sábado, 6 de noviembre de 2010

Rol que ha tenido los Estados Unidos en el golpe de estado militar que vivió Honduras

Adrienne Pine

Amig@s:

Yo soy  una antropóloga que ha trabajado denunciando el rol que ha tenido los Estados Unidos en el golpe de estado militar que vivió Honduras el año pasado, así como en las políticas que allí se han implementado desde aquel entonces.
Estos son algunos de arículos que he escrito a lo largo de este tiempo.

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La falta de democracia y el golpismo en Washington



Desde elgolpe de estado militar he participado en sesiones del Congreso sobre Honduras y en un sinnúmero de eventos de organismos de analistas expertos, en conferencias de prensa y también he estado reunida con funcionarios del Departamento de Estado y asistentes de senadores. Puedo reconocer las caras de Otto Reich, Roberto Flores Bermúdez, Gabriela Zambrano, Robert Carmona Borjas y asimismo reconozco la faz de personas opuestas al golpe como Hugo Noé Pino y miembros de varias organizaciones solidarias, igualmente a los diplomáticos que retomaron la embajada cuando que el embajador golpista se regresó a Tegucigalpa. He hecho debates televisivos, radiales y de blogs y he organizado eventos para hondureños en resistencia. Dada mi participación personal en estos procesos puedo entrever como se formó el discurso hegemónico a favor del golpe y el gobierno de facto.
 En esta presentación haré algunas observaciones etnográficas sobre Washington y el control de la transmisión del mensaje a favor del golpe de estado militar en Honduras y del por qué tuvo éxito el argumento: “que el golpe y la represión eran parte de un proceso democrático”, que se logró precisamente porque no hay una real democracia en Washington


Un resultado del golpe fue la división de la gran familia hondureña. El golpe de estado afectó a la mayoría y tuvo consecuencias trágicas para quienes perdieron algún ser querido. En Honduras después del golpe nadie sabía quien era quien y surgieron debates apasionados antes que empezaran a borrar a todos los amigos de Facebook.

En Washington también surgieron debates pero muy desinformados y carentes de entusiasmo pues Honduras significa lo mismo que su nombre, una “hondonada” un país insignificante (excepto quizá por su base militar). Hace más de cien años que Estados Unidos controla militar y económicamente al pobre país y últimamente controlan a la población con la “cero tolerancia” un método neo liberal para el control del crimen copiado de Rudolph Giuliani, ex alcalde de Nueva York. Y no es exagerar decir que antes del golpe, la mayoría de los estadounidenses, incluso algunos congresistas, no sabían ni en que continente estaba Honduras.

Dada la ignorancia sobre el pequeño país que se asemeja a su triste nombre, fue impresionante ver desde el inicio el grado de control que ejercía la opinión de los que apoyaron al golpe. Diario El Heraldo publicó el 2 de Junio “’Fuera Mel, Fuera Chávez, grita multitud a favor de la democracia en Honduras… Diferentes disertantes manifestaron que el mundo debe entender que en Honduras no se ha dado un golpe de Estado, pues lo que sucedió fue una suceción basada en el orden constitucional.”

 En Honduras el mensaje mediático también fue controlado por los militares que cerraron varios medios de comunicación de oposición, asesinaron gente y amenazaron de muerte a periodistas y sus familiares. Los medios de comunicación en Estados Unidos hace unos años se consolidaron por una restructuración neo liberal de la industria mediática y la propaganda golpista de Honduras estaba en todos los diarios de mayor circulación y la repetían muchas veces por televisión.

Aunque todos diarios publicaron artículos de propaganda a favor del golpe no hubo espíritu de crítica, en contraste con lo que ocurrió en los años 90 cuando el diario Baltimore Sun publicó una serie de reportajes sobre Honduras que provocó una investigación por parte del congreso norteamericano sobre la implicación de EUA en los escuadrones de la muerte de los años 80 conformados por personajes como Billy Joya que con el golpe de estado asumió el cargo de asesor del gobierno de Micheletti.

Así como en los medios de comunicación, también en el congreso y en las instituciones de analistas políticos en Washington, predominó el argumento que la expatriación de Zelaya perpetrada a punta de pistola por los militares era constitucional y justa. Los argumentos golpistas sobre el tema de la constitucionalidad no cuadraban y no cabía entonces ningún debate sobre si la constitucionalidad era equivalente a la democracia o si las leyes constitucionales eran antidemocráticas.

En Washington y Tegucigalpa, la lucha por apoderarse del concepto de la democracia ha sido primordial cuando se discute el golpe de estado. Fue curioso descubrir las estructuras preeminentes y jerárquicas que forjaron el debate, igualmente la supuesta democracia surgida de un ambiente carente de cualquier proceso democrático. Los periódicos de derecha (que son casi todos) se negaron a publicar opiniones en contra del golpe.

