexión informada los ciudadanos estamos en deuda con ella.
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