El conflicto argentino uruguayo por la instalación de la pastera de Fray Bentos se planteó en torno de la defensa ambiental y la administración de las aguas de un río compartido. La búsqueda de soluciones, que ahora parece bien encaminada, se refiere esencialmente también a las mismas cuestiones. Existe, sin embargo, otra dimensión fundamental desatendida. Se trata de la naturaleza de la planta y su impacto en el desarrollo económico de la República Oriental del Uruguay y su consecuente influencia en el de la región aledaña de la Argentina y, en un sentido más amplio de la Cuenca del Plata y del MERCOSUR. Cuando estalló el conflicto, publique un artículo en un matutino de esta Capital (Clarín, 26.4.06), señalando la importancia de esa dimensión desatendida. En ese entonces, el corte del puente, la crispación de los ánimos, impidió analizar el problema más allá de su dimensión ambiental. Ahora es el momento de hacerlo.
¿Cuál es el problema? Botnia es una típica inversión dentro del modelo centro periferia. Vale decir, una empresa de un país industrial, en este caso Finlandia una pequeña economía avanzada, que se instala en un país de menor desarrollo relativo para producir materias primas que serán procesadas en el país de origen o en terceros mercados.
América Latina tiene una larga historia en esta materia y el epílogo ha sido el atraso de nuestros países, la concentración de la riqueza, la pobreza y la exclusión social. Insistir en el mismo modelo, producirá los mismos resultados. Como lo demuestra la historia, las inversiones extranjeras concentradas en la explotación de los recursos naturales de los países subindustrializados, en ningún caso, impulsaron, en tales países, su transformación productiva y la formación de economías, avanzadas, socialmente inclusivas. Esto obedece a la sencilla razón que el desarrollo implica la gestión del conocimiento y la incorporación de valor agregado y tecnología a los recursos naturales, integrando las cadenas de valor dentro de los espacios nacionales y de la región y, consecuentemente, transformando la inserción en la división internacional del trabajo. Cuando los países se resignan a ser esencialmente proveedores de productos primarios y delegar su explotación en empresas extranjeras, están condenados al subdesarrollo, por ricos que sean sus yacimientos de petróleo y minerales o fértiles sus tierras y sus bosques.
Ahora, que la resolución del conflicto ambiental está encarrilada, es oportuno e indispensable incluir la dimensión del desarrollo económico. Si los asambleístas de Gualeguaychú pusieran tanto empeño en promover esta cuestión, como el que desplegaron en sostener su postura en la defensa ambiental, tendrían un protagonismo fundamental en transformar, la disputa, en una oportunidad para impulsar el desarrollo económico integrado en ambas márgenes del Río Uruguay.
Lo que hace falta no son inversiones, como Botnia, sino proyectos industriales que agreguen valor, enriquezcan el tejido económico y social de nuestros países, impulsen el despliegue de las empresas nacionales y promuevan el desarrollo de los recursos compartidos dentro de la integración regional. ¿Podemos hacerlo, tenemos la aptitud empresaria, los recursos financieros necesarios y la tecnología, con las mejores reglas del arte, para diseñar, ejecutar y gestionar los proyectos? Sin duda alguna. La inversión realizada en Botnia representa menos del tres por mil de la inversión bruta interna de las economías de Argentina y Uruguay. Los recursos financieros existen para encarar juntos proyectos semejantes e, incluso, para comprar la pastera de Fray Bentos y convertirla en una empresa binacional. En cuanto a la tecnología, en parte está ya disponible y la faltante se adquiere o incorpora via, participación minoritaria, de una empresa extranjera. También existe, en ambos países, la capacidad empresaria para desarrollar empresas mayores y más complejas que una pastera. A su vez, en el marco de proyectos binacionales y/o regionales mas amplios, se atenderían, asimismo, los problemas ambientales que tanta incidencia tuvieron en el diferendo argentino uruguayo.
