jueves, 4 de noviembre de 2010

Argentina no es la excepción

Desde el Bravo a la Patagonia ya no habrá tiempo para las burguesías nacionales en América Latina.

Roberto Cobas Avivar

"Nadie es más esclavo que quien se considere libre ignorando que lo es"

J.W. von Goethe

Es América Latina ante el fin de una historia que, entre avaricias y fieras agresiones contra sus propios congéneres, nos venían contando hasta ayer las burguesías criollas.


No ha existido socialismo en la historia latinoamericana.
Y el comunismo como visión de poder totalitario no ha sido más que un buen espanta-pájaros utilitario a los establishment del estatus quo capitalista.

Las sociedades anómalas que emergen sobre las herencias del colonialismo europeo conforman el rostro torcido del grito sordo muncheano bajo el todos contra todos de la competencia mercantilista.
 No es un azar, sino una ley del desarrollo de la sociedad y el estado burgués, aupada de manera grotesca por los capitalismos latinoamericanos. La borrachera del instinto de selección animal cebada por el regimen de la empresa privada y el estado subsirviente atrofia la condición intelectual de las naciones.
 La elevación humana no es la condición sine qua non sino un bien precario.

Los sistemas de valores éticos pierden irremediablemente la puja con los valores de cambio crematísticos.

Medio milenio de agresiva acumulación exclusiva de capital por parte de las clases apoderadas criollas a costa del trabajo de las mayorías de los nuevos pueblos, exponen una semblanza socio-cultural de la región digna de la más profunda vergüenza moral.
 América Latina sigue siendo la geografía de los modelos de desigualdad humana. Y porque existe algún teatro con tradición artística en BsAs o un museo precolombino importante en Ciudad Méjico o una catedral futurista en Brasilia creen los aldeanos vanidosos apoderados que el mundo que han construido ha dejado de ser una aldea prehistórica.

¿Puede hablarse de civilización en países donde, justo como los latinoamericanos, la pobreza y el subdesarrollo cultural hereditario diezma no menos del 40% de su población?
¿En realidades socioeconómicas donde sempiternos grupos familiares heredan el patrimonio y monopolizan los flujos de ingresos, mientras el resto lo capitalizan intereses transnacionales?
¿En países, como Brasil, donde anualmente se “descubren” miles de esclavos, mientras los banqueros y los financistas se enriquecen exponencialmente?
¿O en países, como Argentina, donde una oligarquía agraria se enriquece de manera cuasi obscena mientras la exclusión social como un cáncer se entroniza en pueblos y ciudades?
 ¿O de un Méjico sembrado de maquiladoras, de indigentes y narcotraficantes de gatillo alegre, mientras la alta clase empresarial prospera en su acumulación de capital?
 ¿O de un Chile que tras una feroz dictadura militar implanta el modelo neoliberal que hace hiper millonario a un ciudadano devenido presidente y mantiene al 20% de su población en la pobreza?
¿O de una Colombia empujada por sus elites oligárquicas al desmembramiento social más dramático que conoce el continente?
¿Se podrá hablar de civilización en las realidades sociales de Centroamérica?
¿Se hablará de civilización mientras los pueblos originarios sean irreconocidos como congéneres plenos de derechos?

Europa, astuta, cebó su acumulación con el pillaje del aborigen y cuando este no aguantó más no dudó en cazar africanos, para sustituir donde era rentable a los locales y cruzarlos en busca del criollo subalterno. Europa, astuta, sentó las bases de su riqueza con el trabajo esclavo feudal y el esclavismo capitalista de los pueblos que violentaba en su expansión civilizadora. Astutos sus conquistadores coloniales y sus capitalistas neo-colonizadores amamantaron y subordinaron al burgués latinoamericano. Ese hombre sietemesino nacido en la misma tierra se dio a la faena de sumarse a la explotación de sus compatriotas, sometido él mismo al capital que el europeo les extraía abriéndole las venas a su gente. Y con ese pedigree han pretendido las burguesías sur y centroamericanas auto reconocerse como elites ilustradas.

