miércoles, 17 de noviembre de 2010

Negocios e ideología

Tener el sentido de los negocios es algo que se lereconoce, por lo general, al Presidednte de la Repíblica, aunque sus propios negocios no hayan puesto en evidencia todas las virtudes de lealtad y probidad esperables de un hmbre de Estado. De todos modos, el mundo de los negocios no es un convento frecuentado por vírgenes y es sabido que los negocios en grande implican una buenas dosis de violencia y de falta de escrúpulos. Pero antes que nada, y eso nadie lo puede negar, suponen una comprensión cabal de la realidad.

C.S. Lewis habíaobservado que para medir el valor de cualquier cosa, de un sacacorchos como de una catedral, había que saber qué es, para qué sirve y cómo funciona. Y Simon Leys, que lo cita, comenta que los estafadores y los charlatanes suelen utilizar prolijas fraseologías y jergas oscuras para exponer sus ideas, en circunstancias que los valores esenciales se definen siempre de forma sencilla y clara.

No solo la jerga habitual de los economistas, y sobre todo la de aquellos que defienden el libre mercado a ultranza nos ha parecido siempre incomprensible y por lo tanto de dudoso valor, sino que los postulados mismos del capitalismo a la chilena —apertura absoluta a los intereses extranjeros mediante tasas arancelarias casi nulas, impuesto mínimo y con ventajas para las compañías extranjeras, concentración casi exclusiva de la actividad en la exportación de materias primas, congelación permanente de los salarios, mercado del endeudamiento, etcétera— están en absoluta contradicción con la idea de transformar a Chile en un país desarrollado, a pesar de la verborrea cotidiana sobre el hecho que alcanzaremos esa meta en apenas algunos años.
 He aquí las razones.

El objeto de un capitalismo serio (por oposición al capitalismo de chiste que tenemos), sería que el país se enriquezca de verdad y crezca. Para ello necesita ser eficiente. Y como lo estableció de manera definitiva Emmanuel Todd (en La ilusión económica, 1997, y en Después de la democracia, 2008), lo que determina la eficiencia relativa de una sociedad es el nivel cultural de su población. Una mano de obra bien educada siempre encuentra la forma de animar una economía eficiente, aún cuando sus recursos naturales son inexistentes (Todd da el ejemplo de Suecia y Dinamarca). Es inútil insistir sobre la nulidad de la educación en Chile.


En segundo lugar, el país necesita una élite capaz de defender los intereses nacionales, permanentes, por encima de los suyos propios o los de entidades extranjeras. Sin un sólido sentido nacional -que los militares no tuvieron ni la Concertación tampoco-, no se industrializa un país: A los países desarrollados también se les llama países industrializados. La poca industria que tuvo Chile antes del ‘73 fue desmantelada. Chile es hoy un simple territorio de donde se sacan minerales y frutas (lo más elaborado que sale del país es el vino). Para industrializar al país hay que cerrar parcialmente las fronteras y lanzarse a producir lo que hoy importamos. Así lo hizo por ejemplo India. Así lo hizo China. Impusieron una preferencia nacional. Chile ha hecho lo contrario.

En tercer lugar, hay que subir regularmente los salarios, que fueron deliberadamente congelados a partir 1978 para poder remunerar mejor a los accionistas. El capitalismo sano vive, además de las exportaciones, del mercado interno, es decir de lo que gastamos usted y yo todos los días. Y si nuestros sueldos no suben, no podemos gastar más, y el mercado también se estanca. Los banqueros encontraron una solución a eso: Prestarle plata a medio mundo, y también a los insolventes, es decir fabricar endeudados. Los bancos y las tiendas se lanzaron en el negocio de las deudas y de la usura, con las consecuencias que hemos visto en Estados Unidos y en Europa. Y en Chile se sigue defendiendo ese sistema como verdad religiosa y nadie está dispuesto a cambiar la repartición absurda de los ingresos en el país (por memoria: 67% de las riquezas van a los 20% más acomodados, 3% a los 20% más pobres, y el 30% restante se lo tiene que repartir el 60% de la población, es decir una mayoría de modestos y pobretones).

La disolución de las creencias colectivas ha transformado a los hombres políticos en enanos sociológicos -la expresión es de Todd- y en vez de tomarse el poder ocupan los espacios del poder, incapaces de encarnar las aspiraciones de la población. Una vez en el gobierno siguen siendo personas desesperadamente ordinarias que no logran aventajar aunque sea simbólicamente a cualquiera de sus electores.

Uno podía pensar, en toda lógica, que al menos los hombres de negocios iban a tener un sentido más práctico de la realidad, de la economía y de los intereses a mediano y largo plazo del país. La continuidad en la doctrina económica manifestada por el actual Gobierno nos indica todo lo contrario. Tiene la misma falta de ambición que la Concertación: No quiere para Chile un futuro en serio, sino seguir asegurándole cómodos ingresos a una casta. También los hombres de negocios se quedaron pegados en la ideología fácil del libre mercado desregulado que les impide aceptar la evidencia: Chile es y seguirá siendo un país chico, lleno de pobres, al que apenas le alcanza para ser desvalijado.

Por Armando Uribe E.
Profesor asociado -Universidad Cergy- Pontoise (Francia)
Polítika, primera quincena noviembre 2010
El Ciudadano
* C.S. lewis http://www.booksfactory.com/writers/cslewis_es.htm

* Simon Leys http://www.elboomeran.com/autor/654/simon-leys/

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