Los organismos de analistas expertos como el Dialogo Interamericano, apodado “el monólogo” por la pequeña izquierda Washingtoniana, invitaron a sus paneles sobretodo a personas que no se oponían o que fuertemente apoyaban al golpe, como los miembros del TSE, Jorge Castañeda, el ex embajador golpista Flores Bermúdez, Diana Villiers Negroponte, Craig Kelly y otros. La lista de invitados fue estrictamente controlada, asimismo las preguntas que se hicieron.

El Departamento de Estado repitió el mismo control en los eventos supuestamente “públicos”. Y además prohibieron que el público hablara en la sesión del Congreso convocada dos semanas después del golpe por el senador Eliot Engel, en aras de complacer a su amigo cabildero Lanny Davis (representante del grupo empresarial CEAL-Honduras). En el panel de expertos estuvieron entre otros, Otto Reich y el mismo Lanny Davis, amigo de infancia de Hillary Clinton.

En dicha sesión del Congreso, la proyección de la “democracia” fue interesante y a la vez aterradora. Era mi primera vez en el Congreso y quedé sorprendida por el debate que sostenían. Los Demócratas lucían totalmente desinformados y no cuestionaron las falacias como decir que la cuarta urna fue un intento de Zelaya para quedarse en el poder. En cambio todos los Republicanos evidenciaron estar bien preparados para argumentar la constitucionalidad del golpe y la amenaza de Chávez. Y no hubo quien debatiera las escandalosas mentiras y opiniones equívocas de los Congresistas.

A pesar de los argumentos, el golpe tuvo muy poco que ver con Chávez.
La afiliación de Honduras al ALBA fue aprobada por el pleno del Congreso de Honduras presidido por el mismo Micheletti. No obstante en Washington, ese cuento ficción llegó a ser hegemónico. Acusaron sin fundamento a Zelaya de tener enlaces con el narcotráfico venezolano y con las FARC. Pintaron un retrato de Zelaya no sólo como socialista si no como una amenaza terrorista para EUA. Y como en Washington no hay tantas personas expertas en el tema de Honduras los analistas y organismos de mayor influencia no invitaron a nadie a sus debates y el discurso por lo tanto siguió siendo hegemónico.

En Estados Unidos desde hace años sentimos el enorme efecto antidemocrático de la lucha contra el terrorismo que lo justifica todo, desde violar el derecho a la privacidad con la ley “Patriot Act” promulgada por George W. Bush hasta la práctica habitual de la tortura. Como tal, los gobiernos latinoamericanos que desean tener relaciones con Irán son sospechados de terrorismo y eso debería causar miedo.

En la audiencia “pública” del Departamento de Estado, Hillary Clinton con un tono singularmente patriarcal dijo que “habrán serias consecuencias para todo gobierno latinoamericano que coqueteara con Irán”. Irónicamente, el gobierno arbitrario de Micheletti tenía más en común con el gobierno de Irán que con ningún otro país latinoamericano. Era tal la similitud que los medios televisivos internacionales en más de una ocasión pasaron videos de la represión en Honduras (que nunca salían al aire) aduciendo que era la salvaje represión en Irán.

Al calificar de “terroristas” a los gobiernos de centro izquierda para legitimizar los golpes de estado como el que le dieron a Zelaya, un neoliberal que aprobó el CAFTA y el plan Mérida, también justifican la criminalización de la libre expresión que en Honduras significó el asesinato extrajudicial por el Estado de facto de decenas de personas que se opusieron al golpe y muchas otras más que no se documentaron.

 La Ley Mordaza, aunque de forma menos dramática también se aplica a los grupos de la resistencia en Washington al ser excluidos del supuesto dialogo “democrático” lobista que remunera a través de corporaciones privadas a los medios de comunicación y a los organismos de análisis político. Y aunque no enfrentan “el poder violento de los reyes” como dice Foucault, los oficiales estadounidenses tienen métodos burocráticas de monitoreo e intimidación para coartar la libertad de expresión de la resistencia hondureña en Washington.

 Un ejemplo claro de sus métodos antidemocráticos es cuando atacaron a la Embajada de Brasil en Tegucigalpa al mismo tiempo que a una manifestación pacífica que se realizaba en EUA contra el Grupo de 20 en Pittsburg, y de forma paralela y simultánea en los dos lugares usaron armas sónicas de origen israelí y lanzaron bombas de gas lacrimógeno.

Las batallas libradas al margen de los grupos de relaciones públicas y del Departamento de Estado no se pudieron ganar por la misma carencia de procesos democráticos en Washington. “Quisiéramos ayudarles” me dijo la asistente de la Congresista Jan Schakowsky, “lo hemos intentado pero el Senado está debatiendo el nuevo plan de salud y todo el mundo quiere salir de eso antes de la navidad y francamente a nadie le importa Honduras.” Dada la estructura intransigente del gobierno estadounidense, y la indiferencia de los políticos norteamericanos hacia las violaciones de derechos humanos perpetrados por el regimen apoyado por el departamento de estado, la lucha solidaria de base se mantiene al margen.