Ni en el sentido paretiano, compruébese, las derechas del subcontinente han sido capaces de reciclar la sapiencia político-intelectual de las naciones.

Aquellos otros que con una mano detrás y otra delante llegaron en arribazones hambrientas expulsados de sus propios países por esos mismos europeos astutos que acumulaban sin cesar, como en rio revuelto se sumaban a la orgía civilizatoria que los convertiría hasta hoy en grupos de poder económico de procedencia no-criolla. El prurito europeo de las elites auto colonizadas.

El saldo de depauperados sobre el que han venido moldeando la realidad capitalista latinoamericana, ha sido al mismo tiempo el reguero de pólvora que se han visto obligadas a apagar una y otra vez con sangre y lágrimas de las propias víctimas. Pléyades de cabezas ilustradas y gente con dignidad propia emigran también hasta hoy huyendo de la barbarie que Sarmiento se atrevió a dar por civilización. Donde lo que verdaderamente se daba y se da es la falsa erudición contra la naturaleza que ya Martí advertía.

Reducida Europa al papel de geysa de lujo por la violación colectiva de los EEUU, las elites de copete latinoamericanas sub-apoderadas y sin atino moral se dan al nuevo conquistador. Nunca podrán solas ser dueñas de salón. Con el poder de los estados burgueses que han montado a imagen y semejanza del nuevo Dios ofrecen en sacrificio pagano a sus clases trabajadoras. Obtienen sus dividendos. Las economías criollas, subalternas, cierran sus contratos a precios de remate con el ario anglosajón. El oportunismo neoliberal arrancó con Pinochet asesinando y pasando por el casino de las finanzas en el Brasil de I.Lula no se da por vencido hasta nuestros días.

Y esas elites económicas y políticas que desde entonces siguen detentando el poder fáctico en todos y cada uno de los países latinoamericanos pretenden, en su incesante auto reproducción, hacerse pasar por cabeza pensante de las naciones. Se pavonean sin vestigios de verguenza con el legado que arrastran de pobreza material y socio-cultural en las sociedades que han pretendido liderar. Todo ethos de burguesía nacional, como al que fueron obligadas las europeas por las sociedades en la era del capitalismo tardío, lo sustituyen las elites de poder en América Latina por el más primitivo ego-racismo contra los pueblos de que se valen. El racismo es de naturaleza política, porque el grado de inferioridad viene dado por el nivel de despojo social a que se somete al prójimo.

Pasadas las gestas de independencia y luchas nacionalistas del siglo XIX, América Latina sucumbe ante la incultura y la ignorancia beligerante de las elites de poder hábiles en el oficio de enriquecerse a cualquier coste social. El panorama de las aristocracias obrero-trabajadoras asociadas en sindicatos funcionales al poder económico-político de las burguesías completa el cuadro de decadencia socio-política.

Cuando la acumulación excluyente privada de capital serrucha con pasión la rama en la que se sostiene y las realidades sociales latinoamericanas se tornan tan vulnerables como explosivas, las burguesías atrapadas en la lógica perversa de su auto reproducción no atinan más que a la violencia política manu militari. Aunque frescos los ecos del golpismo recurrente, el instinto de conservación les dice hoy que el gorilato si no va a ser eficiente mejor dejarlo al acecho.

Ante gobiernos que intentan poner a las naciones sobre trayectorias menos abyectas las elites burguesas apoderadas, esas sempiternas derechas oligárquicas, no dudan en intentar detener los repuntes de progresismo socio-político. La obnubilación de sus supuestos linajes envueltos en trajes de diputados, senadores y gobernadores les impide asumir el principio de servidor público del propio estado de derecho burgués. Mientras que desde las tribunas del capitalismo central trasatlántico se evalúan las políticas y a los políticos latinoamericanos bajando o subiendo el pulgar como en los circos romanos.