En definitiva, el conflicto de la pastera es la consecuencia de la ausencia de una estrategia de industrialización regional en sectores claves, como el de celulosa y papel. Si hubiéramos contado a tiempo con una estrategia regional de desarrollo integrado del sector de celulosa y papel, habríamos evitado el conflicto, fortalecido la defensa del medio ambiente, impulsado el desarrollo de empresas nacionales y compartidas e integrado las cadenas de valor dentro de nuestros países, generando empleo y multiplicando el valor de las exportaciones. Sucedió, en cambio, que el cambio de la estrategia de integración en el Mercosur, a partir de 1989, deposito en el libre juego de las fuerzas del mercado el proceso de integración y descartó el empleo de los acuerdos de desarrollo integrado de sectores estratégicos, como el de celulosa y papel. La perdida de iniciativa propia derivó inevitablemente en que el protagonismo lo asumieran, como en el pasado, las inversiones privadas directas extranjeras.
No se trata ahora de llorar sobre la leche derramada sino de aprender de la experiencia y desplegar nuevas iniciativas que cambien el rumbo. Argentina ni Uruguay serán países avanzados, con bienestar e inclusión social, si se insiste en la explotación de los recursos naturales a través de inversiones extranjeras. dentro del modelo centro periferia, como es el caso de la pastera de Fray Bentos. Es necesaria una estrategia compartida del sector dentro de la Cuenca del Plata, promoviendo la creación de empresas para el desarrollo de los nuevos proyectos, con liderazgo empresario y capitales privados y el apoyo necesario de las políticas públicas. En ese esquema, como lo revela la experiencia de los países exitosos emergentes de Asia, manteniendo el control mayoritario de las firmas en los intereses locales, hay lugar para la participación de corporaciones transnacionales que aporten tecnología y acceso a los mercados internacionales.
Es entonces oportuno, que las actuales negociaciones de los dos gobiernos para resolver definitivamente el diferendo, vayan mucho mas allá del control de contaminación de las aguas del río compartido. Es decir, aprovechar la experiencia para iniciar, conjuntamente, la identificación de proyectos binacionales para el desarrrollo de la industria de celulosa y su cadena de valor, promover la participación de empresas privadas nacionales de nuestros paises, abrir espacios para la inversión extranjera en un nuevo marco y desplegar las nuevas iniciativas como palancas del desarrollo integrado del tejido económico y social de ambas márgenes del Río Uruguay.
Cuando se evalúa la experiencia, en el contexto de las realidades específicas de la región, se advierte que el Mercosur ha conseguido logros importantes. Ha sido y es un proyecto positivo para fortalecer la seguridad interna y externa, la paz y la democracia. Es el ámbito donde se despliega la voluntad política de los estados miembros en la búsqueda de la convergencia y las respuestas solidarias a los problemas comunes. Se verifica, asimismo, el crecimiento de la participación de los intercambios intraregionales dentro del comercio exterior de los países del sistema, el estrechamiento de las relaciones en todos los planos, incluyendo la adopción de posiciones conjuntas frente al resto del mundo, la resolución definitiva de antiguas desinteligencias y la construcción de una infraestructura de transportes y energética compartida. Un acuerdo argentino uruguayo para el desarrollo conjunto del sector de celulosa y papel y su cadena de valor, daría un impulso extraordinario a la integración del MERCOSUR
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Después del acuerdo, que el desarrollo lo dicten los pueblos
La prueba de que el acuerdo uruguayo-argentino que resuelve el diferendo en el río Uruguay es un buen acuerdo, es que no satisface por completo a ninguna de las partes. Constituye un logro que excede la cuestión de la contaminación que produce una planta de celulosa: define unos patrones ambientales exigentes que deberían empezar a aplicarse en toda la geografía de ambos países, donde persisten actividades, no sólo industriales, sino humanas en general, que no pasan por un tamiz fino
http://sur.elargentino.com/notas/despues-del-acuerdo-que-el-desarrollo-lo-dicten-los-pueblos
¿Cuál es el problema? Botnia es una típica inversión dentro del modelo centro periferia. Vale decir, una empresa de un país industrial, en este caso Finlandia una pequeña economía avanzada, que se instala en un país de menor desarrollo relativo para producir materias primas que serán procesadas en el país de origen o en terceros mercados.
