Una familia de Puerto Príncipe relata cómo llevaba tres días sin comer cuando les golpeó una epidemia que ha dejado casi 1.200 muertos y 20.000 contagiados
Berotti Souvni tiene la certeza de que la mayor de sus hijas -Luisenne Christ Love, que ahora, tendida sobre sus piernas, a ratos llora y a ratos vomita- no ha contraído el cólera a través de la comida. La niña comenzó a padecer los síntomas el lunes y desde el sábado anterior, ni ella ni nadie de la familia habían probado alimento. "No teníamos dinero para comprar algo de comer", dice la madre.
Berotti no tiene trabajo. Su marido tampoco, y tienen dos niños, de cuatro y dos años. Perdieron todo lo que tenían en el terremoto. Pero aun antes de la tragedia, "todo" no era demasiado, aunque al menos suficiente. Berotti juntaba algo vendiendo aceite, granos y pan en un puesto callejero; hasta que el negocio, como su casa, se vino abajo y se quedó sin dinero para comprar la comida de la venta y la de su propia despensa.
La familia vive ahora en un campamento para damnificados de la barriada de Cité Soleil, la más peligrosa de Puerto Príncipe: una explanada donde solo crecen en abundancia el polvo y el cólera, y donde los cascos azules usan blindados y fusiles de asalto para patrullar. De una semana a otra, el cólera en esta zona se ha multiplicado por diez: el lunes 7 de noviembre había 21 enfermos y al lunes siguiente, 220. En Cité Soleil viven unas 200.000 personas y ya se han registrado 2.000 casos de cólera.
La propagación de la enfermedad en Puerto Príncipe ha sido aún más vertiginosa de lo que fue hace poco más de un mes en el Departamento de Artibonite, la región donde estalló la epidemia. Hasta ayer se habían registrado en la capital más de 4.200 casos y de las 76 muertes por cólera que ha habido en Haití durante esta semana, 61 han ocurrido en Puerto Príncipe. En total, desde el 16 de octubre pasado, ya han fallecido 1.186 haitianos y casi 20.000 están enfermos, según cifras oficiales.
El agua, fuente principal para la transmisión del cólera, llega a los campamentos de Cité Soleil en camiones cisterna enviados gratuitamente por el Gobierno con sugestivos nombres como La Sirene de l'Eau, la Victoria da Vida o de Mon Bel Ange. Cada dueño elige el nombre y el idioma que da a su vehículo. Todos llenan sus tanques del agua que bombean de un pozo, a 200 metros de profundidad, que opera una compañía privada en el centro del barrio, entre un campo de fútbol, un campamento de damnificados por el terremoto, un riachuelo de aguas negras y toneladas de basura.
Es el agua que ha tomado Luisenne, que continúa en los brazos de su madre. La misma que tomó el pequeño Louas, que de la deshidratación que le produjo la diarrea y el vómito no puede caminar, y la misma que tomó Benoit. Ellos y la mayoría de los enfermos de Cité Soleil han buscado ayuda primero en los hospitales públicos más cercanos: en el de Choscal, el más grande de la zona, o en el hospital Santa Catarina. Pero el Ministerio de Salud y Población de Haití, a cargo de estas instituciones, no tiene ni sabe cómo atenderles. Por eso todos han sido remitidos al centro para el tratamiento del cólera instalado por Médicos Sin Fronteras (MSF) en un anexo del hospital de Choscal o al campamento que esta misma ONG ha construido en Sarthe, en pleno centro de Cité Soleil. Con solo 2.000 camas en 21 centros como estos, MSF soporta el 80% de la capacidad hospitalaria total de Haití.
"Me deja perplejo que, cinco semanas después de que se presentara el primer caso, una organización como MSF siga asumiendo el 80% de la intervención, en un país considerado internacionalmente como la república de las ONG", dice Stefanno Zanini, portavoz en Haití de MSF. "Llevamos semanas tratando de sensibilizar a las autoridades nacionales, y sobre todo a las organizaciones internacionales, para que alguien asuma el liderazgo de esta operación. Porque lo que estamos haciendo como MSF hoy en día es tratar de apagar un incendio con un vaso de agua". Las autoridades temen que el cólera llegue a afectar al 5% de la población, es decir, a 500.000 personas.
Dinero no es lo que falta. Solo la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) maneja un presupuesto anual de 535 millones de euros. Esto sin contar los fondos de otras agencias de Naciones Unidas como Unicef o el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), que comparten con los cascos azules de todo el mundo la base instalada junto al aeropuerto de Puerto Príncipe. Haití tiene 10 millones de habitantes, a los que la naturaleza o las epidemias se empeñan en ir restando. Esta vez la causa ha sido el cólera. Cada uno de los haitianos debería haber recibido ya un equipo sanitario para prevenir la enfermedad, que incluye jabón y cloro.
El UNFPA ha escrito en sus informes que los centros de atención del cólera de Médicos Sin Fronteras son un ejemplo a seguir. Porque tienen un área de aislamiento para los enfermos graves que se mantiene impecable. Porque cuentan con un programa de reclutamiento de enfermeros haitianos. Porque los mismos voluntarios de MSF martillean, cortan tablas, para construir las camas que se utilizan en estos hospitales. Pero, en cinco semanas de crisis, ninguna de las agencias de la ONU ni el Ministerio de Salud y Población de Haití han construido algo siquiera parecido.
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