Es el caso de la hostilidad políticamente correcta contra el gobierno de R.Correa en Ecuador y el de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina. No lo es sin embargo contra E.Morales en Bolivia ni contra H.Chávez en Venezuela. Contra estos todo seguirá valiendo porque no es del todo igual un gobierno progresista que uno revolucionario. Y por distinta razón tampoco lo ha sido contra el de I.Lula en Brasil como no lo fue contra el de M.Bachelet en Chile; porque cuando el progresismo no enfrenta ni con el discurso político el poder hegemónico oligárquico doméstico ni el de su asociado estadounidense los intereses propios y transnacionales permanecen a buen recaudo. No hay mucho que temer.

El fallecimiento de N.Kirchner (oct. 2010) le quita un peso pesado de arriba a las oligarquías argentinas detentoras del poder económico de la nación. Diabolizado despectivamente por esa oligarquía y sus medios de comunicación como un oligofrénico enriquecido con el poder político, N.Kirchner venía a demostrar con estatura de estadista que la burguesía para serlo no tiene que ser empedernidamente antinacional. No si pretende seguirlo siendo. Pero esa sencilla lógica política, rayana con el sentido común más que con alguna profundidad ideológica emancipadora del ser social, no es asimilable por la incultura de las elites latinoamericanas tradicionales. No se cultiva la ilustración del pensamiento y la actitud sobre el desprecio de los congéneres que exige el afán de lucro. Y esas burguesías han hecho de la explotación del trabajo de los pueblos el reflejo condicionado de su propia existencia. Como los animales carnívoros se mueven según el instinto depredatorio. De esa misma forma como cada “contribución” caritativa a los que sufren el efecto de sus afanes les pasa primero por el cálculo económico de la ventaja fiscal. Después de lo cual no vacilarán en tildar de fariseo al propio Redentor por su cólera contra los mercaderes del templo.

Luego del festín de sangre y desaparecidos de la dictadura comandada por la oligarquía y ejercida por los militares, para consolidar el forraje económico logrado el gobierno de Menen termina por desmantelar todo vestigio de estado de bienestar social que había avanzado J.D.Perón. Si fuere posible hablar de un salto civilizatorio de la nación argentina habría que reconocer que el mismo se da básicamente entre 1945 y 1955 con el progresismo de derecha del gobierno de Perón. No primaba la corriente de izquierda que dentro del peronismo pujaba por la radicalización revolucionaria en el ejercicio del poder. Ese progresismo de derecha ha sido antagonizado en realidad por la burguesía oligárquica apoderada económicamente. Habiendo retomado luego del final de la dictadura el poder del Estado con Menen, las elites retrógradas convierten a la Argentina en una vulgar feria de remate ganadero. La redistribución del ingreso para sí misma se torna escandalosa. El coeficiente GINI se dispara de un progresista 35% en tiempos de Perón (1974) a un aberrante 49% con Menen (1999) y un obsceno 53% en tiempos de Duhalde (2003).

Asustada con la ira popular que provoca con la crisis de 2001 y que afecta a un amplio espectro de las clases medias subalternas, la alta burguesía propietaria se ve obligada a replegar su beligerancia contra la nación, vista la imposibilidad de volver a abrir las rejas a los gorilas.

En el 2003 pululan 20.8 millones de pobres en el país, el 57% de la población total!, de ellos el 27% son indigentes. El 40% de los niños pobres de hasta 5 años del área metropolitana (sic.) posee un 20% de CI menor que los no pobres[1]. El atraso socio-humano se hace crónico porque las elites burguesas lo instalan como subproducto estructural de la acumulación privada. Aún ahora, primer trimestre del 2010, no menos del 13% de la población vegeta por debajo del umbral de pobreza.

No es sino el gobierno de N.Kirchner el que detiene la estrepitosa corrida cuesta abajo del estado argentino y de la consistencia social de la nación. No es la izquierda en el poder. Es una versión contingente y moderada del progresismo de derecha esculpido en el cuerpo de la nación argentina por Perón. Suficiente ahora para detener la sangría en que la derecha oligárquica había sumido el país. Pero un progresismo que, conciente del deterioro social extremo, arriesga un conjunto de políticas socioeconómicas que rompen con la doctrina neoliberal asumida como ideología del poder. No ha sido una doctrina impuesta por el FMI ni el BM, como gusta repetir la politología de salón latinoamericana, sino aceptada con regocijo por las elites burguesas gobernantes en aras de la re-potenciación de su acumulación privada de capital.