América Latina tiene una larga historia en esta materia y el epílogo ha sido el atraso de nuestros países, la concentración de la riqueza, la pobreza y la exclusión social. Insistir en el mismo modelo, producirá los mismos resultados. Como lo demuestra la historia, las inversiones extranjeras concentradas en la explotación de los recursos naturales de los países subindustrializados, en ningún caso, impulsaron, en tales países, su transformación productiva y la formación de economías, avanzadas, socialmente inclusivas. Esto obedece a la sencilla razón que el desarrollo implica la gestión del conocimiento y la incorporación de valor agregado y tecnología a los recursos naturales, integrando las cadenas de valor dentro de los espacios nacionales y de la región y, consecuentemente, transformando la inserción en la división internacional del trabajo. Cuando los países se resignan a ser esencialmente proveedores de productos primarios y delegar su explotación en empresas extranjeras, están condenados al subdesarrollo, por ricos que sean sus yacimientos de petróleo y minerales o fértiles sus tierras y sus bosques.
Ahora, que la resolución del conflicto ambiental está encarrilada, es oportuno e indispensable incluir la dimensión del desarrollo económico. Si los asambleístas de Gualeguaychú pusieran tanto empeño en promover esta cuestión, como el que desplegaron en sostener su postura en la defensa ambiental, tendrían un protagonismo fundamental en transformar, la disputa, en una oportunidad para impulsar el desarrollo económico integrado en ambas márgenes del Río Uruguay.
Lo que hace falta no son inversiones, como Botnia, sino proyectos industriales que agreguen valor, enriquezcan el tejido económico y social de nuestros países, impulsen el despliegue de las empresas nacionales y promuevan el desarrollo de los recursos compartidos dentro de la integración regional. ¿Podemos hacerlo, tenemos la aptitud empresaria, los recursos financieros necesarios y la tecnología, con las mejores reglas del arte, para diseñar, ejecutar y gestionar los proyectos? Sin duda alguna. La inversión realizada en Botnia representa menos del tres por mil de la inversión bruta interna de las economías de Argentina y Uruguay. Los recursos financieros existen para encarar juntos proyectos semejantes e, incluso, para comprar la pastera de Fray Bentos y convertirla en una empresa binacional. En cuanto a la tecnología, en parte está ya disponible y la faltante se adquiere o incorpora via, participación minoritaria, de una empresa extranjera. También existe, en ambos países, la capacidad empresaria para desarrollar empresas mayores y más complejas que una pastera. A su vez, en el marco de proyectos binacionales y/o regionales mas amplios, se atenderían, asimismo, los problemas ambientales que tanta incidencia tuvieron en el diferendo argentino uruguayo.
En definitiva, el conflicto de la pastera es la consecuencia de la ausencia de una estrategia de industrialización regional en sectores claves, como el de celulosa y papel. Si hubiéramos contado a tiempo con una estrategia regional de desarrollo integrado del sector de celulosa y papel, habríamos evitado el conflicto, fortalecido la defensa del medio ambiente, impulsado el desarrollo de empresas nacionales y compartidas e integrado las cadenas de valor dentro de nuestros países, generando empleo y multiplicando el valor de las exportaciones. Sucedió, en cambio, que el cambio de la estrategia de integración en el Mercosur, a partir de 1989, deposito en el libre juego de las fuerzas del mercado el proceso de integración y descartó el empleo de los acuerdos de desarrollo integrado de sectores estratégicos, como el de celulosa y papel. La perdida de iniciativa propia derivó inevitablemente en que el protagonismo lo asumieran, como en el pasado, las inversiones privadas directas extranjeras.
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Es entonces oportuno, que las actuales negociaciones de los dos gobiernos para resolver definitivamente el diferendo, vayan mucho mas allá del control de contaminación de las aguas del río compartido. Es decir, aprovechar la experiencia para iniciar, conjuntamente, la identificación de proyectos binacionales para el desarrrollo de la industria de celulosa y su cadena de valor, promover la participación de empresas privadas nacionales de nuestros paises, abrir espacios para la inversión extranjera en un nuevo marco y desplegar las nuevas iniciativas como palancas del desarrollo integrado del tejido económico y social de ambas márgenes del Río Uruguay.
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