La “democracia” de Estados Unidos confiere a los académicos universitarios el privilegio de tener acceso a los funcionarios del gobierno, algo denegado a un ciudadano común y corriente. Por esa razón el 23 de noviembre tuve la oportunidad de reunirme con Christopher Webster, Jefe de la División Centroamericana del Departamento del Estado. Fui con el propósito de presionar para que no hubieran elecciones que ya habían sido declaradas ilegítimas por la OEA, la ONU, el Centro Carter, y la mayoría de los países del mundo. Pero según Webster, las elecciones se justificaban porque Micheletti había conformado un gobierno de unidad nacional aunque excluyera todo aquél que no estuviera de su lado. Le pregunté por qué el Departamento de Estado no había dicho nada sobre las más de 4 mil violaciones de derechos humanos. “Hemos sido muy claros,” dijo. Yo le contesté que al contrario no habían dicho ni una sola palabra para recriminar a los responsables de los asesinatos, torturas, y detenciones arbitrarias que habían sido ampliamente documentados por varias organizaciones internacionales. “No creo que estén documentadas,” me dijo.

Como respuesta le dí el informe de Amnistía Internacional para que lo viera (bien sabiendo que ya lo conocía). Entonces dijo que se trataba de crímenes comunes y que la violencia surgía de todas partes. Yo seguí exigiéndole que me diera un tan solo ejemplo de recriminación pública que hizo el Departamento de Estado. “Hemos hablado de eso,” me dijo, y después de una pausa: “De acuerdo, no hemos dicho mucho.”

Después de la reunión con Webster, noté un cambio “Orweliano” en el discurso de la administración. En vez de condenar las violaciones, empezaron a decir una y otra vez que habían condenado. Son muy ingeniosos. Y han sido consistentes con esa táctica en sus posturas hacia Honduras, como la supuesta política multilateral de Obama. De hecho, en vez de condenar a los responsables de violaciones a los derechos humanos, apoyaron fuertemente la impunidad para los responsables. Esto responde a la lógica de Obama que dice no mirar hacia atrás sino sólo hacia adelante y eso permite que continúe la política estadounidense de la tortura, rendición extraordinaria, intervenciones ilegales de líneas telefónicas, y quien sabe cuántas más usurpaciones antidemocráticas de última ola.

Para los ciudadanos de EUA es difícil entender estos hechos, en cambio la mayoría de los hondureños sí entienden. Tres semanas antes de las elecciones en Honduras, en Afganistán se cancelaron las elecciones fraudulentas y pusieron de nuevo como presidente al títere estadounidense Karzai. En esos días me encontré en un almuerzo con el otrora embajador de la OEA Carlos Sosa Cuello, quien públicamente mantenía una posición muy diplomática ante el gobierno gringo y hacia los mismos golpistas. Me sorprendió oírlo decir que ya no lo volvería a ver porque se iba a Honduras a apoyar la resistencia. Ya no había más que hacer en Washington, me dijo. “¿Sabes cuál es el problema con los Estados Unidos?” me preguntó. “Los Estados Unidos cree que con las elecciones lo resuelven todo. Pero elecciones y democracia no es lo mismo. ¿Crees que Honduras puede resistir las elecciones montadas por los gringos? ¡Mira lo que pasó en Afganistán!”

Siempre han existido grandes diferencias de opinión dentro del gobierno estadounidense. Algunas contradicciones de la administración pueden ser diferencias reales o estratégicas, pero algunas son muy claras. En Tegucigalpa, funcionarios de la embajada de Estados Unidos andaban en caravanas de la resistencia mientras Llorens abogaba por la amnistía. En el Congreso de EUA los Demócratas de izquierda se quejaron continuamente por las acciones del Departamento de Estado y porque los Republicanos viajaron ilegalmente a Honduras a apoyar al gobierno de facto sin que tuvieran repercusión alguna.

Por el control que pueden tener los políticos como los Republicanos que bloquearon el nombramiento de Arturo Valenzuela como Secretario de Estado Adjunto para Asuntos del Hemisferio Occidental igual pueden controlar la institución de la democracia (y cuando la democracia se institucionaliza ya no es democracia). El Departamento de Estado manejó la política hacia Honduras con los mismos funcionarios que trabajaban en las administraciones pasadas de Bush y hasta de Reagan. Y como resultado, Shannon contradijo su postura diciendo que EUA iba a reconocer las elecciones con o sin el regreso de Zelaya a la presidencia, y fue en ese momento cuando los Republicanos dieron luz verde al nombramiento de Valenzuela, un sobresaliente académico fruto del golpe de Pinochet, que se volvió golpista por ajustarse al sistema.

En los Estados Unidos no hay democracia ni en los medios de comunicación ni en los organismos de analistas expertos ni en el mismo gobierno pues todo está controlado por cabilderos y el dinero corporativo (como recién lo aprobó la Corte Suprema de Justicia) y por eso fue imposible evitar el apoyo que le dieron al golpismo en Honduras.




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