Las políticas socioeconómicas emprendidas por N.Kirchner son continuadas por el gobierno de C.Kirchner. Con esa sucesión se acentúa el restañamiento de la inclusión social. No vacila su gobierno en imprimir un sello de justicia política y participación social progresista en el proceso de recuperación del estado y la memoria histórica. No retoma la ruta del empoderamiento popular peronista. Prefiere atrincherarse en el sindicalismo clientelista y de esa misma manera debilitar los movimientos populares (que ahora para fortalecerse probablemente tendrá que revitalizar). No intenta capitalizar el 30% del electorado de izquierda latente en el país. No va a tanto. El justicialismo kirchnerista no está dispuesto a romper con sus propios intereses de clase. El socialismo no es opción ni en sus revoluciones de café con leche.

Sin embargo, ir más allá de lo que la imaginación de las oligarquías es capaz de aceptar convierte el kirchnerismo en el enemigo público número uno de la alta burguesía, de la burguesía propietaria y de la oligarquía argentina. Estos grupos de poder tienen de aliado potencial a la siempre subalterna clase media (en virtual proceso de pauperación) y al sindicalismo corporativista alienado de los intereses genuinos de los trabajadores. Apoderados económica y financieramente y con el dominio de los medios de comunicación, cual oligopolio político, van a utilizar el poder una y otra vez, sin desmayo contra el progresismo en su convencimiento espurio de que la Argentina es filoderechista.

El progresismo de derecha del que no son capaces las oligarquías, lo que viene es a robarle legitimidad como extrema derecha. Y en realidad a lo que aspiran, visto el hecho que la sociedad puede oxigenarse socialmente con políticas económicas menos depredadoras, es a instrumentar el gatopardismo del kirchnerismo sin los Kirchner, en pos de recuperar su capacidad de acumulación indiscriminada. Y serán implacables en la utilización del poder fáctico contra opciones izquierdistas de gobierno. Porque las oligarquías no tienen proyecto de nación, sino proyecto para sí mismas.

El tiempo de las «burguesías nacionales» pasó, lo desaprovecharon, o mejor dicho lo aprovecharon en favor de su propio enriquecimiento a costa de millones de latinoamericanos empobrecidos y excluidos hasta hoy. Desde el Bravo a la Patagonia ya no habrá tiempo para burguesías nacionales en América Latina. Se ha incubado un cambio de época que, como mucho indica, seguirá marcando una nueva era de desarrollo en América Latina. No es que las nuevas generaciones sean indoctrinables, sino que sus mayorías son cada vez menos dadas al adocenamiento del despotismo céntrifuga de las sociedades de mercado. La precarización del trabajo asalariado al que conduce la acumulación privada de capital ha entrado en un círculo vicioso insalvable.

El sistema-mundo se desplaza hacia la era poscapitalista. La crisis económico-financiera que tenemos el privilegio de estar sobreviviendo acumula energía epidérmica incontrolable en todos sus centros. El periferismo capitalista latinoamericano no es más que su caja de resonancia. Las elites burguesas apoderadas y vaciadas de pensamiento crítico creativo no están en condiciones de liderar transformaciones civilizatorias, aquellas que remonten los países y la región latinoamericana hacia los cambios socio-culturales signados por las contradicciones de las actuales mega-tendencias del movimiento humano. Los movimientos populares y la imperiosa necesidad de emancipación social constituyen los catalizadores de dichos cambios. El pensamiento intelectual que los secunde saldrá del humanismo que resitúe al ser social de vuelta en su lugar dentro del ecosistema propio y global. La sed de lucro de las minorías es incompatible con la economía política de los recursos y el progreso socio-cultural.

Para Argentina el dilema no es si C.Kirchner tendrá temple para continuar con las políticas de gobierno que legitiman el mandato democrático que posee.
 El problema es si Argentina elije reincidir de la mano de las oligarquías económicas y políticas en la ruta de su auto negación como nación.

RCA
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[1] Datos de la Fundación Sophia contrastados con los del Instituto de Estadística y Censos INDEC

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