miércoles, 10 de noviembre de 2010

Bolonia en el aula.- Privatización de la enseñanza

Quizás exitan paralelos, entre lo que está pasando en Bolonia, con los planes de educación que hoy se están dando en Uruguay.
Siempre, dentro del sistema "capitalista global" los paralelos reflejan como el sistema avanza, no importa en que continente.
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Por: Carlos Taibo

En los últimos cursos se está aplicando en nuestras universidades el llamado plan de Bolonia. Aunque tengo el firme convencimiento de que, a tono con las políticas que desde hace un par de decenios alienta la UE, Bolonia atiende al propósito de mercantilizar y privatizar, hasta donde sea posible, la vida de la universidad pública, lo que en estas líneas me interesa no es eso, sino el efecto que en el aula tiene el plan correspondiente.

Antes deentrar en materia debo hacer dos precisiones. Si la primera me invita a recordar que la aplicación del plan de Bolonia se ha solapado en los hechos con una crisis general -y ha reducido sensiblemente los recursos disponibles para su aplicación-, la segunda aconseja huir de las verdades absolutas: lo que acaso es un desastre en un ámbito preciso -los cursos iniciales, determinado tipo de estudios- puede no serlo en otros, en el buen entendido de que, y en un terreno próximo, uno de los problemas mayores que arrastra el plan de Bolonia es su firme designio de aplicar las mismas reglas a realidades que, por lógica, se antojan muy dispares, con consecuencias no precisamente saludables.


Para el lector poco ducho en estas cosas, explicaré que la docencia que Bolonia preconiza en los cursos ordinarios de las carreras universitarias plantea tres elementos: las clases magistrales, los seminarios y las tutorías. Cabe entender que las primeras, las clases magistrales, son la única huella de la vieja enseñanza sometida a revisión.

El propio término que se suele emplear para describirlas arrastra un retintín peyorativo, forjado en la idea de que en el pasado todos los profesores eran igual de malos y todas las clases ordinarias igual de perversas. Bolonia ha sido el último eslabón de un largo proceso de reducción del tiempo de docencia vinculado con estas clases. Si veinte años atrás una asignatura reclamaba ochenta horas de docencia, la irrupción de las asignaturas cuatrimestrales redujo a cuarenta esas horas.

Bolonia ha colocado éstas en unas escuetas veinte, con una consecuencia obvia: el profesor, lejos de atender a lo que debiera, está más pendiente de encajonar en noventa minutos lo que antes podía encarar con mucha más holgura.

Así las cosas, no parece que sea ésta una réplica razonable ante los problemas que acosaban a muchas clases magistrales, tanto más cuanto que al cabo quien paga el pato es el alumno, obligado a afrontar clases más densas -ésta es una explicación importante de por qué en términos generales la imagen que el alumno tiene de la universidad se ha ido deteriorando- y privado de la posibilidad de resolver in situ sus dudas o de plantear sus objeciones.

Lo de los seminarios es harina de otro costal. Se supone que uno de sus cometidos centrales es permitir que el profesor asuma una aplicación práctica de los contenidos propios de las clases magistrales, y que lo haga, por añadidura, con un número reducido de alumnos.

El primer día que hube de encarar un seminario de los previstos por Bolonia, una autoridad académica de primer rango me preguntó por la idoneidad del aula prevista para desarrollar esa actividad. Le repliqué que las nuevas aulas eran espléndidas, pero que alguien debía explicarme cómo se asumía un seminario con ¡cincuenta alumnos! Lo que de saludable y respetable pudiera tener la fórmula quedaba en letra muerta en un escenario de masificación que se convertía en una incitación manifiesta a repetir la mecánica de las denostadas clases magistrales.

Agregaré, para hacerlo aún más triste, que es muy común que los seminarios antecedan en el tiempo a las clases magistrales de las que en buena ley son aplicación y que es frecuente que unos y otras corran a cargo de profesores distintos, con consecuencias fáciles de imaginar. Para cerrar esta espiral de sinsentido, y al menos sobre el papel, hay que evaluar a cada alumno en cada seminario, o poco menos, en un escenario en el que, de la mano de la multiplicación de calificaciones y de la inadaptación de los programas informáticos, el caos burocrático parece servido.

Rematemos con lo de las tutorías, un término que remite en los hechos a una realidad distinta de la que nos es conocida desde tiempo atrás. Si de siempre se ha entendido que la tutoría era un tiempo en el que el profesor debe estar disponible para que los alumnos que lo deseen resuelvan, de forma voluntaria, las dudas que puedan arrastrar, Bolonia introduce un sistema de tutorías obligatorias de contenido y perfil difuso, que algún malicioso interpretará que obedecen al objetivo de permitir ese conocimiento directo del alumnado por el profesor que los seminarios, debido a la masificación, apenas permiten desplegar.

Extraeré dos conclusiones de lo que acabo de mal contar. La primera subraya que en virtud de la aplicación del plan de Bolonia a la que estamos asistiendo —no hablo ahora de lo que pudiera ocurrir en otros momentos y con unos recursos que visiblemente faltan—, al alumno se le exige más mientras se le aporta menos; sorprende que, con esta suerte de intercambio, las protestas del alumnado sean tan livianas, y ello aun cuando bien puede aportarse como explicación que las víctimas a duras penas pueden comparar lo de ahora con lo que había antes.

No soplan mejores vientos, en segundo lugar, en lo relativo a un profesorado que a menudo está que trina, aunque comúnmente calle: lo que antes se supone que hacía razonablemente bien, ha empezado a hacerlo manifiestamente mal. Aunque en algunos casos pueda ser así por una escasa voluntad de adaptación, en la mayoría es el resultado de problemas objetivos y, casi siempre, insorteables. No puede sorprender que, de resultas, menudeen respuestas tan lamentables como la de convertir toda la docencia en una prolongada clase magistral.

Tiene uno derecho a preguntarse sobre la eficacia que tienen las reformas educativas que nos ocupan en términos de la lógica del sistema. ¿No estaremos ante otra de las manifestaciones de corrosión del capitalismo de estas horas, dramáticamente incapaz de dar satisfacción a sus propios objetivos?
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Carlos Taibo es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.

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